En la esclarecedora nota “La motosierra de Milei; un Estado ausente y el avance del narco en los barrios” (Pagina 12, 9/3/25), Laura Vales muestra las consecuencias del repliegue del Estado y las organizaciones sociales y su relación con el narco.
“En los barrios la presencia del narco tiene veinte años por lo menos. Siempre tuvimos el transa y el pibe que consume. Lo que estamos viendo ahora es el control del territorio”, dice Javier, que brindó su testimonio con el compromiso de no revelar su identidad. Una de las demostraciones de “control territorial” es que en algunos barrios resulta imposible ingresar sin antes pasar por la “supervisión” de “pibes armados” que ofician de salvoconducto para el ingreso al territorio.
Javier advierte que la política de Milei, al debilitar a las organizaciones territoriales, ha desarticulado los barrios, lo cual implica favorecer a los narcos.
El arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva, expresó que “hay políticas públicas que son muy valederas, positivas, que plantean la idea de un Estado presente e inteligente en los barrios populares. El retroceso del Estado genera que otros ocupen ese lugar, como el narcotráfico, por eso alertamos sobre la necesidad de una mejor calidad de vida en los sectores vulnerables”. Mas allá de procedencias, miradas, hay una coincidencia:: el repliegue del Estado y el de las organizaciones populares genera un vacío que es ocupado por el narco.
¿Qué significa que el narco “controle un territorio”? En el notable trabajo “El crimen organizado transnacional versus la Nación-Estado”, Peter Lupsha, especialista en narcotráfico, enseña que las organizaciones narco cumplen una serie de fases hasta llegar a consolidarse. En su opinión, seguir y conocer en qué “fase evolutiva” está cada organización es imprescindible para poder abordar la problemática, y construir una política para combatirla. Define tres etapas: de rapiña, parasitaria y simbiótica.
En la etapa de rapiña, el grupo criminal consolida un área, vecindario. “Defiende” su territorio. La violencia en general es defensiva, es decir para eliminar la competencia. En la etapa parasitaria el grupo criminal combina control territorial con influencia de corrupción con los sectores de poder local, ya sean policiales o políticos. Finalmente, en la etapa “simbiótica”, “el vínculo separado pero igualmente parasitario entre el crimen organizado y el sistema político se vuelve una mutualidad. El anfitrión, los sectores políticos y económicos legítimos, se vuelven ahora dependientes del parásito… para sostenerse así mismos”. A fin de comprender el concepto, pone como ejemplo el control que tuvo el Cartel de Cali sobre el Poder Legislativo y el Judicial de Colombia.
Volvamos a la etapa de rapiña. Dice Lupsha: “Una vez que se ha establecido el dominio de un vecindario o un enclave territorial, la pandilla de rapiña obtiene reconocimiento entre los agentes del poder, los caciques políticos locales y los de influencia económica”. Esta etapa previa de carácter iniciático es lo que hoy estaría “peligrosamente” desarrollándose. El deterioro o la ausencia de la estatalidad, entendida como una presencia multifacética de distintos organismos públicos, es la oportunidad para el avance de lo criminal y en particular el narco. En la Argentina, como en el resto del mundo, el paradigma de “guerra al narcotráfico” iniciado por Richard Nixon en los´70, agoniza hace tiempo, dejando solo una inmensa estela de fracasos y muerte.
La ministra Patricia Bullrich insiste con la gestualidad represiva ampulosa, que sin embargo no logra reducir los niveles de consumo. Es la política tradicional de una derecha obtusa con un marcado tono clasista. Para ella lo narco es la casilla de venta minorista y su lugar de expresión es el asentamiento/villa miseria. Está más que probado que el consumo es de carácter policlasista, pero apalancado por los sectores medios y medios altos. Confundir lugares de acopio y/o distribución con el núcleo de la problemática es no solo una canallada, sino una hipocresía inconducente. Esta política vieja, anacrónica, hoy peligrosamente se fortalece con una concepción ideológica que reniega del Estado.
La insistencia en el paradigma prohibicionista de que a mayor presión sobre la oferta se produciría, frente a una demanda constante, una suba en el precio y una caída en la demanda, no se ha verificado. El precio tiende en términos relativos a mantenerse fijo, con tendencia a la baja. En el muy recomendable texto “La droga. La verdadera historia del narcotráfico en México” de Benjamín Smith, se confirma por si fuera necesario una similar tendencia en Estados Unidos, el principal consumidor mundial. Dice Smith: “Estas políticas nunca han logrado sus supuestos objetivos: reducir la oferta no aumenta los precios ni disminuye los índices de adicción”. Con agudeza afirma que “los patrones de consumo son muy independientes de la oferta”. Agregamos: también son independientes de las variaciones en los precios. El apasionante libro de Smith recorre mas de cien años de historia en la relación México-Estados Unidos, en relación al consumo de sustancias ilegales. Describe en forma descarnada y con variedad de fuentes, la violencia de la muerte, los sobornos y la corrupción del tráfico narco. También señala los distintos intentos de reducir la actividad. Sin embargo, en forma lacónica, Smith señala que por “un siglo y contando el negocio del narcotráfico en México no muestra ninguna señal de desaceleración”.
La situación descripta por Laura Vales debe ser atendida a fin de que las etapas señaladas por Lupsha no tengan fuerza para consolidarse. El espacio/campo popular no puede mirar al costado. Debe incorporar sin remilgos una agenda propia, sin prejuicios ni falsos progresismos. Al Presidente Javier Milei no le interesan los cientos de adictos afectados en su salud y en algunos casos en la violencia mortal. Por ello resulta imperioso, cuando sea posible, el lanzamiento de políticas serias y permanentes de reducción del consumo, recuperar “la estatalidad” en el territorio y dañar a los clanes narco en la víscera más sensible, que es el dinero, como decía un sabio General. Tampoco puede permitirse, aunque sea incipiente, el control del territorio.
El debate es cómo impedirlo. Si el Estado en el territorio solo se expresa derribando bunkers y jactándose de ello mientras las cámaras de tv están encendidas, no demuestra ni vigor ni poder. Apenas una disimulada impotencia con algún efímero objetivo tribunero.
Es de una obviedad que insulta suponer que un “mercado” tan rentable va a frenarse con el derribo de un “lugar de venta”. ¿Puede la vigilada, controlada, militarizada, frontera Estados Unidos-México impedir el intercambio de cocaína/fentanilo de México a Estados Unidos y de armas de Estados Unidos a México? Es evidente que no. Claro, es tentador, es cinematográfico, es “clasista” hacernos creer que “la destrucción” puede ser la solución. Pero lo mejor será anteponerle una propuesta integral con eje en la estatalidad. Una política con objetivos de corto, mediano y largo plazo. Todo esto implica un Pacto Democrático que debe superar gobiernos y mezquindades. De no hacerlo, el control narco se fortalecerá y todo resultará más complejo.