La danza de los bordes

“No hay ningún glamour en esos noventas. Nuestros años fueron de resistencia y se nota”, dice el pequeño texto del periodista de rock y editor de Radar Martín Pérez que acompaña la muestra del fotógrafo Alejandro Pihué. “Rock como forma de vida antes que espectáculo, como ámbito de comunión antes que escalera a la fama”. Se trata de Dos miradas, dos estilos, dos épocas, una exhibición que Alejandro Pihué comparte con el fotógrafo de jazz Pablo Astudillo y que se puede ver hasta el 3 de mayo en el Centro Cultural Rojas. “Los equipos de sonido arriba de tachos de cerveza, las decoraciones en los escenarios hechos con ganas y pocos recursos, los pequeños shows, los escenarios a la altura. Eso que caracterizaba a la época pre cromañón”, cuenta Pihué sobre su flamante exposición, acaso un recorrido libre y poderoso por la música independiente de los años ‘90 y principios de los dos mil, y sobre cómo una comunidad de entusiastas creó un sonido pequeño y propio al margen de la estética excesiva y rococó que también caracterizó la época. Apenas un bocado de un proyecto mayor destinado a ser un libro, la muestra reúne emotivas postales de músicos como Rosario Bléfari o Mujercitas Terror, de adolescentes sentados en los cordones de las calles abriendo sus primeras latas de cerveza, o de bandas que tocan en medio de públicos que arengan al mismo nivel del suelo en un rito comunal donde parece que los papeles fueran casi intercambiables. “No me enganché nunca con el rock barrial que coexistió. Me enganché con lo que se llamó en su mejor momento nuevo rock argentino, movimiento sónico, música indie en general. La elección fue de bandas pequeñas en lugares pequeños, donde se mostrara la provisoriedad de todo esto, la idea de ‘esto lo atamos con alambre’. Elegí fotos que mostraran la escena, dejando de lado fotos de gente quizás mucho más conocida, incluso de gente muy amiga”, cuenta el fotógrafo.

Di que sí

Ghosting, gaslighting u orbiting son conceptos que hace tiempo se usan para referirse a los hábitos amorosos más descorazonados de la actualidad. Pero ahora, la generación bisagra entre el viejo mundo y un futuro impreciso ha resignificado un tipo de vínculo acaso mucho más productivo. Le dicen “Matrimonio Lavanda”: anteriormente el concepto refería a quienes se casaban para esconder socialmente su homosexualidad, pero hoy remite a parejas que, sin importar su género ni orientación sexual, se casan sin tener vinculo amoroso para hacer uso de ciertos beneficios que trae consigo el matrimonio. Tal parece que ante el endurecimiento de las condiciones de vida y la revisión de los vínculos tradicionales, la Generación Z está optando por la colaboración y prefiere servirse de la burocracia para regularizar servicios sociales o acceso a la salud, en vez de hacerlo en nombre de lo que sea que hoy signifique “amor”. De hecho, según cifras del Bureau of Labor Statistics, la Generación Z gasta un 31 por ciento más en vivienda que sus predecesores. Y sobre las nuevas búsquedas del amor, las cifras arrojan que aplicaciones como Tinder tuvieron una baja del seis por ciento solo en un año. “Es interesante que se desacople la necesidad de que la compañía provea, además, de un vínculo sexoafectivo”, reflexionó la psicóloga especialista Angela Boitano. “Creo que las personas jóvenes estarían ensayando nuevas maneras de seducción y de compromiso. Hay que crear nuevos repertorios y tal vez desexualizar las relaciones es parte de esto”.

Orgullo freak

Dibujando esmeradamente una postal por día, el multiinstrumentista Mark Mothersbaug llegó a escribir la letra de su hit “Uncontrollable Urge” en una pequeña tarjetita, pero se la envió por equivocación a un conocido y se le olvidó en el siguiente ensayo. Eso es lo que cuenta quien fue uno de los creadores de DEVO – la extraña y entrañable banda de miembros con sombreros cónicos– que todo este tiempo además estuvo dibujando en pequeños papeles, casi en secreto. Aparte de estar al frente de DEVO, Mothersbaug es un laboral extremo que trabaja para cine y televisión. Es responsable de éxitos como la música de Rugrats, cuatro películas de Wes Anderson o Thor: Ragnarok de Marvel, además de su trabajo actual para Pixar. Pero ahora, después de años de dibujar silenciosamente, está presentando su primera exposición individual, y no es de postales, sino de pinturas y serigrafías titulada Why Are We Here? No. 01. La muestra se exhibe en MutMuz, su propia galería, un local en el Chinatown de Los Ángeles que le pertenece hace varios años pero que él conservó como pequeño museo de tesoros privados y que nunca había abierto al público hasta ahora. “Después dejé de enviar postales y empecé a guardarlas. Pensé que nunca se las mostraría a nadie”, dice Mothersbaug, que además calcula que debe de haber recolectado unas setenta mil piezas porque es un acumulador y por supuesto, un orgulloso freak. “Y si alguien quiere comprar uno de mis cuadros, yo le digo: ¿pero quieres que le agregue algo más?".

Contarlo todo

Desde que salieron a la luz los crímenes de Eric Gill –uno de los grandes artistas británicos del siglo XX a la vez que un depredador sexual que abusó por años de sus propias hijas– el mundo del arte inglés se ha debatido sobre cómo tratar su obra. Algunas galerías la han ido retirando discretamente, otros abogan por separar totalmente la obra de sus autores por el bien del arte, todo en medio de una discusión global que nunca ha llegado a consensos totales sobre el tema. Hace poco, una de las obras más famosas de Gill –la escultura de Próspero y Ariel de La tempestad de Shakespeare–, volvió a exhibirse al público en la BBC Broadcasting House de Londres, pero junto a la obra un código QR dirigía a la historia de sus delitos. Es parte de una nueva forma de comunicación que se está extendiendo en el mundo del arte y los exhibidores que pretende valorar las obras sin desconocer la historia de quienes cometieron abusos. Ahora, una nueva exposición en Ditchling, la ciudad donde vivió, cede la palabra en su totalidad a personas sobrevivientes de abusos. Se trata de la primera vez que sobrevivientes participan directamente en la discusión de cómo mostrar e interpretar la obra de Gill, y se está organizando en el Museo de Arte y Artesanía, la institución más vinculada a su historia; lugar que lo albergó a él y a la comunidad artística que fundó, y que continuó allí después de su traslado a Gales en los años ‘20. Desde que se conocieron los crímenes, el museo no ha tratado de ocultar los elementos repudiables de su historia. Una declaración pública condena sus abusos, pero añade que su “importancia para la historia del arte y el diseño en el Reino Unido y en todo el mundo es imposible de ignorar”. En esa tónica es que se está montando esta nueva exhibición, que con el tiempo, dicen, dará lugar a una reimaginación de la colección Ditchling en su conjunto, curada por cuatro sobrevivientes de abusos.“Llevo tiempo pensando que las voces que faltan en nuestra interpretación son las de las hijas que fueron sometidas a los abusos”, dijo la directora del Museo, Steph Fuller. “Si no se muestra su obra, no se está contando la historia completa. Mi opinión es que debe verse la obra, pero junto a ella debe estar la historia de lo que hizo este hombre, de cómo abusó de sus hijas”, agregó Vivien Almond, una de las curadoras de la muestra, parte de la organización que depende de la Colección Metodista de Arte Moderno de Londres.