La intimidad de una familia destrozada por la pobreza estructural y la violencia sexual. La trama de La entrega, la nueva novela de Perla Suez, transcurre en una Argentina atravesada por la crisis económica y la desesperación, y no es pura coincidencia: la escritora tiene muy claro que lo que se propone es sumergir a los lectores en la visión doméstica de un drama colectivo, y eso es precisamente lo que hace a lo largo de estas casi 200 páginas: imaginar el derrumbe puntual de una familia de clase media y las consecuencias finales del colapso.
La entrega tiene como eje el tema de la trata de menores, pero va mucho más allá: profundiza en la oscuridad que la rodea. Tampoco es casual: Suez nació en Córdoba pero se crió entre las calles mansas de un pueblito entrerriano, Basavilbaso, en el que las primeras lecturas y las primeras películas se entramaban con lo que veía y escuchaba en las calles, en las casas.
“Para mí la narrativa es un terreno de exploración y un lugar de protección, y la literatura siempre nos incita a hacer nuestro propio viaje inspirados, muchas veces, por la realidad que nos rodea”, explica ella, quien en 2015 resultó ganadora del prestigioso Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela El país del diablo, un western patagónico que también la llevaría a alzarse, en el año 2020, con el renombrado Premio Rómulo Gallegos.
“Hay infinidad de casos de trata de personas, y muchos de ellos son famosos, como el de Margarita Verón, pero creo que, más allá del disparador que origine cualquier ficción, son nuestras propias preguntas sobre lo que vemos las que nos impulsan a escribir y eso fue exactamente lo que ocurrió en el caso de este libro. La crisis económica es el origen de la violencia y la historia de nuestra literatura está plagada de buenos ejemplos sobre el tema”, dice Suez.
Una imagen inicial que persiguió a la autora durante varios días, la de la fuga de una adolescente escapando de dos hombres, se transformó esta vez en el motor de la narración. “También imaginé un burdel”, cuenta ella. Y luego se pregunta: “¿Esa piba escapa? ¿Es presa de la trata y ha logrado librarse de la explotación? No puede volver a caer en manos de esos hombres, pensé”. Esa imagen inicial, junto con la necesidad de darle una solución a esa niña desde la literatura, fueron el punto de partida de este relato.
La protagonista es Evelyn, que tiene una madre, Mirta, un padre y una hermana. La trama comienza así: “Después de todo era una chica de 14 años que estaba volviendo a su casa. Había visto cuando el Toyota dobló en la esquina y subió a la vereda. No entendía en qué momento se abalanzaron sobre ella y la metieron en ese auto de vidrios polarizados. Forcejeó. Sintió la mano grande de un tipo que la obligaba a bajar la cabeza y le presionaba la nuca mientras otro la empujaba a subir. El auto se perdió en un camino de tierra”.
A partir de ese momento, la historia se narra a un ritmo vertiginoso. La autora imagina una sucesión de imágenes veloces: el suyo es un lenguaje casi cinematográfico. “Es que estoy marcada por el cine porque me formé en simultáneo como escritora y en la Escuela de Cine de Santa Fe y aquellas corrientes de los ‘60. Eso me enseñó a leer las imágenes”, explica la escritora, quien, en un contrapunto literario, hace el movimiento inverso: crea imágenes con palabras, anticipando que a sus lectores solo les quedará “creer lo que ven”. No recae en los detalles morbosos de la violencia sexual ni en los golpes bajos: elige, en cambio, narrar con acciones. “El verbo es casi todo, mi novela avanza a fuerza de lo que mis personajes hacen”, dice.
Influenciada por autores como Kafka y los estadounidenses William Faulkner y Flannery O'Connor, la escritura de la argentina se construye desde una sensibilidad exquisita y visual. “La imagen hay que crearla, intervenir y, sobre todo, saber leerla para escribir, porque entre la imagen y el espectador también se genera una conversación, más allá de las palabras”.
Para Suez, el autor también construye una voz. “Y en mi caso es un narrador que no tiene nombre pero puede ver casi todo y tiene algo de mí. Aunque reconozco la presencia del autor como orfebre, que trabaja con cada palabra que elige, también hay que confiar en esa voz narrativa que uno busca y que en algún momento encuentra porque va pidiendola el relato y se termina imponiendo; esa voz es la que asume la conducción de la narración y es la que el lector escucha”.
Dueña de una vasta obra literaria marcada por el compromiso ético y estético, Suez piensa que, de todos modos, “escribir es no estar seguro nunca: uno va discurriendo, a partir de una imagen, una reflexión, una pregunta, con las palabras, tachando, borrando, cuestionando cada línea de diálogo. Y hay que avanzar aunque, por momentos, una no tenga demasiado claro a dónde nos lleva lo que se está escribiendo. La escritura es un viaje incierto en el que todo puede ocurrir, y ocurre”, dice. “En este mundo violento que habitamos, vemos violencias de distinto tipo, y a mí me conmueven. En la vida hay monstruos y en esta novela también los hay: estamos conviviendo con la violencia a toda hora y yo no la aguanto, por eso escribo”.
VISIBILIZAR POR LA FICCIÓN
En La entrega, la escritora explora las heridas de una sociedad marcada por la exclusión. La decisión de escribir sobre la trata surge de un compromiso político y social, asume. Suez ya había dado lugar, a lo largo de su vasta carrera, a aquellas historias silenciadas que rara vez ocupan más que un titular breve en los medios. En este caso, su intención no fue documentar un caso específico, sino visibilizar una problemática estructural a través de la ficción.
Retrata, en este caso, un paisaje en el que el desempleo, el hambre y el abandono institucional han hecho estragos. En ese punto, la historia se adentra en el modo en que los cuerpos y los vínculos acusan recibo del destrozo.
Las vidas de las mujeres y sus cuerpos también se vuelven moneda de cambio en redes de explotación que se aprovechan del desamparo. Y es allí donde La entrega revela los hilos que llevan de la vulnerabilidad económica a la trata: allí donde no hay oportunidades ni respaldo, la desesperación se convierte en una puerta abierta para la manipulación, el abuso y hasta la desaparición. Y las instituciones, muchas veces, colaboran: terminan siendo cómplices por omisión. La impunidad no es un accidente. Así, la ficción denuncia no solo a los responsables directos, sino también a aquellos que permiten, encubren o naturalizan la violencia.
“Las instituciones terminan siendo cómplices de la violencia por negligencia u omisión porque los billetes aparecen como el elemento que dispara casi todas las violencias y corrompe a los hombres”, lamenta Suez.
En su libro hay también una madre que no es tan santa como parece. Mucho menos lo es el padre, en quien recae toda la complejidad de aquellos que, acorralados por la crisis, pueden llegar a corromperse o, incluso, desproteger a sus seres queridos.
“¿Se puede cambiar una hija por un auto, por ejemplo? ¿Hasta qué punto puede llegar a violentar aquel que está desesperado por la falta de dinero o, simplemente, cede ante su propia ambición?”, se pregunta la escritora. “El sistema los corrompe y hay quienes lo permiten también. Estamos rodeados de personajes siniestros que ceden ante las presiones del entorno. A mí, como autora, no me importa juzgarlos moralmente, sino retratarlos”, define.
En esta historia las mujeres cumplen un rol fundamental: son personajes que no solo sufren, sino que también resisten y batallan. “Y siempre ponen el cuerpo, cosa que no hacen los padres -agrega Suez. Son mujeres que pelean con las herramientas que tienen y que no necesariamente hacen lo correcto, pero son fuertes, a veces peligrosas, y a veces mienten y traicionan. En esta novela no son precisamente una dulzura porque no existe eso, y porque la complejidad humana es parte esencial de la literatura”.
Al mismo tiempo, lejos de caer en la figura pasiva de la víctima aislada, la historia apuesta por mostrar esos vínculos afectivos y solidarios entre mujeres: la madre, las amigas, las vecinas; todas forman una trama de contención que resiste al abandono social de las víctimas y a la violencia patriarcal. La resistencia aparece, así, como una pulsión vital. Las mujeres de este libro no son heroínas en el sentido clásico, sino personas comunes que enfrentan el dolor desde el coraje silencioso, la obstinación cotidiana, el afecto mutuo.
En el caso de Suez, puede decirse, la literatura no se plantea como solución directa sino como herramienta poderosa de sensibilización y denuncia: al contar lo que muchas veces se calla, una novela puede humanizar estadísticas, despertar conciencia y provocar la reflexión. Y los lectores, especialmente las mujeres, pueden sentirse interpelados por la historia. “Son impresionantes las devoluciones que recibo . Algunos testimonios reflejan identificación, otros, agradecimiento por la visibilidad dada al tema. Esa dimensión de encuentro entre texto y experiencia personal amplifica el sentido de la obra. El relato, aunque ficcional, invita a no callar, a buscar espacios de organización, de expresión, de resistencia activa. Propone la lectura y la escritura como herramientas para pensar el presente y para imaginar otros futuros posibles”.
Suez no esquiva los grandes interrogantes: ¿qué lleva a algunos a corromper a otros y por qué las víctimas están tan indefensas? “Habitamos un mundo violento y corrupto. Sé que estoy cayendo en un lugar común, pero ¿cómo le llamás a este paisaje tan cruel, tan perturbador? El autor no escapa. Sus personajes tampoco. Y entonces la crueldad y la complejidad de lo que somos debe quedar plasmada en nuestros libros”.
Para la escritora, la verdad no existe ni en la realidad ni en la novela: “Hay hechos y hay puntos de vista, intereses cruzados, y eso teje y desteje y nos enreda en los vínculos. La literatura, en ese sentido, nos da la posibilidad de resistir, de ejercer una libertad verdadera, porque dentro del texto, del lenguaje, uno todavía puede conjeturar, conversar, jugar, pensar, habitar planos diferentes”.
Cuando piensa en sus influencias, Suez se siente acompañada por “un malón de escritores muertos”, a quienes invoca como parte de su linaje literario: “Hay un deseo de contar como ellos han hecho -Flannery OÇonnor me deslumbra-, alcanzar el hueso de lo que se narra. Yo no pretendo que el lector cambie su forma de pensar, pero todo el tiempo eso está latente”.
En medio de un paisaje social devastado, la novela encuentra su cierre en el río Paraná: “Los personajes llegan hasta el río porque en el río siempre pasa algo -justifica ella-. El Paraná, ese río maravilloso, hoy es víctima de la inmensa capacidad de destrucción del ser humano y del poder del capital”. Y, es allí, justamente que la escritura, en esa inmersión, devuelve visiones inesperadas de los personajes: “Descubro de qué son capaces y me maravillo y me horrorizo y entiendo, entonces, qué somos. Lo veo ante mis ojos. Me conmuevo. Ese es el espacio de la verdad para mí, más que lo que vemos por fuera. Yo miro los árboles, la belleza de los ojos, el brillo de una gota de lluvia que cae y siento que mi corazón se desarma. Ya nadie se detiene o pocos lo ven, pero creo en la literatura como herramienta de exploración y de conocimiento, por eso defiendo la autonomía que nos permita parar para pensar, para que no nos venzan ni muramos en nuestra propia cárcel”.