Pedro Ponce Carrasco es, ante todo, docente y educador popular. En su reciente libro "Ladrillo a ladrillo. Comunidad educándose, organizándose" (Ediciones Desde el pie, 2025), narra la historia de la fundación y el crecimiento de dos escuelas ubicadas en Villa Urbana, una parte de Villa Fiorito, que a su vez integra Cuartel Noveno, la zona más pobre del partido de Lomas de Zamora.
A lo largo de esas cientocincuenta páginas, Ponce recupera una historia colectiva de la que fue parte, la de las escuelas que acaban de cumplir sus primeros cuarenta años, pero también una anterior, que fue condición de posibilidad de esta: la de la organización popular de un barrio, la de su lucha por darse condiciones de vida dignas, que incluyen también la escuela. El trabajo es también un reconocimiento a Francisco Zimei y Rosa Luna, los dos dirigentes barriales que pusieron su vida al servicio de esta causa.
Ponce recorre los comienzos en 1985, el incendio que arrasó con todo tres años más tarde y la masacre de Budge, que atravesó a la comunidad como una daga, porque una de las víctimas, Olivera, era hermano de un estudiante. Recuerda como se involucraron en el reclamo de justicia, junto a los abogados penalistas León "Toto" Zimmerman, autor de la expresión todavía vigente "gatillo fácil", y Ciro Anicchiarico, experiencias que se fueron integrando a la identidad y la memoria colectiva del barrio. Posteriormente, ya en los noventa, sobrevino la provincialización de las escuelas. Todos esos son hitos de una historia que Ponce ve repetirse. "Este gobierno es la misma película de los noventa", define.
El libro fue presentado recientemente en la propia escuela, con presencia del intendente Federico Otermín, uno de los prologuistas, junto con dos ex funcionarias de Educación que pasaron por las escuelas del barrio, Claudia Bracchi y Cristina Ruíz. A Ruíz, justamente, la reconoce como impulsora de la inclusión pedagógica. Ella tuvo a su cargo la primera experiencia de escuela no graduada en el barrio, donde a cada estudiante se le respetaban los tiempos y procesos de aprendizaje.
Ponce Carrasco publicó anteriormente "Privatización de la educación en Chile y Argentina" y trabaja en su tercer libro que se llamará "Soberanía educativa".
--¿Cómo fue su primer contacto con la escuela y con el barrio?
--Llegué por primera vez a Villa Urbana en 1985 como profesor de música. Yo daba talleres de folklore en forma gratuita en sociedades de fomento de la zona. El presidente de una de ellas, Oscar Giacome, que estaba vinculado a la escuela, me convocó porque en ese entonces, las escuelas secundarias estaban en los centros urbanos y los profes no querían ir a la villa o iban y duraban muy poco.
--¿Cómo arrancaron?
--Tomando unos terrenos al lado de la iglesia. Se llegó con Nación a un acuerdo por el cual el barrio garantizaba la infraestructura y el Estado los docentes y sus salarios. Entonces se arregló un crédito blando con Viviendas Anahí, una empresa de casas prefabricadas, y se hicieron las primeras aulas en madera. Primero fue la escuela técnica, pero el grupo fundador no quedó muy conforme porque no tuvo injerencia en la selección de directivos ni personal docente. Poco después vino la otra escuela, que primero fue comercial y luego nacional, y ahí sí la comunidad se pudo involucrar en la gestión. En 1988 fue el incendio, que nos dejó sin nada, y toda la comunidad se involucró en la reconstrucción, los docentes laburamos de albañiles, hicimos una campaña "un pibe un ladrillo". Volvimos a empezar y salimos fortalecidos.
--¿Por qué creció tan rápido la matrícula?
--En 1992 estábamos desbordados de pibes y empezamos con la política de abrir anexos. Recuerdo que venían pibes de todo Cuartel Noveno, de "Camino Negro al fondo" les decían, porque no conseguían vacantes en las secundarias existentes o desertaban y no pasaban primer año. Sufrían mucha estigmatización, tenían fama de kilomberos o de que no les daba.
--¿Por qué?
--La explicación es que algunas escuelas primarias estaban sobredemandadas y tenían tres turnos diarios. Como eran turnos más cortos, no llegaban a dar todos los contenidos y entraban a la secundaria con menos herramientas. Todo el sistema, a nivel institucional y pedagógico, era muy expulsivo con estos pibes. Así comenzaron los anexos en otros barrios: La Loma, Ingeniero Budge, Villa Centenario, Santa Marta, 2 de abril. Esos anexos se fueron convirtiendo en escuelas.
--¿Por eso la frase "los docentes de Cuartel Noveno tienen que ser de Cuartel Noveno"? La repite muchas veces a lo largo del libro.
--Claro, porque al principio había muchas dificultades para conseguir docentes, para que se adaptaran. En esa época la secundaria no era obligatoria. Después fue obligatoria pero el estado no hacía nada por garantizar ese derecho. Entonces Zimei decidió que hacía falta un profesorado, que hoy es el 103. Empezó con magisterio, para formar maestras de primaria y se le fueron agregando otras especialidades. Fue el primer profesorado dentro de una villa. Pero no se detuvo allí, porque notamos que el sistema expulsivo había hecho mucho daño, había muchos adultos que no habían podido terminar la secundaria, entonces abrimos una nocturna para ellos. Y había docentes y estudiantes que ya tenían sus hijos y hacía falta un jardín. Fue el último jardín que terminó el gobierno de Cristina Fernadez de Kirchner, pero Mauricio Macri no quería inaugurarlo para no darle el crédito. Entonces lo tuvo cerrado dos años y después lo inauguraron como si lo hubieran hecho ellos.
--¿La historia de la escuela es indisociable de la historia del barrio?
--Claro. Esa zona era de basurales. Allí descargaban la basura de la capital. Basurales y bajos, totalmente inundables. Sin embargo, durante los años cincuenta se fueron haciendo loteos porque había necesidad de vivienda, pero después del 55 el Estado no apareció más. Entonces surgieron las sociedades de fomento, que llegó a constituirse en una federación propia. Lo que se denominó "el fomentismo", fue una fuerza popular que empujó los procesos de urbanización. El agua, las cloacas, el asfalto, el alumbrado público, todo se consiguió luchando. La creación de las escuelas y anexos en los ochenta fue una etapa más de ese proceso.
--¿Y el catolicismo de base qué papel jugó?
--Muy similar. Yo lo defino como una zona de intersección, porque los que participaban de la parroquia después iban a las reuniones de la sociedad de fomento y los fomentistas iban a misa a la parroquia, eran instituciones con valores y perfiles muy similares. De hecho, los tres que impulsan toda esta construcción tienen una fuerte impronta católica. A fines de los sesenta se produce una gran inundación y Francisco Zimei (N de la R: hoy el complejo educativo lleva su nombre) viene a colaborar al barrio como voluntario. Conoce a Rosa Luna, se enamoran, se casan y al tiempo se muda con ellos el cura José, ellos tres eran el motor del barrio.
--En el libro define a José como un gran relacionista público.
--Era un abrepuertas. Nadie le decía no a un cura, menos a uno tan carismático. Él era el que hacía las relaciones. Rosa era una gran gestora, un tractor, y Francisco era el estratega, el que tenía la visión en la cabeza y sabía qué camino recorrer para llegar a destino. Cuando en el barrio no había nada, ellos consiguieron primero la iglesia, luego la escuela primaria, que hoy se llama San José.
--¿Cómo fue en aquellos años la relación con la autoridades menemistas? ¿Y con el gobierno de Eduardo Duhalde, cuando transfirieron las escuelas?
--Siempre fue tensa porque nosotros íbamos a contramano, como el salmón. Ellos tenían un proyecto privatizador de la educación y nosotros de educación popular, derivado de la comunidad organizada. En realidad, Nación nos tendió una especie de trampa. La transferencia se votó a fines de 1991 y nosotros estuvimos todo 1992 abriendo anexos, cuando la transferencia finalmente se efectiviza, en 1994, las autoridades provinciales, Eduardo Duhalde como gobernador y Graciela Gianetassio como ministra, intentan cerrar los anexos porque supuestamente no tenían fondos para financiarlos. Entonces empezó otro proceso de lucha, que hasta derivó en una huelga de hambre, para defenderlos.
--¿Cómo se vivió el 2001?
--Cuando el país estalló, las escuelas ya habían estallado antes, ya tenían la crisis adentro. Especialmente las escuelas como las nuestras, que tienen una matrícula muy vulnerable en términos sociales. Las escuelas que pudieron atravesar eso fueron las que tenían inserción y apoyo de la comunidad. Yo, por ejemplo, recorría las comisarías buscando a los pibes para llevarlos de vuelta a la escuela. A mi me decían, "cómo podés tener acá a Fulano, que es violento, que es conflictivo" y yo les contaba la historia familiar y les explicaba que tener a ese pibe en la escuela para mi era un triunfo en sí mismo, y recién ahí me entendían. Tratábamos de salvarles la vida, de ofrecerles un destino. A veces perdíamos a algunos, eso para otros era un alivio y para mi era un dolor.
--¿Y ahora?
--La película es la misma, es la de los noventa, sólo que hay un piso más alto. Yo ahora estoy jubilado y soy consejero escolar, recorro los barrios y las escuelas, veo pibes tirando de un carro, cartoneando y me pregunto cómo nadie los lleva de vuelta a la escuela. La respuesta es que hay un Gobierno nacional que destruye la estatalidad. El daño a nivel cultural es similar al material. El barrio está muy convulsionado.