De todas las desventuras que prosperan en la vida de los hombres, una es andar estúpidamente detrás de los asuntos más irrelevantes.
La vastedad demencial de la imbecilidad, como magma rector de los vínculos humanos, es uno de los hábitos privilegiados del mono sapiens.
Intentaremos entonces encaramarnos en la pretensión de decir algo trascendente.
Somos criaturas esencialmente excretoras: salivas, sudores, mocos, vómitos, mierdas, orines y otros fluidos...
Podríamos almibarar lo escatológico y escondernos en una homofonía y decir que hablaremos de "eses", o quizá, para aligerar o empequeñecer la repugnancia, referir que las heces en cuestión son caprinas, albinas e inoloras.
Lo cierto es que, después de nadar, pensaba en estos tiempos de regodeo con la urgencia; hay quien afirma que ya caminamos más rápido que hace unos años, y que al visitar un museo admiramos sus obras artísticas durante mucho menos tiempo que en el pasado reciente, o que en Occidente practicamos las cuclillas con el talón desconectado del suelo, a diferencia de lo que ocurre en África, reflejando quizá otra manera de habitar el tiempo, más dinámica y esquiva a demorarse en la pausa.
Es dable pensar que, en los inicios del automovilismo, el Ford T, cuya máxima velocidad era aproximadamente de 65 kilómetros por hora, provocara vértigo a muchos.
Entonces pensaba yo que esta premura en el vivir seguramente afectó las disciplinas esfinterianas; definitivamente, hoy se emplea menos tiempo en mear y cagar.
Por citar ejemplos, en la obra de Rabelais, "Gargantúa y Pantagruel", una persona limpia su trasero con un ganso vivo y asegura que el animal es reutilizable además. Aunque estamos ante una sátira y, por tanto, quizá sea solo una invención literaria. Pero autores más leales a los hechos refieren que en la antigua Roma se usaban esponjas mojadas con agua salada o con vinagre, que los antiguos griegos usaban piedras, y en el caso de los inuits, aún muchos conservan la costumbre ancestral de usar nieve en invierno y musgo en verano. De todos modos, el elemento más común fue el agua cuando no escaseaba. Pero más allá de lo que se utilice, no supone hacerlo sometido al imperio de la prontitud.
Somos nosotros los que asistimos a esta mutación civilizatoria, atrapados en esta rueda de hámster maniaca, que, entre sus infinitas consecuencias, determina un reposicionamiento ético frente al culo y su higiene, la abreviación del procedimiento de lavado, la apocada responsabilidad afectiva, el desinterés y hasta cierta descortesía.
Entonces pensaba yo, que venía de nadar, en una pileta con más abundancia de excreciones humanas, en estos tiempos que las prisas destratan todo lo que palpita y florece, si podía sustraerme al enloquecido y trepidante ritmo del tiempo y demorarme y permitirme una pequeña digresión.
La generalidad de los seres vivos, los del reino animal, tenemos un órgano que ingiere alimentos y otro que expulsa desechos; los humanos solemos asearlos. El culo, además de un órgano excrementicio, es un órgano erógeno; debe operar una "pequeña esquizofrenia" para maniobrar con ese asunto, al menos en los neuróticos comunes, ya que no suelen juntar mierda y placer.
El culo, afectado por los destratos de las prisas, no es dogmático; se reescribe, es una república independiente y es consabido que dónde hay poder hay resistencia.
Zenón de Elea y su célebre paradoja de Aquiles y la inalcanzable tortuga dan cuenta de las espinosas y complicadas tramas del tiempo; la sustancia de la que estoy hecho, diría Borges. Más maradoniano, diría yo: "¡Se nos escapó la tortuga!"
Psicoanalista.