Imaginemos un encuentro ficticio entre Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, acérrimo defensor de la libertad de expresión y Antonio Gramsci, teórico político y filósofo italiano marxista, conocido por sus ideas sobre la hegemonía cultural y el papel de los intelectuales en la sociedad.

Sabido es que ambos protagonistas vivieron en épocas muy distintas y en lugares muy distantes. Jefferson ejerció su presidencia en los albores del siglo 19 (1801-1809) y Gramsci se empecinaba en terminar sus célebres cuadernos desde la cárcel más de un siglo después, bajo las penumbras del fascismo, en aquella península europea.

Es posible que el italiano haya leído al norteamericano, mientras que Jefferson murió sin siquiera saber de aquél, ni que un tal Carlos Marx no había empezado aún sus estudios sobre las relaciones laborales en los talleres textiles de Manchester.

Acá viene entonces lo mágico que puede generar un intencionado escenario contrafáctico. Muy útil para que ambos interlocutores puedan dialogar sobre una temática que apasionó a ambos, como es el interés profundo por los medios de comunicación, específicamente los diarios.

Supongamos que ambos se conocieron en el puerto de Génova, tal vez en ocasión de algún encuentro diplomático al cual Jefferson -tal vez preocupado por una posible invasión anglofrancesa- acudiría presuroso a dar sus argumentaciones en defensa de una Nación en etapa de alumbramiento.

En alguna pasarela cercana, ambos personajes caminan en silencio hasta que un periódico de pocas páginas lucha por mantener su integridad ante un viento que lo quiere descompaginar. Gramsci lo rescata y esa simple acción induce al debate.

La conversación comienza en un tono amable entre uno de los padres -o adaptadores- del concepto de “hegemonía” y que calificaba a los diarios como “partidos políticos sin estructura” y quien, como presidente norteamericano, pregonó su arriesgada preferencia de un modelo político de “periódicos sin gobierno, antes que un gobierno sin periódicos”.

Jefferson expresaría su devoción por la prensa libre como un pilar fundamental de la democracia. Y se permitiría categorizar a los diarios como un control necesario de los gobiernos, algo que Gramsci apoyaría fervientemente en el contexto de una constante distopía que le forja la dictadura de Benito Mussolini.

En el diálogo, ambos esconden cartas claves y que pondrían en apuros al concepto de la libertad. Esto, desde el momento en que Jefferson oculta -tal vez inconscientemente- que la libertad no está asegurada para la totalidad de hombres y mujeres en un territorio donde la producción es apalancada desde la esclavitud. En tanto, Gramsci postergaría para otra ocasión el concepto de “dictadura del proletariado”.

Además, Jefferson profundizaría en su postura de equiparar simbólicamente a los diarios con los tres poderes del Estado, como necesaria luz de alerta ante irregularidades éticas de los gobernantes de turno.

Es allí donde Gramsci se permite “cortar con tanta dulzura” para recordar que los diarios son, nada más ni nada menos, la herramienta útil de los poderosos de la economía y que los periodistas son sus “intelectuales orgánicos” que divulgan ese mensaje de dominación hacia las capas sociales obreras y desposeídas.

Por su parte, el estadounidense replicaría que una dictadura -de cualquier signo político- no admite expresiones de disidencia y menos que éstas se popularicen por los diarios.

Tras el intercambio, ambos cierran la conversación y se despiden con una visión esperanzadora. Y coinciden en que el diálogo, el intercambio de ideas y el poder de los medios son fundamentales para el desarrollo social.

Dejan para otra ocasión un debate más instrumental sobre la función del “trascendido” y del off the record en el periodismo que, por otra parte, se corresponde con etapas y tecnologías mucho más actuales.

Como una suerte de asunto pendiente, Jefferson le reclama a Gramsci que, para una próxima cita, le explique algo más sobre esa novedosa ideología que es el marxismo, aunque no por conveniencia, sino por simple curiosidad intelectual.

Gramsci, en tanto, vuelve de un arrebato a su prisión para escribir las últimas líneas de sus cuadernos y vive empíricamente las limitaciones de su propia libertad, añorando ese diálogo, aún con alguien de tan diferentes ideas políticas.

* Periodista y Doctor en Comunicación (UNLP). Autor del libro “La venganza de los profanos”.