Lo que se mantuvo inmutable fueron dos cosas: la pintura y Japón. Sí, Japón; esa pequeñísima nación insular del otro lado del mundo que sobrevivió a dos bombas nucleares. La vida es muy complicada y para poder avanzar (sobrevivir) algo tiene que quedarse quieto. En la biografía de Kazuya Sakai –artista, diseñador gráfico, locutor de radio, traductor y editor argentino– las cosas que no se movieron fueron justamente esas dos: la pintura y su devoción por la cultura de aquel país. De una manera muy hábil, logró trazar conexiones entre la cosmovisión japonesa y América Latina. Diseñó libros y publicaciones para difundir la cultura nipona y hasta participó de la edición que la revista Sur, esa publicación fundada por Victoria Ocampo, dedicó exclusivamente a la literatura moderna de aquel lejano lugar. Con paciencia y convicción, silbando bajito y sin molestar, Sakai introdujo en todo el continente las marcas de los resabios orientales que llevaba encima.
Kazuya Sakai nació en Buenos Aires el 1 de octubre de 1927. Cuando tenía apenas siete años sus padres lo mandaron a Japón para que estudie. Vivió allí hasta terminar la universidad –se recibió de Licenciado en Filosofía y Letras– y en 1951 volvió a la Argentina. Cinco años más tarde, a finales de 1956, se creó en Buenos Aires el Instituto Argentino-Japonés con el objetivo de difundir la cultura y la ciencia propia de ese territorio. Sakai formó parte de aquella institución: editó varias publicaciones, realizó traducciones y diseños, pero su labor principal fue dirigir la revista Bunka, a pesar de que sólo llegó a publicar apenas tres números. En paralelo, desarrolló una carrera dentro del mundo de las artes visuales, principalmente como pintor abstracto.
Algunos destellos de su producción aparecen reunidos en la exhibición Acta asiática: Sakai traductor, inaugurada en Pu chi pu li, un nuevo espacio de la ciudad de Buenos Aires dedicado a los cruces del arte del sudesteasiático con América Latina (el nombre refiere al refrán chino cuyo significado es “no demasiado familiar no demasiado distante”). En la muestra se recopilan óleos que Sakai realizó a fines de los años '50 y tintas de comienzos de los ‘60 –influenciadas por la caligrafía japonesa y el informalismo– y un conjunto de acuarelas y más tintas de los años ‘90, que evidencian su fascinación con el paisaje japonés. Además, se incluye material de archivo que da cuenta de su trabajo como traductor y editor de numerosas publicaciones que registran la importancia que tuvo como difusor de la cultura nipona en la Argentina. Desde hace 25 años, el acervo de Kazuya Sakai está bajo el cuidado de la galería Vasari.
Su trabajo pictórico y el rol que tuvo como agente cultural es imposible de escindir. Sakai habitó su obra como habitó su biografía: una conversación permanente entre Japón y un continente olvidado ubicado del otro lado del planeta.
EL CAMINO HACIA LA MONTAÑA
La primera vez que realizó una muestra en la Argentina fue en 1958. Había llegado de Japón hacía siete años, pero recién en ese entonces logró mostrar algunos trabajos en la Galería Bonino. A partir de 1951, trabajó en una decena de pinturas abstractas; de alguna manera, se sumó a cierta excitación por la abstracción que había comenzado unos años antes, en 1944, con la irrupción del arte concreto y la aparición de artistas como Tomás Maldonado y Lidy Prati –a quienes reconoció como referentes–, entre otros.
Los óleos reunidos en esta oportunidad, correspondientes a ese periodo de finales de los ‘50, guardan claras referencias con la caligrafía japonesa. Entrecerrar los ojos es suficiente para poder distinguir algunos caracteres de ese alfabeto. En este sentido, Sakai se distanció de los pintores abstractos que le sirvieron de referencia: hay un ancla a algo “real” en sus obras. Tal vez, quizás sin quererlo, estaba más cerca de un cubista, de una artista que deforma un poco el mundo real sin romperlo del todo, que de un artista concreto. Quizás su compromiso con la tradición japonesa era demasiado grande en ese momento como para romper y despedazar esas letras.
Sin embargo, el cambio de década trajo algunos cambios en su trabajo. Las obras de este momento que se exhiben en Acta asiática ya lo distancian de toda posible figuración. Las dos acuarelas incluidas muestran a un artista completamente abstracto: en una, dos triángulos con unos puntos que flotan en aire; en la otra, círculos y rectángulos verticales y horizontales. La década del sesenta significó para la obra de Sakai un desapego con los resabios figurativos que tenía al citar la caligrafía japonesa.
Y si Sakai habitó su obra como habitó su biografía, su llegada a la ciudad de México también marcó algunas modificaciones en su trabajo. En 1966 arribó al entonces Distrito Federal. Allí fue redactor en jefe y director artístico de Plural, la revista dirigida por Octavio Paz. Durante ese periodo, Sakai desarrolló su obra más geométrica y abrazó la abstracción de la música, esa cosa invisible que flota en el aire y entra en los oídos. En ese contexto, inauguró Pinturas: ondulaciones cromáticas y simultáneas, una exposición que reunió una serie de pinturas que llevaron como título el nombre de una composición sonora y de su autor (en paralelo, tenía un programa de radio especializado en jazz). Con estas obras, finalmente, Sakai se arrimó a sus referentes originales –Maldonado, Prati– ya que sus pinturas estaban formadas por abstracciones geométricas representadas por colores plenos: líneas curvas plasmadas sobre fondos violetas, rojos y azules (estos trabajos están actualmente en exhibición en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México).
Sin embargo, hacia el final de su vida volvió a tener un acercamiento a la figuración para retratar la geografía japonesa. En la muestra, hay dos obras que realizó en los ‘90 y que refieren directamente a su fascinación con el paisaje nipón: en las acuarelas aparece el monte Fuji y las montañas de Nagano. De alguna manera, después de años de desplazamientos –en términos geográficos y visuales–, Sakai volvió al punto de inicio. Su obra es ciento por ciento circular: esa tierra que fue una gran apertura cuando tenía siete años, de la que pudo separarse fugazmente durante su estadía en México, fue a la misma que volvió hacia el final de su carrera. Sakai no supo traicionar al origen, a la tradición.
SE VIVE Y SE TRADUCE
Escribe Corinna Gepner, la ensayista y prmiada traductora francesa, en su libro Traducir o perder pie: “No estoy sola cuando traduzco. Traduzco a un otro, a otros, traduzco para otros. También traduzco, lo quiera o no, mi época, su historia lejana o inmediata, cierto estado de la lengua, un horizonte de lectura. Y con ello, me inscribo en mi mundo, en mi tiempo. No puedo concebir la traducción como un actividad fuera del espacio y del tiempo, despojada de toda función social”. Si bien este texto fue publicado varias décadas después de que Sakai realizara un sinfín de traducciones del japonés al español, de alguna manera refleja el espíritu que tenía su hazaña.
El valor de esta muestra de Sakai es justamente destacar su trabajo como difusor de la cultura japonesa en Argentina y otros países. Las traducciones de este artista generaron una conversación entre la diáspora asiática y el campo cultural latinoamericano, quizás un intercambio que sólo fue percibido por unos pocos, pero que ahora se puede revisitar. En cada traducción algo se gana y algo se pierde: por un lado, un sinfín de personas acceden a un universo desconocido; por otro, algo del sentido o la intención original se pierde. Frente a este dilema, Sakai optó por la primera opción: poder garantizar que otras personas pudieran conocer lo que le fascinaba, sin que importara la pérdida que pudiera producirse. Mientras trabajó en el Instituto Argentino-Japonés realizó traducciones de textos de autores como Masaru Katsumie y también realizó otras traducciones para la revista Plural en México y para el Centro de Estudios Orientales de esa misma ciudad.
Su obra temprana es la obra de un traductor, sus pinturas reflejan ese pasaje de una lengua y otra. Las imágenes que devuelven los óleos justamente muestran lo que se gana y se pierde en ese pasaje de un idioma a otro, de la palabra a la imagen, de la caligrafía a la abstracción.
Per más allá de los beneficios y los perjuicios, el valor del trabajo de Sakai como traductor y difusor de la cultura japonesa radica en eso que señaló la ensayista y traductora de literatura latinoamericana Edith Groesman: “La traducción nos permite saborear la transformación de lo extranjero en lo familiar y durante un breve período vivir fuera de nuestra propia piel, de nuestros propios preconceptos e ideas erróneas. La traducción amplía y profundiza nuestro mundo, nuestra conciencia, de maneras incontables e indescriptibles”. La trascendencia de este artista, al interior del campo del arte argentino, debería medirse entonces a partir de la siguiente pregunta: ¿Qué tan capaz fue Kazuya Sakai con sus traducciones de recrear las características, las rarezas y peculiaridades de esa otra lengua y cultura a través de sus pinturas y sus textos? Revisitar el trabajo de este artista sirve para descubrir que la cosmovisión de una isla lejana no es demasiado familiar, pero tampoco demasiado distante.
Acta asiática: Sakai traductor se puede visitar en Pu chi pu li (Esmeralda 857) jueves y viernes de 15 a 19, o con cita previa. Gratis.