Los viernes, Quilmes se enciende sobre el escenario. En el corazón de esta movida teatral está Arte en Pie, un centro cultural con décadas de historia que hoy se reinventa como escenario de experimentación. Una sala con paredes de adobe blanco, ladrillos a la vista y ventanas de madera antigua se transformaron en el living de una estancia pampeana para la obra “Si un árbol cae en la Pampa”, con escritura y dirección de Juan Baio.
Raíces bonaerenses
A sus 42 años, este creador se define como alguien en constante autoindagación, alguien que no da por sentada su identidad, sino que la descubre en el día a día: “¿Soy lo que voy haciendo para ver quién soy?”, se pregunta. Formado en artes escénicas, su práctica trasciende el escenario: “me dedico al arte como modo de estar en el mundo. Intento ir contra lo que nos acelera y aliena, porque sé que hay un trasfondo poético que solo necesita que nos detengamos y respiremos para conectar con él. Si hago un mate, camino o charlo, sigo intentando estar presente, dar cuenta del acontecimiento de estar existiendo”, dice.
Su relación con Quilmes es profunda y compleja. Aunque siempre tuvo un pie en la Ciudad de Buenos Aires, donde buscó aventuras culturales desde adolescente, su identidad es conurbana. El territorio quilmeño, con su escasez de espacios teatrales y su público por conquistar, lo desafía a pensar cómo “hacer nacer un pueblo” que se reconozca en el teatro: “Quilmes me afecta porque es un campo donde hay mucho por hacer. Hay posibilidad, pero también dificultad. Me entusiasma pensar que puedo poner un pie acá con otros colegas y hacer crecer esa actividad”, dice.
"Si un árbol cae en la Pampa" es una tragedia grotesca con raíces bonaerenses. La obra nace de un proceso orgánico, casi fortuito. Un monólogo inicial, surgido en un taller de escritura con Mariana Mazover, evolucionó en una clínica de creación con Ignacio Torres hasta convertirse en una pieza teatral completa. Sin un plan previo, la historia se tejió a partir de imágenes e impulsos: “empecé con un pedacito de texto, una mujer en una cama, sin contexto. No había Pampa, ni estancia, ni otros personajes. Semana a semana, en el taller, fui escribiendo y ese mundo empezó a venir. No hubo plan, solo seguí un hilo que me llevaba”.
Ambientada en una estancia en decadencia en La Pampa, mezcla el grotesco gauchesco con influencias de Griselda Gambaro, Harold Pinter y David Lynch. La trama sigue a un matrimonio que alguna vez fue acaudalado, pero que ahora vive en la ruina: la casa se derrumba, el ganado se perdió, los peones se fueron. La mujer, enferma, y su marido, un citadino que no supo manejar la estancia, se hunden en una cadencia moral y física. La llegada de Rosalía, una criada, desata un triángulo perverso de poder, amor y tensiones edípicas.
La Pampa, con una selva que engulle la casa, no es solo un escenario, sino un reflejo de la dicotomía civilización-barbarie, un eco de las raíces bonaerenses que atraviesan la obra sin nombrarse explícitamente. “La Pampa es un territorio que conozco de mi infancia por viajar con mi padre que es veterinario y que me llevaba cuando iba a trabajar a algunos campos donde pasábamos algunos días y entre esa situación biográfica y mi propio recorrido como lector de ser muy fanático de chico del Martín Fierro, de la literatura gauchesca de Borges. Ese mundo de la literatura está en la obra también”, afirma.
Entre escena y platea
El elenco, compuesto por Ricardo Bustos (de San Francisco Solano), Sol Marqués (de City Bell) y Patricia Rivero (de Quilmes), ensayó durante más de dos años para dar vida a esta tragedia con humor grotesco. La decisión de trabajar con artistas del sur responde a un deseo de enraizar la obra en el territorio. La disposición del público y los actores se invierte, desdibujando la línea entre escena y platea. El lugar, vivo y mutable, parece dictar cómo contar la historia. Como relata el director: “Un día les dije a los actores: ‘Bájense, vayan del otro lado, yo me siento en el escenario y los miro’. Y ahí me di cuenta: las paredes, el estuco, la materialidad del lugar me remitían a la estancia de la obra. Fue una sorpresa. Dije: ‘Hacemos la obra al revés, metemos al público arriba del escenario y ustedes actúan del otro lado’”.
Esta decisión no solo responde a la arquitectura singular de Arte en Pie, sino a una poética que busca desnaturalizar los espacios, habitarlos de formas inesperadas. La obra se despliega en tres focos espaciales: un living central, un confesionario que aparece tras un telón y un hueco en forma de L donde la acción se desplaza. El público, envuelto por la escena, siente que está “en el medio de la cosa”, como describe el creador, sin que la experiencia sea participativa, pero sí inmersiva.
En un Quilmes donde la escena teatral ha sido históricamente rala, con pocos espacios y un público que a menudo mira hacia Buenos Aires, el teatro se convierte en un acto de resistencia. No se busca prestigio ni premios, sino vínculos con la comunidad. Cada función es un convite, un espacio para conmoverse juntos. Una anécdota ilustra esta conexión:
“En la última función, unas señoras nos escribieron a las 4 de la tarde: ‘Acá estamos, tomando el té, preparándonos para ir al teatro’. Después vinieron, vieron la obra, y al otro día nos mandaron un mensaje: ‘Fuimos, disfrutamos de la obra y después nos fuimos a comer una pizza’. Si no, se habrían quedado en su casa. El teatro pone en funcionamiento toda una cadena productiva”, afirma.
Si bien la escena teatral comienza a moverse con más fuerza gracias a iniciativas como el Consejo Provincial de Teatro Independiente (CPTI), la falta de espacios adecuados, la precariedad económica y la ausencia de un público habituado siguen siendo obstáculos. “Quilmes es una ciudad muy poblada, y a mucha gente le encanta el teatro, pero lo va a ver a Capital. Saben más de lo que pasa en un teatro del Abasto que de lo que hacemos en Arte en Pie o en Comunidad Contempo. Falta visibilidad dentro del territorio”, dice.
Otros modos de existir
En un país donde los ajustes afectan a los más vulnerables —pacientes oncológicos sin medicamentos, personas discapacitadas sin asistencia, jubilaciones de miseria—, el teatro no pretende ser una herramienta revolucionaria al estilo de Brecht, pero sí un espacio de sensibilización poética. “El teatro nos vuelve el mundo más extraño, nos detiene, nos hace ver de nuevo. Es una función micropolítica: expande la sensibilidad, desautomatiza la percepción. Como decía Pizarnik, es mirar una rosa hasta que se te pulverizan los ojos”, dice Baio.
Para este artista hacer teatro es una forma de imaginar otros modos de existir, un espacio para vulnerarse, para dejar que lo colectivo afecte y transforme: “el teatro es mi manera de vivir espiritualmente en el mundo, de mantenerme conectado con lo que late. Me ayuda a no ser tan chiquito, a no pensarme tan importante individualmente. Todas las vivencias que me dio estudiar actuación, que me requirió abrirme, vulnerarme, redundaron en mi vida”.
Por ejemplo, hace siete u ocho años, en Roque Pérez, un pueblo en La Pampa al lado de Lobos, dio clases con su amiga Sofía Martínez durante dos años a un grupo que apenas había tenido contacto con el teatro. Para él fue increíble ver cómo se entusiasmaron. “Hoy, algunos de esos “pichones”, como les digo, están en las redes, y veo que formaron una compañía, uno dirige, hacen cortometrajes, intervenciones en pulperías, cosas que antes les parecían inimaginables. No es que les enseñamos todo, pero nuestra presencia ahí encendió un chispazo que ellos tomaron y desarrollaron. Para mí, el teatro es como una excusa. Es estar fuera del tiempo. Ayuda a no pensar solo en uno, a no volverse neurótico”, recuerda.
En este contexto, "Si un árbol cae en la Pampa" es más que una obra: es una excusa para reunirse, para detenerse, para poetizar la existencia. En Arte en Pie, el público no solo asiste a una función, sino que se sumerge en un espacio que respira la historia que se cuenta. Cada viernes, Quilmes transpira teatro, resistiendo la alienación y la crisis con un acto colectivo de creación y encuentro. Con cada función, con cada espectador que se conmueve y se queda a comer una pizza, se teje un público que, poco a poco, empieza a nacer.
La obra se puede ver hasta el viernes 30 de mayo en Vicente López 93, Quilmes. La función es a las 20:30 y las entradas pueden adquirirse a través de Alternativa Teatral.