La pintura de Luis Centurión es, nada más y nada menos, que eso: pintura. Simple. Modesta. Transparente. Sin segundas intenciones aparentes, o al menos no en su superficie. Con colores vibrantes y plenos, el entrerriano Centurión –que nació en Concepción del Uruguay en 1922 y murió en Buenos Aires en 1985– creó un corpus que retrató figurativamente algunos episodios de la vida cotidiana: desde unas frutitas verdes, hasta mujeres rubias que posan sobre el techo de un edificio al lado del riachuelo. Algunas de sus pinturas pueden volver a verse en la muestra Y de hay, presentada en la galería Calvaresi Contemporáneo. Las obras reunidas para esta exhibición fueron realizadas entre finales de la década del ‘50 y los últimos años de los ‘70.

Centurión comenzó a presentar su trabajo en 1947, ya instalado en Buenos Aires, con una muestra individual en la escuela de arte Altamira. Poco antes, se había insertado en cierto circuito cultural porteño, mientras participaba de la traducción colectiva de Ferdydurke, la novela del polaco Witold Gombrowicz editada originalmente en 1937, y que luego fue publicada en castellano gracias a ese grupo de amigos que dedicaron tardes enteras a culminar la tarea en el bar Rex. A partir de ese momento, Centurión comenzó a ocupar otros espacios de la escena local e incluso consiguió reconocimientos internacionales: fue invitado a participar de la cuarta Bienal de San Pablo y a la primera Bienal de México. En 1960 viajó a Europa y se instaló en París hasta 1966, año en el que volvió a Buenos Aires. Actualmente, poseen obra suya el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y diversas colecciones del país, como así también de América latina, Estados Unidos y Europa.

Numerosas firmas reconocidas, como la de Manuel Mujica Lainez, escribieron sobre su obra. En La pintura Argentina del siglo XX, el ya icónico libro del crítico Córdova Iturburu, se incluye un pasaje, curiosamente en el capítulo dedicado a los artistas definidos por el autor como “no figurativos”. Entre la biografía de Alberto Greco y Luis Waisman, aparece un pasaje dedicado al entrerriano en el cual Iturburu justifica su decisión de colocarlo entre los abstractos, a pesar de tratarse de un pintor figurativo: “Centurión resuelve sus cuadros en el plano, esquematiza las figuras y los elementos hasta reducirlos a despojados contornos que encierran planos realizados en tonos vivos que el artista sabe oponer y armonizar”. Esta clave de lectura que ofreció Iturburu sobre el trabajo de este artista es interesante por dos motivos: primero, porque le resta importancia a lo que los cuadros efectivamente muestran (una mujer, un paisaje, una naturaleza muerta por caso) para señalar el gesto, la intención de sintetizar todo, de transformar una cosa o una geografía en apenas un contorno; segundo –y en consecuencia de lo anterior–, porque deja atrás el tema de la pintura, elimina la dimensión temática y no le da lugar a la pregunta “de qué habla la pintura” para poder habilitar otro tipo de preguntas vinculadas a la forma y al color, al interrogante acerca de cómo se puede generar sentido desde los aspectos materiales, o formales.

Eso que advirtió Iturburu, la pretensión por sintetizar y esquematizar todo, se puede ver en las pinturas reunidas para esta exposición. Allí, las naturalezas muertas son unas frutas planas reducidas a circulos verdes con centros rojos y amarillos. Un puñado de mujeres tumbadas en el suelo que, como señala el texto que acompaña la muestra, dialogan con aquellas obras del japones Kumagai Morikazu (Gifu, 1880-1977) en el sentido que “liberan planos, despojan contextos y pintan mujeres de espalda, casi de la misma manera”. Las únicas pinturas que sí incluyen un poco de contexto son dos retratos de Edith –la dama rubia y sin apellido que aparece en reiteradas oportunidades a lo largo de su obra– que se ubican en La Boca y la pintura que se titula “Visita al taller”. El resto son la nada flotando sobre otra nada de color.

A lo largo de su vida, Centurión esbozó algunas teorías sobre la pintura y el arte argentino en general. Algunos de sus postulados fueron incluídos en un libro cuyo título es el mismo que esta exhibición. Además, junto al artista Líbero Badii, a mediados de la década del 60, desarrolló el concepto de “siniestrismo”. Cada uno de ellos escribió un manifiesto por su cuenta, pero que hablara del pensamiento de ambos. Es curiosa la selección de ese término para referirse a una obra como la de Centurión, que parecería estar completamente alejada de cualquier imagen que “siniestra”. En sus términos, este movimiento vino a proponer una manera simple de hacer las cosas, la sencillez por arriba del enrosque.

Juan Laxagueborde apunta en un texto escrito para la ocasión: “Un segundo después de pensar la no relación entre las imágenes de Centurión y el siniestrismo se abre una veta para pensar en la actitud, en qué habrá querido hacer, por qué habrá dedicado su empeño de juegos serios en votar por el concepto de Arte Siniestro. Tal vez se puedan concluir dos razones. Por un lado, que lo siniestro para Centurión no está necesariamente en las obras sino que ser artista es lo siniestro. Por el otro, parece señalar ciertos por detrás de la primera visión que sus cuadros nos dan como una advertencia sin centro para que sigamos ahí”. Esta observación habilita la posibilidad de pensar que detrás de esas imágenes descontextualizadas, planas y pretendidamente ingenuas, tal vez, hay algo más, algo impreciso, algo latente que espera ser descubierto.

...Y de hay... se puede visitar de martes a domingo, de 13 a 18, en la galería Calvaresi Contemporáneo, Defensa 1136. Hasta el viernes 16. Gratis.