El fin de semana pasado, Agustín Laje —uno de los principales detractores de la llamada ideología de género en Latinoamérica— presentó Globalismo en un evento en la Feria del Libro. Después se lanzó a una gira por Latinoamérica. Laje es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Córdoba, influencer formado en Washington en “tácticas de contraterrorismo”, autor de Generación Idiota y El libro negro de la nueva izquierda, este último junto a Nicolás Márquez.
Laje es sin duda uno de los principales responsables de haber dado forma y letra a una subcultura de derechas que, en Argentina, desde hace varios años, tiene gran adherencia entre adolescentes y postadolescentes -fundamentalmente- varones, a los que cautiva por YouTube mediante una directriz ideológica que cruza ideas conservadoras, liberales y nacionalistas. todas alineadas en función de lo que llaman batalla cultural.
“Globalismo” refiere una ideología política que pretendería subordinar el poder de los Estados nacionales a organismos supraestatales. A menudo, según el autor, el globalismo se nutre de las ideologías progresistas y woke.
Se trata de una palabra relativamente nueva que irrumpió en el vocabulario político en los últimos años y que es usada como punto de acuerdo entre dirigentes muy distintos entre sí. No es La Libertad Avanza el único espacio político local que ve a los organismos internacionales —curiosamente, Laje menciona a todos menos al FMI— como una suerte de agentes de injerencia foránea o parásitos de soberanía.
Laje presenta al globalismo como continuación de los autoritarismos del siglo XX donde incluye al nazismo, el fascismo y el estalinismo. El movimiento globalista continuaría a aquellos autoritarismos, con la salvedad de que, en lugar de exacerbar el nacionalismo, busca establecer una gobernanza global.
Ahora bien, ¿en qué contexto y a qué lectores les habla Laje en su libro? La mayoría de los sectores nacional-conservadores a nivel global hoy rechaza la etapa más agresiva del proceso de globalización, lo que explica el enfoque antiglobalista que adopta el influencer ultraderechista. La propuesta globalista se encarna según este autor en Organizaciones Internacionales Públicas, ONGs y Foros Mundiales. Y se expresa en la Agenda 2030 de desarrollo sostenible de la ONU.
En ese mismo marco, muchas corrientes de la derecha radical se enfrentan a lo que nombran como la “casta globalista” y también a lo que llaman “comunismo”. No distinguen entre uno y otra. Consideran que el comunismo resurgió —después de la caída del Muro de Berlín— bajo nuevas formas, especialmente a través de lo que identifican como “marxismo cultural”. Este tendría como principales preocupaciones hoy a la justicia social, los feminismos, los derechos de la comunidad LGBTI y la agenda socioambiental.
Como prueba del vínculo entre globalismo y comunismo, las derechas radicales citan los “desafíos globales, diversos e inclusivos” de la ONU. Por supuesto, también entran en esa lista organizaciones internacionales como el Banco Mundial, el BID, la OEA, la CIDH, Open Society Foundations, BlackRock y Ford Foundation.
Lo que Laje expone en Globalismo está alineado, punto por punto, con lo que Donald Trump representa en términos geopolíticos cada vez que enarbola un discurso en defensa de la civilización occidental, el nacionalismo y la denuncia de la “dictadura de Bruselas”, por ser la sede política de la Unión Europea.
No es de extrañar que por fuera de su círculo de lectores, a Laje se lo acuse de promover teorías conspirativas: Globalismo es un libro de 600 páginas donde no hay análisis cuantitativos que sustenten sus conclusiones. No hay números, estadísticas, ni datos de publicaciones científicas, más allá de sus lecturas entre líneas, como si hubiera transcripto sus subrayados de los artículos de Klaus Martin Schwab -- presidente del Foro Económico Mundial-- y los documentos públicos de organismos internacionales como la OEA y la CIDH.
Seguramente no certifica lo que dice con datos por fuera de sus interpretaciones porque tampoco existe una comunidad de colegas y lectores que le demande esas responsabilidades, en un contexto que la filósofa italiana Marina Garcés caracteriza como “radicalmente antiilustrado”, donde el conocimiento validado —es decir, la ciencia— sufre descrédito y mala reputación.
En este libro los objetivos de la Agenda 2030 son enumerados, pero solamente eso. Y la verdad es que hay que hacer un ejercicio de omisiones muy grande para ver en ellos una declaración de deseos porque sí, o caprichos. La agenda sustenta sus propuestas en datos científicos que no son citados por Laje.
Uno de los mayores problemas con Globalismo es que plantea una discusión en apariencia erudita —600 páginas, bibliografía de seis páginas, un recorrido histórico ambicioso: que va desde la Revolución Industrial hasta el presente— pero al fin y al cabo, lo que hace es una cruza de géneros ensayísticos.
Ahora bien, créase o no, el libro de Laje es en gran parte una crítica al capitalismo. Por algo se dice que hoy estamos ante derechas que le disputan a las izquierdas su capacidad de indignarse frente a la realidad y de proponer alternativas. De ahí la pose de patear el tablero con discursos contra las élites —en este caso globalistas— y el establishment.
Ahí encuentra también fuerza la descripción que Laje hace de “las élites globales que diseñaron la Agenda 2030” y la narrativa de "la casta" tan efectiva en 2023 en Argentina. Claro que ese concepto ahora resulta difícil de sostener, luego de un año y medio de gestión: algunos de los peores exponentes de la casta se ven perfectamente aferrados a sus cargos en los tres poderes.
Pero el blanco de Laje no es el capitalismo como sistema, sino el capitalismo compatible con ideas progresistas. Es decir, aquel que es percibido como cínico o hipócrita por promover discursos y acciones asociados a la “responsabilidad social empresarial”.
Otro problema es que el libro se basa en una mirada reduccionista de ese tema hasta la caricatura. Parece querer decir algo así: como las máximas de la responsabilidad social de las empresas suelen incluir invitaciones a promover hacia adentro la no discriminación de poblaciones históricamente vulneradas, entonces, los feminismos, el antirracismo y todo tipo de activismo woke no tienen más vuelo —ni una historia, un desarrollo teórico, callejero y demás— por fuera de la utilización que Soros o Bill Gates hacen de ellos.
No habría una historia de lucha y de producción teórica contra el racismo, y luego, una manifestación de apoyo explícito al movimiento Black Lives Matter por parte, por ejemplo, de Starbucks. No. Si Starbucks se apropia de BLM -o si es hipócrita mostrándose como empresa amigable con el movimiento- puede ser una discusión interesante pero es otra discusión. Porque, por cómo está presentado en este libro, el antirracismo para Laje no es más que un invento de los organismos internacionales y/o las multinacionales friendly.
En su, como mínimo sesgada, lectura de la historia, Laje presenta al movimiento de mujeres, al antirracismo y a la historia del activismo LGBTI como efectos de políticas corporativas, campañas de marketing. Y no al revés, cuando toda una biblioteca con origen en el siglo XIX es prueba de lo contrario.
En el último capítulo La hora de los patriotas, Laje concluye con un llamado a la resistencia, enfatizando la importancia de instituciones tradicionales como la familia y la Iglesia. Acá es donde el sentimiento antiglobalista encuentra su mayor fundamentación: porque el objetivo de la gobernanza global sería antinatalista.
Lo que sí es interesante del libro es que ayuda a entender qué hay en concreto detrás de los discursos que el presidente Milei pronuncia, por ejemplo, en Davos. Funciona como un libro gordo de los neoconservadurismos del siglo XXI.
Detrás de esas escenas -de esos arrebatos frente al atril que parecen disparates a contramano de los datos- hay una teoría mayor, muy elaborada, sobre un supuesto plan de control -globalista- contra la natalidad. Un disparate macro que organiza los demás, aquellos que aparecen en forma de pequeñas piezas en el discurso del Presidente.
Dice Laje: “Disminuir la natalidad se presenta como una prioridad para los globalistas, una verdadera obsesión, cuyos caballos de Troya se llaman aborto e ideología de género”. Por eso es tan usual escuchar a referentes de ultraderecha decir que detrás del derecho al aborto o del matrimonio igualitario hay una supuesta conspiración global, encabezada por entidades que van de George Soros al Foro de Davos, cuyo objetivo es la reducción de la natalidad con un brumoso objetivo biopolítico —la referencia a Foucault es constante— de control social.
De ahí que Laje interpela “a las familias y a las iglesias a articular con los partidos políticos patriotas del mundo, a los que caracteriza como ‘Nueva Derecha’”.
Hay un motivo más para leer Globalismo, además de entender cómo piensa uno de los principales ideólogos de las ultraderechas latinoamericanas, que no se desprende tan directamente de sus contenidos. Quizás, para quienes podrían acercarse a este libro desde “otra biblioteca”, esta sea una oportunidad para el autoanálisis de un progresismo que optó por librar sus luchas principalmente en el terrenos parciales, sin lograr traducirlas en propuestas que mejoraran radicalmente la vida de las mayorías; que permaneció instalado en límites o zonas de confort y, en muchos casos, llegó a jactarse de una supuesta superioridad moral que, al examinarse con atención, resultó no ir mucho más allá del plano de la declaración.
La invitación que plantea Laje —voluntaria o involuntariamente, no importa— sirve para repensar algunos puntos ciegos de los proyectos populares. En menos palabras: una oportunidad para volver con paciencia, tripas-corazón y honestidad intelectual, al famoso: ¿y por casa?