Mientras suenan acordes distorsionados en la sala, Rosanegra y Cesare se encuentran en el escenario. El primero, de pelos rosados, kilt escocés y remera que grita "Freedom" en brillantina, se abraza con el segundo, de vestido negro, pelos rojo fuego y una guitarra eléctrica que prácticamente no suelta en toda la obra.

Corre el año 2002 y la crisis de diciembre de 2001 en Argentina dejó un saldo de varios muertos, un país en ruinas y una juventud a la que el lema punk del "No hay futuro" se le incrustó en el ADN más que nunca. Por supuesto, ninguno de ellos tiene un peso, o quizás algún Patacón en el fondo del bolsillo, y ante la desolación del día a día no les queda otra que recurrir a algunas de las armas de construcción masiva que la comunidad LGBTIQ+ siempre tiene a mano para combatir la incertidumbre: el amor, el humor, la resistencia y, sobre todo, el arte.

Mientras Rosanegra busca qué vender para pagar su diminuta habitación de una pensión pulgosa de San Telmo y poder convivir con su novio Christian, Cesare toca la guitarra sin pausa, trabaja como data entry en una oficina alienante, y poco a poco ve materializarse una realidad que golpeó fuerte a gran parte de la generación de entonces: el exilio hacia tierras algo más prósperas, en busca de un puñado de futuro, de una mínima promesa de bienestar o, al menos, de refugio.

Dirigida por Emiliano Figueredo, escrita por Peter Pank e interpretada por Peter Pank y La Joan, "Por favor, no escuches el CD" es una adaptación de la novela homónima de Peter, publicada en 2019 por la editorial Sarasa, que ahora suma capas de rock alternativo y espacios de la contracultura homocore (es decir, el punk orgulloso de ser marica) que supo brillar entre gritos, sudor y glitter en las doradas noches de los años 90 y los 2000, de la mano de fanzines como Homoxidal 500 de Rafa Aladjem y Resistencia de Pat Pietrafesa, de circulación fuerte en los festivales autogestivos Homocore y Belladona, entre otras maravillosas conspiraciones contra la normalidad.

Mediante la evocación del pasado, pero con claras referencias a un presente que se percibe y perfila como el eterno retorno de la misma crisis, los mismos errores y políticas trágicas de la década del 90, “Por favor, no escuches el CD” explora un abanico de problemáticas y sueños que la convierten no solo en una comedia musical que rompe estructuras y causa una inmediata empatía y ternura, sino también en una historia colmada de fibras existenciales de toda una generación que vivió y sobrevivió el ocaso con la energía puesta en la creatividad y la autogestión del existir cotidiano, como es el caso de “Poesía Pizarnik”, la banda de rock alternativo de Rosanegra y Cesare, que en sus melodías homenajea a David Bowie, Nirvana, o ejecuta versiones distorsionadas de clásicos de Jacques Brel, entre otras influencias.

El amor pasional hasta dársela en la pera también ocupa un lugar privilegiado en esta historia, tal como lo atestiguan el enamoramiento inmediato y desbordado de sexo y diversión de la relación entre Rosanegra y Christian, sus picos de éxtasis, altibajos y desencantos, junto con la resistencia en esa comunidad de pares alojada en los sótanos, ocupados por quienes siempre pierden en una sociedad exitista y frívola, pero que en realidad siempre ganan al no rendirse ante la caza de brujas de la normalidad-familia-trabajo, anteponiendo el grito de “Homo, rebelde, únete!”, tan utilizado en las convocatorias de los festivales Homocore de aquellos tiempos.

La nostalgia de la que se nutre “Por favor, no escuches el CD” no se ancla en el pasado sino que funciona en diversos y variados niveles: como documento histórico de una época trágica aunque cargada de comunidad, celebración y lucha; como experiencia para comprender por qué los errores del pasado deberían enseñarnos alguna vez algo útil en Argentina y, sobre todo, para recordar con amor y camaradería a las miles de personas que huyeron de un territorio en ruinas buscando salir del desastre que se las (y nos) comía vivas sin anestesia.

Pero, entre todas esas capas, la obra de Pank dirigida por Figueredo se concentra más que nada en una triple metáfora que habita una triple frontera que, en definitiva, es una y la misma: el ascenso y la caída de una relación amorosa, el de un país entero y el de una banda de rock inundada de sueños, y entre ellos, el de grabar un disco. Los artilugios de la pasión, las grietas del territorio y el arte como barricada contra la frustración son aquí una montaña rusa a la que se suben estos dos personajes del under porteño sin freno y sin pausa, dejando como resultado una obra plagada de risas, una empatía inconmensurable por dos seres imbatibles, un puñado de canciones para corear a la salida y varias cosas que repensar en este presente, tan tristemente similar a aquel desdichado comienzo de siglo.

Funciones: domingos 18 y 25 de mayo a las 20 en el Espacio Tole Tole, Pasteur 683.