Ezequiel Barco nunca lo vio jugar a Bochini. Cuando el pibe nació, en el ‘99, ya habían pasado ocho años del partido despedida del Bocha. El arquero Campaña no debe tener ni idea de quién era ‘Pepe’ Santoro. Meza seguro que no sabe que a Bernao le decían ‘Loco’. Gigliotti solo debe tener alguna aislada referencia de Mario Rodríguez, lo mismo que Tagliafico del ‘Chivo’ Pavoni. Pero hay algo en los genes, en la sangre, en la transmisión histórica que hizo que este Independiente jugara como jugó, que mostrara la personalidad que mostró, que se plantara en una final como aquellas al que llamaban Rey de Copas se plantaba en el Centenario, en el Maracaná, en el Nacional de Chile, donde tocara.

El equipo de Holan se quedó con la Copa Sudamericana porque le alcanzó con el empate, pero hizo méritos para quedarse con la victoria en un partido cambiante, de ida y vuelta en el que, por supuesto, pudo haber perdido porque los brasileños tuvieron sus chances.

Independiente estuvo a la altura de su historia, de las circunstancias, de lo que significa una final. Ya lo había hecho en el partido de ida con una victoria incuestionable. Lo hizo en la revancha, en un estadio que siempre fue difícil para los argentinos, ante un rival que también tiene lo suyo y que se agranda de local.

Uno de los méritos de Independiente fue precisamente el de desinflar de a poco a su rival, de jugarle de igual a igual en varios pasajes del partido, y en tener coraje para manejar la pelota, no rifarla, y sostener la idea del juego siempre. Hay que tener mucho coraje para pisarla en el área como lo hizo Bustos en un momento muy caliente del partido, o como lo hizo el propio Campaña.

El equipo de Holan no se enamoró prematuramente del resultado que iba consiguiendo y que le daba la Copa; no se metió atrás, no se resignó a aguantar, y cuando tuvo la pelota y mientras el cuerpo aguantaba trató de jugarla. Fue tan bueno lo del Rojo que los hinchas de Flamengo terminaron en silencio, ya desde un rato antes del final. Los hinchas visitantes, los hijos y los nietos de aquellos que seguían a Maldonado, a Navarro y compañía en los años de gloria, saborearon el gusto dulce de la victoria que engrandece.