"Falsos Profetas" es la tercera obra de Jonas Volman que explora "el lado B de la magia". Se trata de mostrar a los magos como personas comunes y corrientes que buscan en la ilusión y el truco una forma de vivir más encantadora. Entre el biodrama y el invento, entre la performance y el show, cinco magos profesionales (Lautaro Butta, Jorge Freire, Sebastián Frígoli, Facundo Kovalink y Tomás Agustín Sarquis), revelan la intimidad de un oficio que moldeó sus vidas hasta el punto de cambiarles la identidad. 

Todos son “el mago” de sus grupos de amigos y trabajos. “Uno nunca deja de ser mago”, repite la obra como leitmotiv. El material lucha por no traicionar los secretos y pasiones de sus intérpretes, mientras cuestiona nuestra percepción del asombro en la búsqueda de lo inexplicable. "¿Hace falta que suceda algo extraordinario para que nos sorprendamos?", esa pregunta sostiene la obra, que es más un poema que una demostración de trucos, para eso están los shows de los muchachos, pareciera decirnos el director. Magia y filosofía se entrecruzan mientras se asiste a sus primeros recuerdos, las fallas, los errores, los deseos y hasta la pelea entre dos magos de los noventa, porque en el fondo todo mago es también un showman, alguien que tiene al público entre sus manos como a una baraja.

“Cuando sos mago, siempre estás pensando en la magia. Desde chamuyar en una cita hasta alegrar a niños en el Cabildo, la magia es una herramienta para conectar con la vida desde otro lugar. Hay una emoción difícil de explicar cuando chasqueo los dedos y la moneda desaparece”, afirma Facundo Kovalink, uno de los intérpretes de la obra. Kovalink es oriundo de Banfield, y confiesa que le costó empezar a estudiar magia porque no encontraba ningún lugar en la zona sur. Sus padres lo alentaron en la búsqueda y lo llevaron a tomar clases en el Bar Mágico de San Telmo. “Mi papá me acompañaba con el auto y se quedaba las dos horas que yo estaba en la escuela de magia, me esperaba afuera y después nos volvíamos. Hasta que de a poco empecé a hacer el viaje solo y conocer el mundo de la Capital”, dice y relata que ese encuentro transformó su mirada sobre el arte. “Yo veía a los artistas como algo lejano, utópico. Veía las cosas por televisión o Youtube. No tenía idea de que había un under. Ahí conocí gente que no solo hacía magia, sino que cantaba, actuaba, bailaba, hacía reír”, dice este mago, que además es actor, comediante y productor de televisión.

Sebastián Frijol es otro mago uriundo de la provincia, esta vez, de Vicente López, pero dió sus primeros pasos como mago en el Teatro Maipú de Banfield. Comenzó a estudiar magia por Youtube a los 16 años y luego se formó con Roberto Mansilla. Si le preguntan, prefiere el término “ilusionista”. Frijol dejó la carrera de Química para sumergirse de lleno en los artificios, y actualmente estudia Dirección de Teatro en la UNA.

La distinción entre mago e ilusionista es un tema recurrente en la obra. Kovalink, a eso, responde con humor: “Lo que vos quieras que yo sea, lo soy. Eso es parte del truco”. “El mago trabaja con las expectativas ajenas, entrenándose para entender dónde está la atención”, explica Frijol. Para él, el arte de la magia consiste en un ejercicio constante sobre la atención del otro. “El mago juega con los ritmos y la monotonía, preparando el terreno para un momento de sorpresa. Es similar a lo que ocurre en la comedia. Por ejemplo, al sacar una carta del bolsillo repetidamente, el público espera que la tercera vez aparezca la carta elegida. Sin embargo, en lugar de eso, el mago puede revelar un mazo entero, mientras la carta correcta está en la otra mano, o incluso sorprender con algo inesperado, como un pato que sostiene la carta en su pico. Esa explosión de lo impredecible es la magia”, dice.

La vulnerabilidad también es central en la obra. “Cuando un truco sale mal, toda esa fantasía se derrumba”, reflexiona Frijol, pero Kovalink lo contradice: “Me gusta la equivocación, siempre puede ser cómica”. En Falsos Profetas, los magos no son profetas infalibles, sino artistas que comparten sus pasiones y fragilidades. Si bien la magia suele ser un arte solitario, esta obra es un espacio donde cinco magos colaboran, expandiendo sus perspectivas. “El único lugar donde un mago no se siente el mago, es junto con otros”, aclaran ambos. 

Al parecer, en Argentina, existen numerosos espacios de encuentro que fomentan la colaboración, como la Entidad Mágica Argentina, los clubes de magos de La Plata, el Bar Mágico en San Telmo y el Bazar de Magia, entre otros. Estas escuelas y clubes son fundamentales para quienes se inician en el arte del ilusionismo. Kovalink, que se formó en el Bar Mágico, dice que esa experiencia le abrió un abanico de posibilidades que transformaron su forma de pensar. Para aquellos que, como él, se entregan por completo a la magia, esta se convierte en una obsesión. “Terminas pensando como mago las 24 horas, los 7 días de la semana”, explica.

Sin embargo, reconoce que la comunidad mágica no está exenta de tensiones. Sin intención de criticar, él percibe estas dinámicas como parte del ambiente mágico. Hay magos para los que hablar del detrás de la magia es casi pecado. A pesar de estos desafíos, la existencia de escuelas y clubes sigue siendo un pilar esencial, ofreciendo a los magos un espacio para aprender, compartir y alimentar su pasión por un arte que, aunque a menudo solitario en el escenario, florece en la colaboración y en eso hace piel esta obra, que justamente busca mostrarnos, todo lo que sucede a espaldas del truco incluso la cofradía que hay entre ellos. Uno de los personajes en un momento de la obra, dice, “al final uno se mata queriendo hacer el truco más original, y los únicos que nos damos cuenta somos nosotros”. De alguna forma, la eterna pregunta continúa siendo para quién se actúa, o para quién se hace magia.

Los muchachos, entre risas, cuentan que saben de un mago que hizo magia para lograr la visa y se la dieron. También cuentan historias de amor y alguna que otra anécdota que mejor no nombrar. “Pero no podemos volar ni hacer cosas de superhéroes. Si los tuviéramos, no estaríamos en un teatro vestidos de traje; estaríamos salvando el mundo o, quién sabe, liderando una secta. Pero no: somos artistas, profetas de nuestro oficio, de nuestra tierra”, dice Kovalink.

Ahí radica la paradoja que define esta obra. La premisa, propuesta por el director, es que la magia no está solo en el truco, sino en los artistas que lo ejecutan. La magia es un arte, un momento de distracción, una ficción que el público elige creer. “Ese es el corazón de ser un falso profeta: amar y defender un oficio que a veces suena patético, a veces canchero, pero que es, en esencia, lo que somos.Vivir como mago es habitar esa contradicción diaria. En el mundo real, somos personas comunes, pero en el escenario nos ponemos un traje y convencemos a la audiencia de que hacemos lo imposible. Y lo es, porque la magia es imposible, y lograr que el público lo sienta así es nuestra mayor victoria”, afirma Kovalink.

Antes y después de la función los magos circulan por el espacio y ofrecen todos los trucos que el espectador sediento ansía. Para matar el hambre y la sed, se puede visitar a pasos del teatro, la cantina chilena “Lo de Checho” y completar así la velada pipón e ilusionado. La obra va todos los martes de mayo hasta las 20:30 en Área 623 (Pasco 623, CABA).