Si bien los trágicos griegos son los que mayor profusión desarrollaron el mito de Edipo, tomándolo de un poema épico de La Odisea, Freud lo extrae de la tragedia de Sófocles haciéndolo, de ahí en más, conocido por doquier. Hoy en día, la banalización del complejo contrasta diametralmente con lo que dice Freud cuando afirma que ningún descubrimiento había provocado una oposición tan acérrima. Luego, será elevado al rango de rasgo identificatorio de la comunidad analítica como trazo que define su pertenencia. Freud sostiene que históricamente el reconocimiento del Edipo se fue convirtiendo en el santo y seña que distingue a los partidarios del psicoanálisis de sus adversarios.

Freud habla por primera vez del Edipo el 15 de octubre de 1897[1]. Se trata de un momento muy particular ya que días antes le había dicho a Fliess que no creía más en su neurótica. Caía la teoría de la seducción como el pilar que sostenía la etiología de la neurosis. El Edipo estará en el lugar de ese cimiento derrumbado: "Un sólo pensamiento de validez universal me ha sido dado. También en mí he hallado el enamoramiento de la madre y los celos hacia el padre y ahora lo considero un suceso universal de la niñez temprana".

El complejo de Edipo es una noción tan central en el psicoanálisis como la universalidad de la prohibición del incesto, a la cual está ligado. Se podría pensar que Freud habría elevado un descubrimiento hecho sobre él mismo en su autoanálisis a la dimensión de un universal para el inconsciente, procediendo por un camino inductivo: de su caso particular, concluye en una regla universal. Este trayecto es el que él desaconseja en relación a cada análisis ya que recomienda al analista tomar cada caso como único, olvidando lo general e incluso lo que aprendió en otros casos. ¿Si el Edipo es la estructura común a todos, acaso esta estructura no enmascara el goce más íntimo, más singular, más secreto disimulado en los motivos edípicos que el sujeto comparte con sus congéneres?

Fue en el Seminario 17 donde Lacan sello la frase: “Más allá del Complejo de Edipo”[2], repetida hoy innumerables veces por la comunidad lacaniana sin ser desbrozada en profundidad. Generalmente se la toma como una suerte de meta a alcanzar en la que el analizante arriba al descubrimiento de su propio goce, lejos de imputarlo a la triangulación parental. Seguramente ese es en gran parte el camino del análisis pero no es exactamente aquello que Lacan formula en el Seminario en cuestión en el que el “más allá” alude a la conceptualización de Freud y a la suya propia en los primeros Seminarios.

Ya en Freud, encontramos, si se quiere, con un “más acá del Complejo de Edipo” cuando considera que el complejo de Edipo cumple una función de desconocimiento. En la conferencia 21 dice: "Para la época en que la madre deviene objeto de amor, ya ha empezado en el niño el trabajo psíquico de la represión, que sustrae de su saber el conocimiento de una parte de sus metas sexuales. Ahora bien, a esta elección de la madre como objeto de amor se anuda todo lo que el esclarecimiento psicoanalítico de las neurosis ha adquirido importancia tan grande bajo el nombre del 'complejo de Edipo'"[3]. El amor edípico supone, entonces, un trabajo de sustracción y de represión de las metas pulsionales. Para entender, por ejemplo, la manera en la que opera esta elisión, vale recordar lo dicho por Freud en otro texto: "Creo, por extraño que suene, habría que ocuparse de que haya algo en la naturaleza de la pulsión sexual misma desfavorable al logro de una satisfacción plena"[4]. La prohibición de goce, centro del complejo, vela así a la imposibilidad de goce pleno; dicho de otra manera, el goce interdicto conduce a la suposición de que ese goce sería posible si no estuviese vetado.

El alcance universal del complejo indica un universal montado en el padre, interdictor, muerto, objeto finalmente de odio y de amor. El complejo nuclear de la neurosis alberga así hondas raigambres religiosas que no se le escapan a Freud cuando sostiene que en el Edipo se encuentra el origen de la religión, la ética y la moral. Ya San Pablo, en el pasaje más famoso de sus escritos, el versículo 7 del capítulo 7 de la Epístola a los romanos, sostiene que no hay pecado anterior o independiente de la Ley, la Ley, pues, crea el pecado, o mejor, la Ley crea el pecado al prohibir el deseo:

“Pero el pecado, aprovechando la oportunidad del mandamiento, produce en mí todo tipo de codicias. Sin la ley, el pecado está muerto. Alguna vez yo viví sin la ley, pero cuando llegó el mandamiento, el pecado revivió y yo morí, y el mismo mandamiento que prometía vida demostró ser muerte para mí”[5].

Pablo de Tarso ilustra, de manera ejemplar en esta frase, el circuito de la morbosidad mortificante de la prohibición y el deseo. La interdicción crea el pecado, constituyendo al goce como ilícito y culpable. Paradójicamente, transgredir la ley no quiere decir otra cosa que ser obediente a sus designios, verse compelido irremediablemente a desear lo prohibido, alienarse inexorablemente en el deseo del Otro. Lacan ubica en el fin de análisis un amor fuera de los límites de la ley, amor que podemos pensar como no amarrado a este circuito, más allá pues del deseo transgresor generado por la Ley, más allá entonces del complejo de Edipo. En cuanto a Freud, se podría pensar en una dirección similar cuando dice que el hombre debe vencer el horror al incesto con la madre o con la hermana. Es interesante rastrear el contexto en el que llega a esta conclusión. La prohibición edípica produce en muchos sujetos un desdoblamiento de la vida amorosa, personificada en el arte por el amor divino y el terrenal, si aman a una mujer no la desean y si la desean no pueden amarla, así degradan al objeto sexual y supervaloran al amado, cercano a la madre. La mujer amada es, por esta proximidad, un objeto prohibido con quien no puede desplegarse el goce sexual confinado a destinarse sin escrúpulo a la mujer degradada. Freud estima posible --con Lacan-- un amor más allá de la ley cuando ante el mencionado atolladero dice:

“Aunque parezca desagradable y, además, paradójico, ha de afirmarse que, para poder ser verdaderamente libre, y con ello verdaderamente feliz en la vida erótica, es preciso haber vencido el horror a la idea del incesto con la madre o con la hermana”[6].

El horror a la idea del incesto confluye con la atracción que genera, producto de la misma prohibición. Vencer ese horror implicaría necesariamente traspasar el complejo de Edipo, afirmación de un goce no basado en la transgresión.

Silvia Ons es psicoanalista.

Notas:

[1] Freud, S; Obras Completas, trad. J. L Etcheverry “Fragmentos de la correspondencia con Fliess”. Carta 71, T! Amorrortu editores. Bs As, 1976.

[2] Lacan, J; (1992) El Seminario. 17.” El reverso del psicoanálisis” trad. Enric Berenguer y Miquel Bassols , Argentina, Paidós,1992 pp 126-28

[3] Freud, S, Obras Completas, opt.cit, T XVI, p. 300

[4] S. Freud, “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, en Obras completas, opt.cit, t. XI, p. 182.

[5] Carta a los Romanos, 7 - Bíblia Católica Online https://www.bibliacatolica.com.br/biblia-latinoamericana/carta-a-los-romanos/7/

[6] Freud, S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa”, opt. cit., p.179