“Se equivocó la paloma, se equivocaba”

Rafael Alberti

Por estos días en los que una de nuestras ficciones –El Eternauta- se revela como fuerza contra hegemónica con su potencia de disputa de sentidos, en estos tiempos en los que los jubilados se rebelan y guerrean con valentía inmemorial, mientras que las “fuerzas del cielo” vienen a querer significar y producir pastoral y aterrorizada sumisión, por estos mismos días, digo, las fuerzas que Todas las fuerzas (película escrita y dirigida por Luciana Piantanida) propone, muestra, construye, son precisamente aquellas fuerzas capaces de discutir el sentido de las palabras “libertad”, “colectivo” y “común”, entre otras. Es desde la periferia marginal de los "desechos" que la película fuerza y arrastra al espectador.

Judith Butler nos habló del "Derecho a aparecer" como esa fuerza performativa capaz de instituir existencia, rebatir el mandato de invisibilidad y de olvido. Esa fuerza que no empieza y termina en una propulsión lingüística o discursiva únicamente, sino que nace y crece en la medida en que ponemos el cuerpo. Se trata de una fuerza no "espiritual" sino por entero material. Una misma fuerza material se atreve a discutir la colonialidad, en nuestras ficciones y en nuestra realidad.

En este país fundado y atravesado por corrientes migratorias herederas de varias de las catástrofes que marcaron el siglo pasado y las catástrofes de hoy, migrar sigue reclamando definiciones y discusiones. En ese sentido, el punto de vista de Todas las fuerzas es el de una mujer migrante, marrón y pobre. La interseccionalidad (entramado de opresiones) deja de ser un concepto para surgir con todos sus tantos matices, componentes y efectos.

Todas las fuerzas es una discusión del encierro en muchas de sus versiones, explora el cuidado, la amistad y la potencia de los vínculos en los que alguna palabra se des-silencia. Celia Santos, la protagonista, es una actriz descomunal o, mejor dicho, una actriz que logra hacer descomunal la sobriedad. Sus gestos son mínimos, su voz leve, su temperamento es más parco que "amoroso" y sin embargo destila amorosidad en la medida en que sabe preguntar y escuchar. Esa es su primera magia en escena. Habrá otras. 

Todas las fuerzas es una interrogación respecto de esa palabra: fuerza. ¿Quién la tiene? ¿Quién la usa y para qué? ¿Quién será capaz de disputar su dominio, sus confines? Todas las fuerzas es un ensayo acerca de las puertas. Los vocablos inanimados que el gesto de romperlas o traspasarlas o abrirlas y cerrarlas inaugura. Las puertas que disciplinan, prohíben, enjaulan o distribuyen "derecho de admisión" dejan de ser vectores de intimidación y se vuelven apertura poética que contamina e interpela el uso del espacio y los modos de habitar que nos damos.

Una migrante no puede, casi todas las veces, cerrar puertas ni tampoco abrirlas. Puede, entonces, colarse y puede mover lo inmovible con extraños poderes. A veces puede ser objetalizada y hacerse puerta: pasaje para que otros pasen por sobre ella, a través de ella. Para que otros pasen, a través de ella, cosas que les importan. El cuerpo de una migrante muchas veces se vuelve transporte.

Me interesa detenerme en el punto de vista que la película propone. Hemos dado por obvio como punto de vista hegemónico de las historias de ficción a los varones blancos, de clase media para arriba (El libro de Rebecca Solnit La madre de todas las preguntas es muy recomendable, en ese sentido).

Esta película instituye otro punto de vista: el de una mujer, migrante, racializada y pobre. Es ella la que lleva adelante la investigación que la película narra. Una migrante investiga el destino de su amiga desaparecida y mientras investiga eso investiga los resortes y márgenes de su propia migración. Una migrante es alguien entrenada en alojar los elementos desalojados, por ejemplo, la vejez. La muerte. La precariedad. El miedo. Migrar es desarmar esa mamushka de jaulas que se suceden, que son sucesivas e interminables. La película despliega el tránsito entre territorios y pertenencias, entre la vida y la muerte, entre memoria y olvido. Todas las fuerzas es una lupa puesta sobre esos dificilísimos pasajes.

Nuestra ciudad y nuestro país, nuestro mundo, están hechos de migraciones, desalojos, destierros y violencias. En clave local la película ilumina una condición universal: el precario e indestructible lazo con la tierra en la que aprendimos a hablar y a amar.

El migrante es fuerza vuelta insumo para sostener la vida hegemónica del nacido o criado terrateniente, pero –en ciertas ocasiones- puede devenir fuerza insumisa.

Hay películas que son obras de arte, artefactos de investigación. Nos fuerzan a recorrer los caminos que nuestra memoria alberga, al mismo tiempo que nos arrojan a caminos nuevos y desconocidos. 

“¿Tu corazón aún sigue sintiendo?” Una amiga le susurra a la otra, mientras se acurrucan en el quechua. Es que hay lenguajes cómplices que solo la amistad conoce. Y la amistad es una fuerza abolidora de fronteras.

Todas las fuerzas es pura sensibilidad poética y agudísima lectura, implacable en el trabajo de sus detalles. La imagen es una composición de la que las y los espectadores no queremos irnos ni salir. Un territorio para quedarnos, una patria de cobijos para los desterrados, una lupa para los gestos que destierran, un inventario de violencias con las que convivimos, a las que aprendimos a no ver. 

Una imagen abre y cierra la historia, la de la paloma, las palomas: figuras metafóricas que nutren la historia (cuento hasta ahí para no spoilear), imágenes ligadas a la figura del intruso, amenaza o peligro, que las y los migrantes tanto conocen. 

La ficción, suelo decir, es ese dispositivo que hace existir cosas que no existen y des-existir cosas que sí. La ficción es un territorio en el que decidimos qué historias y verdades contamos y cuáles pasamos de generación en generación, porque ficción es también ese recurso invaluable que logra hacer que algunas historias empiecen a contar, a importar. O no dejen de importarnos nunca.