No sé cómo se llama mi fe. No es religiosa, es la fe que me asalta cuando, en los momentos duros de este país, y viví varios, surfeo por lo que no se dice y trato de entenderlo y de intentar comunicarlo.

Creo en los símbolos y en las señales. De todo tipo. Quizá no sea una fe sino un trastorno. Pero me aferro a los pálpitos y los ecos. A las conexiones y los paralelos. A las paradojas y los síntomas. Estoy ahí observando, escuchando, leyendo, fisgoneando, para entender las narrativas contrapuestas y qué zonas de pensamiento muerto se trafican (los que repiten lo que dicen los otros), y qué zonas aportan vida a las palabras. Las palabras son el primer paso hacia la recuperación de la soberanía que nos robaron. Cuando un gobierno le roba soberanía a su propio país, por más que haya sido votado, no puede mejorarle la vida a nadie. La soberanía que ya no tiene era su herramienta para hacerlo.

Cada uno, en este tiempo agónico y esperpéntico, busca una balsa y se va naufragar. El otro día no me acuerdo quién me dijo: ¿Por qué no quiere la balsa para no naufragar? No supe qué decirle.

Uno de mis libros, de 2002, se llamó Crónicas del naufragio. Era una compilación de contratapas de todo el 2001. De enero a diciembre. Me lo había pasado viendo señales, escenas cruzadas, cambio de hábitos en el supermercado, el aeropuerto, en las marchas, en los piquetes, en la televisión. Es como pegar la oreja al suelo, para escuchar el sonido subterráneo de la vida cotidiana, en la que nadie tiene tiempo para pensar y en la que en estas épocas crueles se multiplican los ataques y la violencia, redirigida del opresor al oprimido circunstancial que se termina enfrentando. Como siempre, pero esta vez todo obscenamente explícito, en una pantomima monstruosa que nombra, renombra, todo.

El bien es el mal y el mal es el bien. No pienso localmente, pienso en la reconfiguración de las mentes de enormes porciones de población. No saben, no contestan, pero votan circo sin pan. Oesterheld, como Huxley, sabía que lo peor llegaría no cuando prohibieran los libros, sino cuando nadie leyera.

Los resultados de las elecciones del norte dan una señal política, pero también moral y neurológica. El hecho de que la mitad de la población no haya votado es el resultado que alimenta la ultraderecha, su logro. Ahora Milei, que trastorna su discurso diariamente, acota “casta” a “política”. ¿Se dimensiona? Quitar de la mente de los condenados la noción de que el voto es la única palanca que sube o baja su propia situación.

Los que andamos con máscaras estamos azorados por el regreso del fascismo al que nadie llama fascismo. Acá, mucho menos que en Estados Unidos. ¿Escuchamos a De Niro? Quién diría acá lo mismo en un escenario topísimo. Nadie. Porque estamos perseguidos. No es un alerta. Alerta era hace dos años. Ahora se corre riesgo, ahogan la libertad de expresión de quienes pueden romperles el hechizo.

No hay contraataque sin repolitización masiva. Estamos lejos y mal parados. Pero “Estado” y “política” es lo primero que hay que liberar del discurso fascista instalado.

Las señales de la política son amargas. No logramos sintonía. Confiamos en la unidad al final, pero ¿sirve al final? Porque nos estamos faltando el respeto. No parece ser ese un camino épico, y es épico combatir a un enemigo despiadado. No estoy describiendo un detalle. Es nuclear el afecto en la lucha. Lo colectivo es dionisíaco, libidinal. Pertenece al orden de lo mágico en lo real. Por momentos, la dirigencia parece no entender el contexto, hundida en el texto de las boletas.

En este estado desolador, aparecen León XIV y El Eternauta. Aparece Oesterheld. Es una forma de aparición argentina inédita. En ningún otro lugar del mundo un asesinado hace medio siglo junto con sus cuatro hijas podría reaparecer de esta manera que corta el aire, porque nos cuenta lo que nos pasa.

 

Hay un correlato claro y directo entre los valores de Francisco, de León XIV y de El Eternauta. Todo gira alrededor de valores que se hegemonizaron gracias a Rerum Novarum. La iglesia además de otras cosas hoy es la contracara de las ultraderechas. Y Francisco fue estratega hasta en su muerte. Qué pena que no llegó a ver El Eternauta. Pero alguien le preguntó, el año pasado, cómo se sale de este mundo podrido que sigue el camino de la muerte. “Con justicia social, no hay otra”. Creo que la respuesta de Oesterheld, que es el verdadero viajero del tiempo, es la misma. De eso no habla la serie. De eso hablan él y sus cuatro hijas.