La cultura y los pintores, la arquitectura y las fachadas extraordinarias, la producción económica por delante de la fe religiosa, calles que ofician como “fronteras” de clase, el “conurbano rosarino”, los 300 años “raros” que la ciudad celebra; son algunas de las temáticas alrededor de las cuales Daniel Santoro se explaya, durante la mesa de diálogo a la que fue invitado Rosario/12, en la inauguración de "Panorama de Rosario", la pintura de 18 metros lineales que el artista plástico ofrece en Centro Cultural Contraviento (Rodríguez 721).

A la manera de un papiro legendario, o una comic strip gigante, Daniel Santoro recorre distintas “islas” -así las llama-, que ofician como “estaciones”, en las que algo se grafica para que algo suceda, de manera importante y simbólica. La relación entre las islas delinea una ciudad posible y abstracta, supeditada a la forma que de ella figure quien observe. La Rosario que fue, la que podría ser, la Rosario promesa, luminosa y no menos oscura. El trabajo –realizado especialmente para la ocasión, además de ser la primera vez que Santoro pinta sobre Rosario- se integra a "El Teatro de la Memoria", expuesto en el Museo Nacional de Bellas Artes; más concretamente, son las láminas e imágenes que inician y cierran la obra las que se corresponden con aquella otra; entre ellas y a la manera de un gran insert, Santoro agrega lo relativo a Rosario.

La apreciación de "Panorama" admite la mirada cercana, próxima, que atisba los trazos del artista, pero también la más general, para admirar al todo en su conjunto y elegir las posibles relaciones entre las islas, más allá del orden secuencial. Un recorrido que es, también, cíclico; pasible de ser iniciado donde se quiera, atrapado en un loop necesario: Rosario, ¿ciudad mito? Así parece rubricarlo la técnica utilizada: dibujo sobre papel, realizado con carbonilla y pigmentos terrosos.

“Rosario es una mítica ciudad creada in illo tempore, y como todo territorio mítico está y fue habitada por grandes y maravillosos personajes y a la vez por inescrupulosos seres primitivos ávidos de presa, que no han renunciado a la violencia elemental”, explica Santoro. Rosario/12 le acompaña durante los comentarios y las explicaciones que ofrece, mientras recorre su propia obra. “Las Mellizas del Palacio Minetti, por la soja y los cereales”, aclara; “ésa es la boga sojera, está mutando porque come los granos de soja que caen en el puerto”. Aparece un dato documentado y sin embargo ignorado (¿intuido?) por Santoro: su dibujo deja ver al Parque de España en ruinas, sin saber que efectivamente el lugar sufrió un derrumbe hace pocos años.

“El mural de Messi; el Capitán Piluso, caído, de quien sigue brotando leche”, continúa. Piluso es uno de los gigantes que Santoro privilegia: tumbado, en posición gulliveriana, de su vaso vierte una leche interminable que alimenta a los niños. Su brazo aparece ajado y hachado por el tiempo, así como los árboles que lo rodean. Del agua que rodeaba a las primeras islas, se pasa ahora a un bosque enramado, situado entre líneas horizontales (ramas) y verticales (troncos); algo que tendrá su explicación más adelante. El otro rostro y cuerpo queridos son los de Fontanarrosa, dispuesto entre “el escenario de Teatro El Círculo, pero con los pies en Cine El Cairo”. “Allí están Saer -prosigue-, la Catedral, la Bola de Nieve; son como restos de una posible excavación. Aquí la gente saludando al Monumento a la Bandera, que se va, como un barco; y esto es también un interrogante: ¿el río pasa frente a Rosario o Rosario pasa frente al río?”.

“Las Mellizas del Palacio Minetti, por la soja y los cereales”


La isla que ofrece amparo es la de la música, sus árboles confunden, como si estuviesen en ellos mismos tallados, a “Litto, Fito, Baglietto, Silvina”. “Allí hay dos cogiendo, porque también hay que coger”, aclara. Hay un monstruo que parece milenario: “El surubí de cuatro metros, ¡es lindo que haya monstruos del río!”. La mención de Lucio Fontana -“el tipo que inaugura el arte contemporáneo en Italia”-, propicia la ocasión de sumar otros nombres que admira: Daniel García, Grela, Vanzo. Hasta llegar a la imagen que reúne todo, que a todo lo hace posible: el Árbol de la Vida.

“Es el intento de unión con un eje vertical, el Árbol de la Vida, el que conecta con la divinidad, con la necesidad de una trascendencia, para poner en orden la creación. Los humanos estuvieron a cargo de los asuntos del planeta por un tiempo, pero fue un corto tiempo; tal vez, este tiempo haya terminado y empiece una nueva situación. Para que eso no suceda, uno tiene que sujetarse al sentido vertical, a la trascendencia. Hay algo arriba, y sería aquello que puede hacer que ese habitar no sea simplemente horizontal y se disperse. En el Árbol de la Vida hay dos columnas: la misericordia y la severidad. En los templos hebreos hay también dos columnas, las de Salomón; una es emblema de la severidad, y la otra de la misericordia. El vacío del medio es donde se produce la cosa. En ese tránsito entre severidad y misericordia, la cosa sale o se frustra”.

Tras el árbol que hace posible que todo sea, figura finalmente Domingo Faustino Sarmiento, en una efigie dura, pero “con la gente mojando las patas en la fuente”. “Civilización y barbarie”, concluye Daniel Santoro; y la pintura se recompone íntegra e ilumina de otras maneras. La misma historia, la misma ciudad, otra vez será contada.