¿Cómo definir una charla con “El Negro”? Posiblemente, sea una tarea más que compleja, porque se navega constantemente entre el sarcasmo, el chiste, la risa pícara y al mismo tiempo, entremezclándose en el relato, un cúmulo de experiencias y sensaciones donde aparece la sabiduría de un hombre que ha caminado las calles del mundo con su cámara al hombro.

El Negro Pardo gusta de sentarse y ver pasar a la gente, tomar un café, comer un buen plato sin mayores lujos, renegar de la sociedad actual y sus representantes, y al mismo tiempo, con ojos ávidos y siempre abiertos, convertirse en un analista filoso de lo que rodea y sucede como especie humana situada en el norte del país más austral del planeta.

La historia de El Negro sigue escribiéndose, porque su ser inquieto y una mente llena de ideas, así como un amor irrefrenable por hacer cine, como él mismo la define, le permite contar historias, son una pasión que lo desvela.

Pardo rememora que un mago lo marcó desde changuito y que con esa magia se movió durante toda la vida, tocando con la varita una y otra historia en este o aquel lado del mundo para darle vida a la imaginación y poder ver aquellas ideas reflejadas en la pantalla grande.

Pardo en su estudio de publicidad de Buenos Aires (Imagen: gentileza Rolando Pardo)


¿Quién es Rolando El Negro Pardo?

—Es medio complicado… pero, a ver, he sido criado en una casa de mujeres, entre mi bisabuela, mi abuela, mi madre, mi tía abuela, mi tía bisabuela, era un convento de Carmelitas y todas religiosas, y de ahí he salido yo. Mi hermano mayor se fue con mi padre y mi hermano menor, con mi madre. Mi bisabuela alquilaba habitaciones, era una casa muy grande en la Deán Funes entre Leguizamón y Rivadavia (en la ciudad de Salta), una casa con tres patios y no sé con cuántas habitaciones… entonces ahí me crié jugando, y solía vivir un mago que se llamaba “Sammy, el mago”, y de chiquito, cinco, seis años, veía ese mundo, y él me sabía llevar a los cumpleaños que hacía, y eso me entró en la cabeza. Después empecé a jugar al rugby en Gauchos, y de ahí, con un amigo, nos hicimos muy conocidos de un tipo que se llamaba Tato Cardozo, que fue el hombre que abrió y tuvo todos los boliches de música de aquel entonces. Él me enganchó para que sea DJ de un lugar muy famoso que se llamaba UFA, y ahí me metí. Pero da la casualidad, todo es una cadena de cosas en la vida, que yendo al boliche ese lo conocí el flaco Carreño, me hice muy amigo y él empezó a ser mi maestro de foto; el me metió, me instó a la fotografía y de ahí no paré. A los 16 años ya trabajaba en la revista El Gráfico sacando fotos. Iba a Tucumán, Jujuy y acá en Salta, eran las tres provincias que cubría, y acá venía un tipo a quien adoré porque fue un gran maestro, el periodista Carlitos Ares, que estuvo exilado en España muchos años por cuestiones políticas, él me ayudó muchísimo, me ayudaba a buscar cuál era la mejor foto para lo que él escribía. A la vez tuve otra gran suerte, que todos mis amigos, la mayoría, amén de los del rugby, eran todos poetas, pintores y escultores, tipos mayores que yo. Así que con ellos me forjé y de ahí empezó mi deseo de querer contar historias, hasta que me decidí por el cine.

Rodaje en Entre Ríos, año 1991 (Imagen: gentileza Rolando Pardo)


Pero comenzaste desde la fotografía…

—La foto me llevó a querer contar historias y me fue bien porque empecé ganando premios en el Abril Cultural y en la Universidad de Salta. De ahí, con otro amigo, nos fuimos a Londres a estudiar fotografía, estuvimos un año allá viviendo juntos con otros salteños, éramos una truope; compramos equipos y aprendimos fotografía publicitaria sobre todo. Y ahí me vine ya con las ganas del cine, pusimos un estudio de fotos con el que nos fue muy bien, pero yo ya tenía decidido no seguir en Salta, ya no me hallaba. Me fui a hacer el ingreso al Instituto de Cine a Buenos Aires y en el examen me tocó la suerte, todo fue una seguidilla de acontecimientos de mucha suerte, creo que ahí agoté todas las posibilidades de suerte de mi vida de entrada (se ríe), me tomaron el examen Barney Finn y Cavalotti, y el presidente de la mesa era nada más y nada menos que José Martínez Suárez, el hermano de la Mirta Legrand. Y el tipo me dijo, "Contá una historia", y le conté una historia de trenes y cosas así, “qué lindo” me dice, “pero me interesaría más que hablar de cine que me hable de la literatura salteña”. Y yo tenía todos mis amigos poetas, sabía todos los poemas, y le recité un soneto todavía inédito de Jacobo Regen, y el tipo me dice, “repítalo”, lo copió, "espere un momentito", y se fue a la oficina de la secretaría y llamó a Alicia Chibán, salteña, para corroborar si era real. Después nos hicimos hermanos, íntimos amigos, un hombre que me llevaba 30 años.

Ahí te recibís...

—Antes de terminar arrancamos con La Redada, escribimos con el Teuco Castilla el guión, la metemos para que nos den un crédito y nos dan lo que eran $500.000, era la época de Alfonsín, vino el Plan Austral y los 500.000 se transformaron en 50.000, nos mataron. Así que esa película la tuvimos que hacer con ese dinero, hubo que pasar rastrillo al guión, destruirlo.

Rodaje de La Redada. Pardo (derecha) junto al Cuchi Leguizamón (Imagen: gentileza Rolando Pardo)


Hablando de La Redada, es una película icónica que también toca una temática muy particular, ¿Cómo llegan a esa idea?

—Porque el Teuco tenía un cuento que se llamaba La Redada y tocaba la historia, en el cuento estaban los mendigos, él hablaba solo de los mendigos, después le incluimos el ángel, a los militares que salían de una manera, pero que en la versión original salían como personajes jodidos, malos. Acá se entró en una clave de humor que no sé si fue la lo más feliz, realmente hoy me lo pregunto y no sé, tal vez no. Hasta Manuel Antín me dijo, "Antes de estrenar te financio y vos sacale todas las partes que haya de ironía". También, antes del estreno, la vio la Lita Stantic para hacer la posproduccion pero vino el levantamiento de La Tablada, los cara pintada y ahí empezaron las amenazas fuertes, a tal punto que el Teuco me dijo: “Ya tomate un avión, yo te mando la guita, rajate porque te van a boletear”, muy feo todo. Después se calmó con las “felices pascuas” de Alfonsín. La cuestión es que en el 91 la logramos estrenar, hizo un recorrido bastante grande por festivales y le fue bastante bien, aunque teníamos mucha amenaza de Bussi, de los bussistas, por suerte Página/12 nos ayudaba mucho.

Haciendo un salto temporal, estuviste en el juicio a Antonio Domingo Bussi…

—Estuve, nos invita el secretario de Derechos Humanos de Tucumán a presentar la película en uno de los centros clandestinos en Tucumán, ahí la pasamos y después fui con otros amigos de Derechos Humanos de Salta al juicio de Bussi, no me dejaron entrar, pero de afuera lo vi, por pantalla.

Con Emir Kusturica en la Escuela Internacional de Cine y TV (Imagen: gentileza Rolando Pardo)


Volviendo atrás, luego de La Redada, te vas a Cuba…

—Me invitan en el 95, Juan Vera, que es el productor de Patagonik, ahí trabajo durante 5 años. Yo ya no quería estar en Buenos Aires, era un despelote todo. La cuestión es que viene Dolly Pussi, ella estaba de directora de producción en la Escuela y me dice, "Venite a Cuba”, y me fui, me invitaron para asesorar las tesis de los chicos que se graduaban de ese año.

Ahí, entre otras cosas, filmás "Ala de colibrí", el primer video clip de la carrera de Silvio Rodríguez, algo poco común y poco conocido…

—Fue muy interesante… el Silvio es un personaje raro y a la vez un tipo muy simple. Por un lado le molestaba el video porque decía que la gente se divertía más viendo las imágenes que escuchando la música, “no puede haber competencia”, decía, en parte tenía mucha razón, además era el primer videoclip que él hacía de su música.


¿Como era esa Cuba que viviste?

—Todo era muy vertiginoso, y estar en Cuba de por sí ya era una cosa extraña, se vivía una dualidad increíble porque la escuela era un mundo aparte; en la escuela tenías tu comida, tu alojamiento, incluso había hasta un grupo electrógeno, porque los cortes ya existían, acababan de salir del periodo especial y la gente estaba jodida. Era vivir en esa dicotomía, a decir del Gabo (Gabriel García Marquez), "El país más cerca que tenemos es Cuba", pero con eso hablaba también de lo internacional de la escuela, además de que no había censura. Es más, uno de los primeros documentales que se hicieron fue “¿Qué va a pasar el día que Fidel muera?” y Fidel vivió como 15 años más.

¿Con quién compartiste ahí?

—Ahí estaban los grandes cineastas; vi discusiones de Coppola con Ettore Scola, discutían sobre cine y en la misma conversación hablaban de los espaguetis, de la salsa. Y por ahí estaba Ralph Fiennes del Paciente inglésSpielberg, Matthew Robbins, que era un gran guionista, él me enseñó un montón de cosas, fue el guionista de las primeras películas que hizo Spielberg, un tipo inteligentísimo. Después, productores como los que hicieron La Misión, los Monty Python, eran todos profesores. Después hicimos migas con Emir Kusturica, todos esos andaban ahí. Los cineastas españoles iban todos, grandes técnicos de primer nivel, eso es lo que tenía la escuela. Aparte tenía un plan de estudio interesante que lo armamos nosotros con gente de afuera y cubanos, también muchos argentinos porque yo acudía a los profesionales argentinos. En esa época la escuela contaba con un fondo que apoyaba mucho el gobierno cubano.

Junto a Gabriel García Marquez (Imagen: gentileza Rolando Pardo)


¿Y de ahí te vas a España?

—Hago un interrupto y de ahí me voy a España otros 5 años, hago la película "Cantando bajo la tierra", que la produce Televisión Española y vuelvo a Cuba invitado para cambiar el plan de estudios de la escuela por el Gabo, Julio García Espinosa y Fernando Birri. La escuela era un mundo cosmopolita de profesores, de alumnos, había de África, de Asia, de Europa, de Estados Unidos, de Japón, de Latinoamérica, de Bolivia, Argentina. Todos por supuesto rendían el ingreso y salieron muy buenos cineastas. En Cuba también logro hacer "Pequeña Habana", que me va muy bien, es la película con que mejor me fue a pesar de haberla hecho sin nada, me salió creo que 3.000 dólares, pero la hice entre amigos, éramos tres, un sonidista, un cámara y yo.

¿Como se te ocurre la idea?

—Porque una vez vi una motocicleta que venía hacia el auto donde yo estaba entremedio de unos palmares. Venía sola y se me venía encima, yo digo, "Este se me va a meter en el medio, me va a matar la moto”, yo decía “la moto”, porque se veía eso, y resulta que venía agachado un enanito arriba de la moto, tenía una moto hecha para él, como una Harley Davidson pero toda chiquitita. Lo vi y dije, "No puede ser”, después vi otro enano más… esta historia se la conté a Terry Gilliam de Monty Python y le encantó, al Gabo también le gustó.

Tenías vinculo cercano con él…

—Tenía mucha cotidianidad. Él iba dos o tres veces al año a dar talleres y nos veíamos mucho. Gabo daba un taller que se llamaba “Cómo contar un cuento” y después escribía un libro y donaba tanto lo que recaudaba en el taller como la edición del libro para la escuela. También donaba todos los reportajes y entrevistas que le hacían, él las cobraba y daba directamente el número de cuenta de la escuela, era muchísimo dinero, fue un tipo clave, fundador y sostén de la escuela. Cuando se murió el Gabo la escuela perdió mucho, como perdió mucho con la muerte Fidel, que era un imán, un ícono. Las historias de la escuela son impresionantes, las comidas, las noches, terminaban los talleres y nos juntábamos, sonidistas, por ejemplo, de la Nouvelle vague, que habían estado y te contaban historias, tipos que después habían trabajado con Fellini, hombres con una gran experiencia.

Rodaje de Pequeña Habana (Imagen: gentileza Rolando Pardo)


Y ahí te volvés a Argentina…

—Me vuelvo a Buenos Aires un ratito y ya me vengo para Salta. Pongo una productora para hacer cositas, hice unos documentales sobre América Latina, sobre cómo se formó América Latina en cuanto a las colectividades, a los pueblos originarios y, por supuesto, la llegada de la conquista.

Estuviste mucho tiempo fuera de Salta, ¿Cómo fue volver después de 25 años?

—Estuve más la mitad de mi vida, fue extrañísimo volver. Me fui a vivir a la casa de mi vieja, pero además vine porque estaba mi hija acá, a la cual veía todos los años pero extrañaba mucho, extrañaba a mi abuela, a mi madre... ocurre algo en la vida en que se mueven cosas, se mueven ciertos engranajes en la cabeza de uno... Encontré una Salta muy distinta, amigos que ya había perdido, que ya no estaban… volví a recuperar algunos, aunque después cada uno con sus ideales, y uno modifica también su cabeza, aunque yo siempre me sentí la misma persona, creo que soy la misma persona con nuevas vivencias, pero bueno, también el viento pasa, te toca y te cambia, es como la estructura dramática de un personaje, empieza, hace una curva dramática y nunca al final va a ser la misma persona.

Junto a Fernando Birri y Danilo Bartulin, médico personal de Salvador Allende (Imagen: gentileza Rolando Pardo)

Y en esa Salta te quedaste… ¿hoy en qué andás?

—Tengo varios guiones escritos listos para terminar. Uno que me gustaría mucho filmar que es la historia de la Rusa María, se llama “Un ángel en Varsovia”, es la historia de un niño que vive en el prostíbulo de la Rusa María y que es un angelito, por eso es un ángel en Varsovia. Después otra de un imitador de Sandro que quedó dando vueltas, nunca lo logré, me gustaba mucho esa historia. Después hay una película que quise comprar los derechos, de un escritor jujeño, Accame se llama, que escribió "Venecia", una obra de teatro bellísima que debe tener 30 carillas. Con el Teuco escribimos otro guión de película que se llama "Campo de prueba", pero no tenemos la posibilidad de meterla en productora, es muy complicado. Después escribí y gané un concurso para un largo documental que se llama “Tacos altos en el barro”, que habla de las chicas travesti de los pueblos originarios en el norte de Salta y Jujuy. Después hice otra miniserie de 13 capítulos con José Issa, y ahora, dando talleres en la Dirección de Audiovisuales, en la Universidad, y también estuve 10 años un proyecto que se llamaba “El cine va a las escuelas”, con la Dirección de Audiovisuales de Salta.

Negro, ¿Qué es el cine para vos?

El cine es una pasión irrefrenable, es ganas de contar una historia, pero más que nada es como una magia, el cine es algo mágico, vos tenés en la lapicera una varita mágica, tenes todo escrito ahí, tocás algo y lo ves traspasado, ves a los personajes que escribiste, todo lo que vos has pensado se hace realidad y se hace presente, porque podés contar una historia de hace 50 años, o de Napoleón, y se hace presente en la actualidad. Además de ser la emoción a la vez… me atrae tanto Fellini, que es el circo, el espectáculo, es Chaplin, es ver el pibe de Chaplin y son lágrimas, es una emoción total. Es magia pura el cine, que es lo que yo viví niño, es la magia del mago Sammy traspolada, la aparición de las palomas, los juegos de naipes, descubrir que sacó una, y que al mismo tiempo es todo una gran trampa, o como decía Fellini, una gran mentira.

En la actualidad, dando talleres de cine en el interior de Salta

Y el cine ¿qué te dio?

—Amistades, amores, alegría, mucha alegría, y a veces llanto, emoción. Me acuerdo cuando tuvimos que frenar La Redada, cuando se cortó con lo del Plan Austral, recuerdo estar sentado en la cama que me prestaba mi abuela, y sentado en los pies de esa cama a las 3 de la mañana llorando porque se caía todo, se desmoronaba.

¿Volverías a hacer el mismo camino?

—Indudablemente. Tal vez, con un poco más de cuidado, siempre me acuerdo de unas palabras de un gran poeta, Edgar Bayley, amigo querido, él sabía decir que el poeta tiene dos estados, uno de alerta y uno de inocencia. Yo creo que tuve mucho más de inocencia que de alerta. Eso no me di cuenta. Lo que sí reafirmo es que nunca me interesó algo que creo que mucha gente en este mundo busca que es el éxito, la fama… eso me parece promiscuo, me parece tonto. Obvio que sí me imaginaba lo que sería si uno va a Cannes y gana la Palma o va al Festival de Venecia, pero el tema del éxito es como decía Borges, son dos grandes impostores, el éxito y el fracaso, son dos caras en la misma moneda en definitiva. Creo que el cine es lo otro, es la emoción, la magia, la alegría, el llanto, es Chaplin, es Fellini, eso es el cine.