La tarea fue de rutina, como las que se hacen hoy con casi todas las cosas de la información. Encarar un raid virtual para confirmar lo que podría preverse: una cantidad de homenajes a la altura de lo que se cumple hoy lunes 19: 50 años de la muerte de Aníbal “Pichuco” Troilo, uno de los máximos exponentes, en tanto creador, bandoneonista e intérprete, de uno de los más importantes géneros musicales del país: el tango. Pero nada y poco aparece, para sorpresa y pesar. Apenas la presentación de dos libros alusivos (Troilo. Una teoría del todo, de Mariano Suárez-Miguel Taboada y Siempre estoy llegando, de Javier Cohen-Fernando Vicente) más un concierto en el Teatro Carlos Gardel de Lanús el pasado sábado, suspendido por el temporal. Una gala de homenaje, a cargo de la Filarmónica de Montevideo ¡en Montevideo! Y la proyección del documental Los guardianes del Ángel, de Adrián Lorenzo y Juan Pablo Martínez, prevista para esta tarde a las 18, en la Academia Nacional de Tango (Avenida de Mayo 833).
Y nada más, a menos que aparezca una organización espontánea, o que alguien prescinda de las redes para promover. Encima –capa sobre capa- una noticia desoladora: mes antes del cincuentenario de la muerte del gran “Pichuco” –producida a los diez minutos del lunes 19 de mayo de 1975- fue demolida su casa natal. Ubicada en Cabrera a 2937 del barrio de Abasto, la morada donde el bandoneón mayor de Buenos Aires había nacido el 11 de julio de 1911 era sitio de interés público desde que la legislatura de CABA así lo quiso, en 2008. Y no solo. También se desarrollaban allí, hasta no hace mucho tiempo, conciertos, cenas y obras de teatro como parte del circuito tanguero porteño.
La demolición por supuesto alertó a diputados de Unión por la Patria, quienes presentaron un proyecto de declaración expresando preocupación por la sorpresiva noticia. “Días atrás, y de la noche a la mañana, la casa natal de nuestro artista fue demolida, privándonos de este modo de una parte de nuestra historia (…) Lamentablemente este no es un caso aislado, las demoliciones descontroladas llevan a la ciudad a adoptar una estética genérica, los barrios poco a poco van perdiendo su identidad, su acento, eso que los distingue de otros barrios (…). Más allá de su valor estético, los edificios históricos, monumentos y espacios públicos son guardianes de la memoria urbana, preservando y manteniendo vivo un pasado que une e identifica a los porteños. Estos elementos no solo reflejan la historia de la ciudad, sino que también contribuyen significativamente a la construcción y fortalecimiento de la identidad colectiva. Sirven como puentes intergeneracionales, permitiendo a las distintas generaciones recordar y aprender de dónde venimos y cómo llegamos a ser lo que somos”, orienta el comunicado de repudio, que tampoco tuvo la repercusión merecida.
Dos situaciones distintas, pero con el mismo protagonista y bajo igual resultado: el ninguneo de quien fuera el bandoneón mayor de Buenos Aires, sin dudas. Creador de gemas conmovedoras e inextinguibles (“Barrio de tango”, “María”, “Sur”, “Garúa”, “La última curda”), seleccionador insuperable de músicos y cantores para sus orquestas; juez y parte en los devenires estéticos de un género bravo y quilombero; director medido, equidistante de revolucionarios y ortodoxos; guardián de los legados de Ciriaco Ortiz y Pedro Maffia; protector a la vez que maestro de Astor Piazzolla, que no solo fue arreglador en su orquesta de los primeros cuarenta, sino armó el dúo que en el postrero 1970 terminaría grabando bellas versiones de “Volver” y “El motivo”.
De todo ello y mil cosas más se debería estar hablando hoy, en este aniversario redondísimo como su físico. Pero no, y esto implica todo un signo de época. Cuando lo que impera en los que mandan es una visión puramente material y antiestatal de la existencia humana, lo que ocurre es que la cultura, la identidad nacional, la historia, la identificación de las personas con su cultura y terruño pasan a ser desvalores. Cosas a ignorar, perseguir o erradicar, porque justamente son las que guarecen de la destrucción –vía memoria y alma- a cualquier sociedad que se precie. No importa cómo ni a quién. En este caso le tocó al pobre “Pichuco”, que debería estar siendo evocado hoy a la altura. Pero la retirada actual del Estado -en todos sus niveles- de la gestión cultural provoca lo que lenta pero inexorablemente se va viendo. Gentes alejadísimas, al cabo, de lo que el “Gordo” –a quien le acaba de demoler su cuna, justamente- quiso expresar a corazón vivo, abierto, en “Nocturno a mi barrio”. “Alguien dijo una vez, que yo me fui de mi barrio... ¿Cuándo?, pero... ¿cuándo?, ¡Si siempre estoy llegando! Y si una vez me olvidé, las estrellas de la esquina de la casa de mi vieja titilando como si fueran manos amigas, me dijeron: Gordo... gordo, quedate aquí, quedate aquí”.