“La tierra (a)guarda” es el título de la muestra que se inaugura hoy, a las 18, en la Biblioteca Argentina Dr. Juan Alvarez (Pje. Álvarez 1550) y se extenderá por tres meses. Un proyecto que invita a mantener viva la memoria a través del registro fotográfico del colectivo documental “Posteo” de libros escondidos en dictadura y desenterrados hace unos años. Además, contará con dispositivos accesibles en un rico cruce de lenguajes.
“Si nuestra época ha alcanzado una interminable fuerza de destrucción, hay que hacer la revolución que cree una interminable fuerza de creación, que fortalezca los recuerdos, que necesite de los sueños, que corporice las imágenes” con esta cita de Jean-Luc Godard se presenta en su página Zafarrancho Ediciones, todo un manifiesto atemporal en éstos tiempos complejos de la cultura.
Este proyecto independiente y autogestivo investiga la relación de las infancias y adolescencias con la fotografía, formado en 2016 por la artista plástica Cecilia Fernández y el fotógrafo Matías Sarlo, responsables de la curaduría y producción de la muestra.
Del proyecto “Zafarrancho” se despliegan muchas aristas: publicaciones, talleres o como en este caso, muestras. El origen de esta gran apuesta fue su último trabajo: La tierra (a)guarda, un ejemplar desplegable donde las principales protagonistas son fotografías de libros que fueron enterrados durante la última dictadura. Las mismas fueron tomadas por el colectivo “Posteo” del que Sarlo formó parte junto a los fotógrafos Héctor Río y Franco Trovato Fuoco.
“Nosotros como Posteo escuchamos una nota en Radio Universidad que le estaban haciendo a Julia (Blanco) sobre unos libros de su padre que había enterrado en 1979 su abuelo, Ernesto Blanco, en San Gregorio”, (un pueblo del sur de Santa Fe con poco más de 5000 habitantes) cuenta Matías.
En su documental: Desentierros. Los libros que no heredamos, Blanco cuenta el proceso de recuperación de ésos ejemplares en el año 2018. “Después con el colectivo documental continuamos fotografiándolos durante 2019 y 2020. Entonces, le propusimos ceder el material como una especie de intercambio, difundiéndolo, haciéndolo visible", sigue Sarlo. “Es una situación que pasó en muchos lugares".
Inmediatamente, recuerdo a mi padre contándome la historia de sus libros enterrados a finales del 75, cuando ya se veían venir los años más oscuros. De la tristeza de esos “funerales”, donde frases como “Una sola chispa puede incendiar la pradera” (Mao Tse Tung) o un ejemplar de Jauría (David Viñas) desaparecían calados por la humedad de la tierra.
La tierra (a)guarda
“Cuando Ceci y yo, ya como Zafarrancho empezamos a pensar como trabajar el tema dictadura con adolescentes, veníamos de Malvinas, un gran proyecto que se materializó gracias al Archivo “Malvinas. Memoria de la Espera” (una selección de 20 fotografías tomadas por los propios conscriptos).
“Fue entonces que pensamos estas fotos de libros desenterrados como herramientas ideales para éste grupo etario. Creemos en la importancia de trabajar sobre un público joven”, asegura Sarlo.
“Tenemos una deuda con ellos", continúa Fernández, y se pregunta qué tipo de pasaje estamos haciendo con respecto a nuestra historia, como habilitamos la palabra para que ellos puedan apropiarse de la suya. “Creo que ahí hay una gran brecha donde nosotros tenemos que volver a pensar como adultos, como docentes, como actores sociales. Abordar la dictadura con estas fotografías, nos permite entrar desde un lugar más amigable y respetuoso, sin dejar atrás y haciendo foco en lo que señala este gesto doloroso. Así se abre el juego y la palabra, nos da lugar a poder decir”.
El foco de la muestra es pensar el terror en dictadura. “Ya no es algo que les paso a un colectivo de personas, es algo que nos pasó a todos. Inclusive en un pueblo rural de Santa Fe, la gente tenía miedo. Una alumna me dijo: 'La dictadura es algo que paso allá en Buenos Aires'. Y cuando empezas a construir sentido te das cuenta que no, que paso ahí en el pueblito donde vivís”.
A cualquier persona que le encontraban un libro corría peligro de ser secuestrada, torturada y desaparecida. "¿Qué pasa con esta generación que no entiende cómo alguien puede desaparecer por tener un libro? -se pregunta Fernández-. Tal vez no supimos como transmitir eso".
“Hoy los tiempos son otros. Los adolescentes tienen un teléfono en la mano como extensión de su cuerpo”, asegura. ¿Por qué todo es ya, todo es instantáneo? ¿Qué tiempo de la memoria se les transmite a los pibes para que puedan pensar un tiempo futuro?
Éstas “bibliotecas” nos devuelven palabras, texturas, nuevas formas. ¿Pero qué otras cosas guarda la tierra y de qué manera las devuelve? ¿Y qué pregunta nos podemos hacer después de 40 años?
Aquellas personas que vean la muestra se van a encontrar con fotos en gran formato, de más de un metro por 80 centímetros. "Es muy diferente a ver un libro", asegura Sarlo. “Ese formato es porque los pensamos como Tótems de la memoria, que al verlos nos recuerdan un periodo de aquella época".
Lúdicos y accesibles
Cecilia y Matías aseguran que nunca habían pensado trabajar la fotografía desde otro lenguaje. “Tal vez cuando hicimos unas fotos táctiles”, recuerda Fernández. Lo cierto es que esa vez no lo habían pensado cómo si lo hicieron en ésta muestra, convocados por el equipo de gestión cultural y la asesoría del Servicio de Lectura Accesible de la Biblioteca Argentina, además de Mucar (Movimiento de Unidad Ciegos y Ambliopes de Rosario) y el Programa Museos más Abiertos de la Secretaría de Cultura y Educación y Programa de Accesibilidad del Museo Castagnino + Macro. Lo hicieron con una premisa: "Ponernos en el lugar del otro, pensar la accesibilidad como un desafío en el que todes tengamos la misma sensación”.
Al momento de idear esta muestra entraron en dialogo todos los lenguajes en juego, empezando a cobrar otras dimensiones al pensarla de mañera colectiva y accesible. “Estamos dándole otra dimensión a la lectura de las imágenes, al encontrarnos con la audio descripción para personas ciegas o de baja visión. Cuando empezamos a tensionar la muestra, ahí empiezan a cruzarse los lenguajes”, señala Fernández.
La idea es que los destinatarios no sean solo las personas que tienen una imposibilidad en la visión, sino que los usuarios sean todes.
Hay varios dispositivos diseñados íntegramente por ellos mismos en la muestra (intervenciones en la pared, recursos táctiles).
“Los pensamos como una manera de desacelerar la mirada, que la gente venga a ver la muestra, que no use la biblio para cortar camino y seguir. Que se detenga ante la foto, que vaya y venga, que pueda elaborar una idea, nos gusta pensarlo así", concluye Sarlo, entusiasmado.
La esencia de Zafarrancho es plantear más preguntas que respuestas, y eso está en la muestra. “La mirada va cambiando -dice Sarlo-, pero la esencia de nuestro proyecto es desacelerar la mirada y dejarnos pensando".
Reflexionar con otros colectivamente. Es lo que Fernández expresa como una preocupación para que cada obra, publicación o muestra genere un espacio para construir sentido, en un momento donde la cultura suma espectadores pero resta contenido.
"Al comenzar a preguntar e investigar entre amigos y familiares sobre si habían escondido libros en dictadura, nos sorprendió la cantidad que se habían enterrado, pero no desenterrado", asegura Sarlo.
“La tierra está guardando esos libros, por eso se llama la tierra (a)guarda. Guarda, pero también a-guarda que los desenterremos. Es una metáfora que nosotros proponemos: 'desenterrar la memoria' -agrega Fernández-, y pienso en el escritor y granjero Wendell Berry y en su obra La sabiduría del suelo donde nombra a la tierra como la gran conectora de las vidas, la fuente y el destino de todo", y también refiere a la palabra "cultura", que "está relacionada con el suelo de una forma maravillosa". Según el diccionario, hasta fines del siglo XVIII la cultura significaba "un campo o una sección de tierra cultivada". En otras palabras el cultivo del suelo.
Nuestra propia batalla cultural ganada. Ver resucitar en libros a los Conti, las Gambaro, los Puig, los Walsh, los Oesterheld que emergen de la tierra. La revancha de nosotros, los hijos para con nuestros padres y abuelos que velaron bibliotecas enteras, creyéndolas también desaparecidas.
Justicia poética es que vuelvan de alguna manera en otra biblioteca. Donde se pueda seguir leyendo nuestra historia, en esa insistencia de las palabras al no querer irse, no borrarse.
A pesar de la humedad y la deshumanización, la sangre se hizo tinta indeleble, y “La Tierra (a)guarda tendrá un lugar en el futuro de la memoria colectiva.