El Sr.Macri cumplió un año en la presidencia y esta columna renunció a otra carta semestral. Ya hay muchos buenos análisis de un año lamentable, y sobran diagnósticos, desde los alegremente estúpidos hasta los rigurosos y sombríos. 

Mejor parece continuar una reflexión iniciada notas atrás, ya que al cumplirse un año de la Alianza Pro–Radical se vuelve a hablar del Populismo en términos peyorativos, y éso sí plantea un debate útil a un año del inicio de la demolición oligárquica y mafiosa que conmueve a la Argentina.

Cuando el macrismo empieza a sufrir traspiés legislativos, muestra internas y declives en las encuestas, y estalla la corrupción cada vez más evidente con decenas de imputaciones y procesamientos –Presidente y Vicepresidenta incluídos, y con bajísimas probabilidades de salir limpios si existiese aquí lo que se llama Justicia– algunos exégetas condenan al Populismo como una especie de mágica encarnación satánica, todopoderosa y omnipresente. 

Curiosamente, en el variopinto pelotón de oficialistas dizque independientes figura una intelectual rigurosa, aguda y de respetable trayectoria como Beatriz Sarlo, quien esta semana en un artículo en Perfil teoriza el nacimiento de un supuesto “populismo cool” o “con onda”, en un artículo en el que de paso iguala y degrada al que llama “paleo–populismo” mediante la acusación de que ambos “necesitan embellecer al Pueblo” para convertirlo en clientela política. 

Semejante lapidación ideológica olvida o deja pasar el hecho indesmentible de que todos los cuentos de las últimas décadas resultaron brutalmente nocivos para los sectores populares, los trabajadores y las clases medias emergentes. A la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría se impuso el cuento de la globalización: abajo las fronteras, abajo las identidades, abajo incluso las lenguas nacionales. Después vino el cuento del derrame, tan imbécil que ni falta hace gastar líneas en condenarlo. Y después el neoliberalismo, cuento que hoy parece triunfar gracias a los dos grandes poderes tecnológicos al servicio del capitalismo feroz: el comunicacional hiperconcentrado que impera en todo el mundo y aquí se llama Clarín, La Nación, Papel Prensa, TN, Perfil y un montón de pequeños etcéteras. Y el de las redes sociales, que siendo un recurso maravilloso sirve clara y contundentemente para el control social y para anestesiar juventudes. La misión: estupidizar sociedades inventando realidades virtuales que ocultan y distorsionan la cotidianeidad de las grandes mayorías.

Ante ello, la única perspectiva real de freno a tanta brutalidad ha sido –como se evidenció en Nuestra América en los últimos dos o tres lustros– la defensa y protección de las identidades nacionales, los recursos y patrimonios colectivos, la educación horizontal y popular, la industrialización, el transporte y el crédito al servicio de la producción y el trabajo, y la autodeterminación en las relaciones internacionales. Todo eso fue posible trabajosa, conflictivamente, desde Estados fuertes, capaces de enfrentar y vencer las taras de la política, de la economía y de las peores expresiones de la naturaleza humana. O sea Estados que primordial y prioritariamente procuraron equidad social, erradicar la pobreza y consolidar los pilares sociales de la Paz: pan, techo, trabajo, educación, solidaridad y participación. 

En la Argentina tuvo varios nombres en el último siglo: radicalismo, socialismo, peronismo. Creaciones políticas que ganaron afectos populares por la sencilla razón de que en sus mejores expresiones, las no claudicantes, construyeron todo lo bueno que todavía nos queda a los argentinos. Y también en América Latina, con diferentes nombres pero iguales ejes antioligárquicos y de freno a la voracidad del capital y la explotación laboral. 

Es claro que el nombre que todo eso tiene es Populismo. 

Si soñar y bregar por lo que siempre se llamó justicia social es Populismo, entonces es eso lo que los espanta. Es la palabra maldita de la política contemporánea. Por eso degradan el vocablo instalando la oscura, sibilina idea de que son populistas los que en realidad son fascistas, y de libro. Pero el fascismo del Tío Donald que los tiene tan impresionados no es populismo; es fascismo nomás. Como aquí el fascismo macrista –cada vez más evidente, racista y agresivo– que pretende refundar la Argentina desmantelando todo lo mejor que hicieron el peronismo histórico y su último hijo, el kirchnerismo. 

La degradación conceptual del vocablo Populismo es funcional al gobierno de estos tipos que desesperan por cooptar a lo peor de la política para cumplir el viejo sueño gorila de que matar al peronismo es acabar con el hecho maldito de la política argentina. 

Hablar ahora de neopopulismo, o cool, con onda u otras adjetivaciones peyorativas, es un modo de rebajar el concepto e impedir el debate de fondo. Que consiste en ver de qué manera se atiende lo que interesa a la parte menos favorecida del pueblo, la que menos recursos económicos tiene para una vida digna. Ése es el tema, ésa la idea central en debate. Porque la esencia de toda nación es el pueblo, y no las tecnologías ni los intereses globales. Y son los intereses nacionales y populares los que importan. Los que cuentan y deben ser objeto irrenunciable de la acción política, aquí y en la China.  

El Populismo es, de hecho, el proyecto político de nación que dio la mejor calidad de vida a los sectores medios y populares en el último siglo y en 33 años de democracia. Con taras y torpezas, corruptelas y necedades, hoy y frente al neoliberalismo rampante sigue siendo la mejor perspectiva para una patria justa, libre y soberana, un Estado fuerte y rector, firmes controles al capitalismo salvaje, y con la equidad y la justicia social como horizontes. 

Es hora de salir de la posición defensiva en que ha estado el Populismo históricamente. Es hora de asumir y proclamar que el Populismo acaso sea, en pleno Siglo XXI, la mayor y mejor esperanza de cambios profundos en las hasta ahora siempre desparejas relaciones capital–trabajo. Un Populismo activo, heterodoxo, militante e incómodo para la hipocresía de lo “políticamente correcto” es la mejor esperanza frente al fascismo neoliberal. 

Declararlo “cool” para empatarnos con el Tío Donald y con el monigote presidencial, no es más que un reconocimiento. El de que algo se mueve en las profundidades de este país nuestro, abusado y violado y jodido. Se llama Populismo, y por eso mismo lo cascotean con adjetivos.