Para conocerlo, ingresamos con mi hermano al gimnasio norteamericano. Los que se estaban entrenando se quedaron sorprendidos de vernos. De verme. No era común ver una mujer en esos sitios. Pero enseguida se acostumbraron. Eso sí, sin dejar de mirarme, claro que sí…, rubia de pelo largo… Lectoure decidió gastar unos dólares para hacer un afiche que repartió en los estadios y en los diarios y en peluquerías de hombres y dónde pudo. En él estaban Firpo y Justo Antonio, sin mucho respeto por la diferencia real en la altura. Y había un texto que decía: El Torito Argentino superior al famoso Toro Salvaje de las Pampas que echó fuera del ring a Jack Dempsey, ¡Justo Suárez será el próximo campeón mundial peso liviano!... Por suerte, Firpo jamás se enteró de esto… El afiche dio resultado. Se acercaron periodistas y curiosos. Ahora sí había interés en mi hermano. Sabían que “El Torito de ahora”, era tan valioso como lo había sido “El Toro Salvaje de las Pampas”, que tan buena imagen había dejado en los Estados Unidos, y el mundo entero, claro, en la gran pelea de todos los tiempos frente al “matador de Manassa” Jack Dempsey… Indudablemente había real interés en aprovechar las magníficas condiciones de Justo Antonio para hacerlo escalar posiciones y así llegar hasta el campeón mundial. Así lo preanunciaban los nuevos carteles en las paredes de las calles. Esta vez impresos por el empresario yanqui, que vestía un traje a rayas que mareaba, o mareaba el traje o la corbata de colorinches, era un huevo de Pascuas descompuesto, el sombrero un crepúsculo en el desierto… Pero también esos afiches dieron buen resultado. Y así, Justo Antonio empezó a generar algo de interés en la afición boxística de Norteamérica, sin aún haber hecho la primera pelea… Esto alentó a mi hermanito, que se puso en forma como antes. Hacía varios rounds con sparrings negros, todos ellos llenos de sueños… Luego salíamos a correr por Broadway. En un momento mientras almorzábamos, me dijo:
-Es notable el cambio que siento y lo que he madurado en tan pocos días. Con decirte que me siento tan bien como en Buenos Aires…
Sobral, su entrenador, escuchó, sonrió y le dio unas palmadas en la espalda. Claro, también Sobral había padecido dudas, lo mismo que mi hermano. Por eso se puso contento cuando Justo Antonio dijo que se sentía bien; era porque lo había estado viendo muy bajo de su nivel, en los primeros días, y eso lo había asustado, y no lo quería decir, pero ahora que ya estaba todo en orden, me lo confesó. A mí eso me sacudió por dentro, porque fue como un severo toque de atención. Yo tenía la sensación de que algo estaba pasando y nadie del grupo lo percibía. Claro, la potencia de aquella ciudad era tanta que a su alrededor nada existía… Mirarla de lejos, impresionaba; estando dentro, oprimía… Y así fue que, otra vez, mi hermano hizo todo a gran velocidad. En 4 meses realizó 5 peleas y arrasó a sus rivales para rápidamente hacerse un nombre. Tanto había sido el interés en la población argentina que El diario Crítica puso megáfonos en toda la avenida de mayo para que se escuchara la pelea que se transmitía por vía telefónica… Desde todos los barrios partieron camiones y colectivos llenos de barras fanáticas de Justo Antonio. Las barras gritaban ¡Suárez, Suárez, Torito, Torito!... La gente adoraba a mi hermano. Fue tan popular como Gardel y Firpo. Frascarita, mi querido amigo y pluma de lujo del Gráfico, escribió sobre la primera pelea contra Joe Glick:
“La Avenida de Mayo, la urbe grandiosa, ensordecida siempre por el tráfico, clausuró sus puertas a las estridencias de bocinas y motores, para ofrecerse, con inquieto espíritu juvenil, a la invasión de las barras que llegaban a escuchar el eco victorioso de las piñas del Torito. Llegaron desde los barrios, de todas las clases de Buenos Aires, millares y millares de muchachos a recoger las ondas milagrosas. Sintonizaban con el corazón. El técnico, el hincha, y el profano, el confiado y el pesimista, el chiquilín y el viejo, las polainas y las alpargatas. Y la Avenida se transformó en un estadio, en un gran estadio democrático, sin ringsides y sin plateas. Junto a la bullanguera barra de Mataderos, un grupo selecto de sportsman de ley. En todas las cuadras, frente a todos los diarios, millares y millares de muchachos a la espera de que esos aparatos milagrosos transmitieran la aventura inicial de Justo Suárez, del bravo torito que se presentaba en el ring de las consagraciones, ante los ojos curiosos de yanquis expertos. Atravesando estructuralmente todo el estadio, uniendo en un solo “hurrah” a la multitud aliada en la emoción, la voz del “speaker” entonó la clarinada final: ¡“Suárez ganó”! ¡“Ganó Suárez!”...
Al regresar a Buenos Aires, hicimos escala en el puerto de Montevideo. También allí mi hermano tenía miles de seguidores y fanáticos. Luego, ya en nuestro país, fue una locura. Había tanta gente que no podíamos descender del barco. Entonces las autoridades dieron permiso para que, al menos, pudiera subir nuestra familia para darnos un abrazo. Fue un error terrible, porque los periodistas exigieron que ellos también tenían derecho porque se debían al público, entonces los dejaron subir… ¡Pero detrás de ellos subió toda la gente que pudo! No hubo manera de pararlos. Nosotros nos asustamos. Por suerte había muchos policías y no hubo que lamentar nada feo, salvo algunas personas lastimadas y otros caídos que fueron pisados durante el barullo aquel…, nada grave… Al otro día un diario puso grande en la tapa: ¡¡¡Toda una fiesta popular!!!...