Cuando estaba en la secundaria, Michel Nieva tuvo que hacer un trabajo práctico sobre Sarmiento, una figura que le resultaba lejana pese a haber nacido en Argentina. Cumplió esa tarea imaginando el desierto del Facundo como un espacio distópico futurista pero sus profesores lo bocharon. Ese imaginario quedó suspendido, pero más tarde retomó aquellas inquietudes para construir un proyecto literario sumamente personal que cruza la ciencia ficción con la experiencia sudamericana. Caja Negra reeditó Ficciones gauchopunks, un volumen que reúne sus dos primeras novelas y funciona como una buena puerta de entrada a su obra.
En diálogo con Página/12 desde Berlín, Nieva cuenta que su vínculo con la ciencia ficción se remonta a la época en la que iba a comprar ejemplares de la colección Minotauro a librerías de usados. Tal como señala en el prólogo, cada vez que se sumergía en esas páginas había un deseo insatisfecho: "Jamás había leído ciencia ficción que imaginara el futuro desde perspectivas y lenguas argentinas". Cuando empezó a escribir, se propuso hacer eso y hasta se inventó un término: gauchopunk, una alquimia que cruza gauchesca y cyberpunk.
"Estados Unidos y Europa tienen una relación privilegiada con la tecnología y la producción de este tipo de literatura. La historia de las ideologías que configuraron el país –la civilización, la barbarie y esta idea de que la tecnología iba a traer el progreso– tiene que ver con ese vínculo con la tecnología, que siempre estuvo configurado a partir de la violencia y la extracción de recursos. En mi escritura quería reflexionar sobre la experiencia sudamericana de la tecnología y reponer lo que estaba suprimido en los futuros del norte, quería pensar qué pasaba con nuestro país en ese futuro que siempre había sido contado por las culturas hegemónicas", explica Nieva.
En un ensayo de Tecnología y barbarie él piensa el origen de la cultura argentina a partir del cyberpunk y sostiene que fue posible gracias a la introducción de cuatro tecnologías: la picana eléctrica, el fusil Remington, el alambre de púas y el telégrafo. "Esas eran las tecnologías de punta de la época y los mayores genocidios del país –el genocidio indígena y la desaparición de 30 mil personas durante la última dictadura– se llevaron a cabo gracias a ellas. En ese sentido, hay una tensión en un país periférico que participa de manera subordinada respecto de las grandes potencias y es violentado por esas tecnologías. Traté de narrar los grandes mitos del país a través de este género. Al mismo tiempo, también hay una apuesta por pensar una experiencia positiva de la tecnología y reflexionar sobre qué sería lo específico de nuestro país".
–¿Cuál es la potencia de la ciencia ficción desde ese lugar de "género menor"?
–Para mí la ciencia ficción siempre fue una potencia. Hay una reflexión ya en textos como "El escritor argentino y su tradición", de Borges. Ahí él dice que escribir desde el margen de las grandes tradiciones es una potencia; también el "Manifiesto antropófago", de Oswald de Andrade, que tiene que ver con esto de comerse a la cultura hegemónica. Se considera que la ciencia ficción no participa de los grandes procedimientos de la literatura como la innovación formal o la originalidad autoral porque es una repetición de tropos, entonces se desplazó hacia el margen, pero en una época en la que el gran motor mitológico del capitalismo es la fetichización de la tecnología, la ciencia ficción propone una poetización y una politización de esa tecnología; entonces le otorga un lugar de privilegio que nunca había tenido en la discusión de los problemas contemporáneos. Por eso es un género que se está validando cada vez más.
Al ser considerado un género anómalo para la tradición argentina, la ciencia ficción permite irrumpir en esa tradición con mayor libertad. "Si escribo literatura fantástica tengo que enfrentarme a Silvina Ocampo, a Borges, a Bioy. En este caso, es un poco más difícil identificar cuál es la tradición del género y eso permite un abordaje mucho más libre, irreverente y con más desparpajo. También ocurre la paradoja de que, al ubicarse en el margen, su origen más reconocible es otro género menor (como el caso de El Eternauta): la historieta", apunta.
La irreverencia es algo que está presente en la obra de Nieva y sus primeras novelas no son la excepción. En ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos? (2013) un joven se vincula con gauchoides (modelo argento de androides) e inventa una bebida que supera en popularidad a la Coca-Cola. En Ascenso y apogeo del Imperio Argentino (2018) explora el género de la ucronía e imagina un universo paralelo en el que Argentina es un Imperio. En la primera interviene un Sarmiento zombi y en la segunda un Perón hermafrodita; ambas tienen inolvidables escenas gore con altas dosis de violencia, algo que también puede rastrearse en textos canónicos como "La refalosa" o "El matadero".
"Me interesaba introducir esa violencia histórica contra los cuerpos marginales, sean gauchos o indígenas, en un cuerpo que parece despojado de toda empatía como una máquina. ¿Qué pasa si un cuerpo que no se sabe si es humano es sometido a una violencia extrema? Cualquier tipo de violencia supone la deshumanización de un cuerpo", señala Nieva, y menciona a Osvaldo Lamborghini como uno de sus grandes referentes. "Es un autor que me interesa mucho y quería tomar ciertas escenas de la violencia política en un contexto diferenciado que también tiene que ver con la masculinidad, porque la tortura sobre el gauchoide es una especie de ritual de iniciación".
–La ciencia ficción habilita un trabajo interesante sobre el tiempo. El abordaje del futuro permite pensar algunas cuestiones del presente o el pasado, ¿no?
–Creo que en el tiempo actual la política perdió esa potencia de narrar un futuro a partir del pasado, pero la ciencia ficción tiene gran facilidad para conectar esas líneas. Siempre tuve la superstición de pensar que para entender el presente había que tomar cierta distancia y cruzar el pasado con un posible futuro. En relación a la violencia, a veces no es cronológica y puede traer de nuevo cuestiones que parecían terminadas como la Conquista del Desierto. Hoy Patricia Bullrich habla de cazar mapuches y sostiene que hay grupos terroristas en la Patagonia, ahí ves cómo se reactivan discursos de 1880.
–Estas novelas fueron escritas en un momento en el que había un boom de la autoficción. ¿Cómo pensás ese registro?
–Cuando empecé a escribir estaba de moda la autoficción y era algo que yo veía de manera crítica por creer que la inmediatez no puede ser narrada en esos mismos términos sino que precisa una mediación. El realismo no puede abarcar ciertos procesos de grandes dimensiones temporales que sólo la ciencia ficción permite ver: los desarrollos tecnológicos, los efectos del extractivismo, el uso del glifosato. Para saber ese tipo de cosas hay que especular a 100 años. La ciencia ficción tiene una gran capacidad para abrir la lente de lo temporal.
En Ciencia ficción capitalista hay un ensayo que surge de su perplejidad como lector de ciencia ficción. "La estructura narrativa del cyberpunk se convirtió en un motor del capitalismo, hay libros de lectura obligatoria en muchas empresas de Silicon Valley y le dan una capacidad creativa al capitalismo al pensar supuestas soluciones a problemas urgentes. Para mí lo que ocurre con estas utopías es que suprimen lo que ocurre en el sur", advierte el autor, y asegura que escribe "metaciencia ficción" porque "ya no se puede escribir ciencia ficción sin tener en cuenta que es el gran género del capitalismo".