A Jonathan Pryce no le gustan los pingüinos. Steve Coogan lo dice con una especie de "eh, ¿podés creerlo?", arqueando las cejas. Pryce lo confirma. "No me gustan los animales", dice el actor de 77 años con un aire de gran seriedad. Por eso, cuando todo el mundo en el set de The pengüin lessons estaba encantado de actuar junto a un ave marina de verdad en lugar de un objeto inanimado, Pryce seguía porfiando por el CGI. "Hubiera preferido un compañero de pantalla que fuera una pelota de tenis... Los pingüinos tienden a hacer caca. Como balas".

Pero el pingüino es sólo la mitad de la historia. Ambientada en 1976, la nueva película del dúo sigue a un profesor de Cornualles recién llegado a Argentina que se encuentra con un pingüino atascado en una marea negra y lo salva de la muerte. Al mismo tiempo que surge esta improbable amistad entre el hombre y el pájaro, un golpe militar se apodera del país y pone en marcha una brutal dictadura caracterizada por la violación de los derechos humanos; los disidentes son secuestrados y nunca se vuelve a saber de ellos, y los bebés son robados a sus padres.

Es una convergencia de acontecimientos tan aleatoria que sólo podría ocurrir en la vida real. Como le ocurrió a Tom Michell. Michell escribió sus memorias sobre su amigo aviar hace una década y ahora, a sus 73 años, ve con los ojos muy abiertos cómo la historia de su vida se convierte en una comedia dramática poco convencional protagonizada por Coogan, Pryce y un pingüino de Magallanes llamado Richard. "Todas mis Navidades han llegado a la vez", dice Michell en otra entrevista junto al director de la película, Peter Cattaneo.

Al adaptar sus memorias, algunas cosas han cambiado. Para empezar, el Michell de Coogan es bastante más gruñón que el hombre sentado frente a mí, que se encariñó con su amigo pingüino al instante. "Queríamos que Tom fuera más cínico en la película porque eso le da un punto de partida, pero tuvimos que ajustar las cuentas con el verdadero Tom y asegurarnos de que no le importaba que lo hicieran un poco más desagradable", dice Coogan.

A sus 59 años, Coogan también es bastante mayor que Michell cuando era profesor de inglés en Argentina. "Insistí en que podía interpretar a alguien de unos veinte años, pero Jeff pensó que era un poco exagerado", bromea. Jeff es Jeff Pope, guionista ganador de un Bafta y colaborador habitual de Coogan. Ambos obtuvieron nominaciones conjuntas al Oscar por su trabajo en Philomena, de 2013, protagonizada por Judi Dench en el papel de una monja que busca al hijo que dio en adopción (también una adaptación de unas memorias).

Al igual que esa película, The pengüin lessons -que se estrena en Argentina el 10 de julio- camina por las delgadas líneas de un diagrama de Venn particularmente complejo. Es muchas cosas a la vez: un relato cómico sobre el hombre y la bestia, una lección de historia argentina, una indagación sobre la moralidad y los límites de la autoconservación. A medida que el cáustico y desilusionado Michell -que sólo salva al pingüino para llevarse a una mujer a la cama- se enamora de su simpático amigo peludo, se ablanda y abandona su fachada apolítica, despertando a la brutalidad de la dictadura militar que se desarrolla a su alrededor, y que alcanza su clímax cuando una de sus jóvenes criadas es secuestrada.

"Simpático amigo peludo" y “dictadura militar” no son palabras que suelan ir juntas en una misma frase, lo que habla del equilibrio que Coogan y compañía intentan al poner en primer plano el subtexto político del libro de Michell. "No es una decisión que hayamos tomado a la ligera", dice Cattaneo, conocido por su toque ligero en Esposas de militares y The Full Monty.

La decisión se basó en dos hechos: en primer lugar, que poca gente en Europa conoce este período de la historia argentina y, en segundo lugar, que para muchos argentinos no es historia en absoluto. Se calcula que 30.000 personas murieron en aquella época, muchas de las cuales fueron capturadas por las autoridades y nunca más se supo de ellas. Cuatro décadas después, y más de 2.000 marchas más tarde, las Madres de los desaparecidos argentinos siguen luchando por que se haga justicia, con sus pañuelos blancos como símbolo de su coraje permanente.

"Es difícil hacer esta historia, que tiene este oscuro trasfondo político pero también un pingüino", dice Cattaneo, “pero uno la asume y es respetuoso haciendo los deberes y aprendiendo de los historiadores”. Viajó a Argentina y se reunió con algunas de esas Madres y otras personas cuya familia había desaparecido. "Estuvimos muy atentos para intentar hacerlo bien".

El resultado es que The pengüin lessons es un ejercicio de equilibrio tonal: las partes sentimentales no son demasiado sensibleras y las partes oscuras no son negras como el azabache. O como dice Coogan: "El pingüino le quita hierro al fascismo y evita que sea mojigato, y el fascismo evita que el pingüino sea demasiado mimoso".

Pingüino aparte, es difícil ignorar los paralelismos hoy en día, mientras se ve el continuo ascenso de los políticos de extrema derecha. "Aunque la acción tuvo lugar hace 50 años, quizá ésta sea una película para nuestro tiempo", afirma Cattaneo. "La gente tiene que pensar en el aumento del número de gobiernos fascistas que están creciendo en todo el mundo".

"Eso sí", interviene Pryce. "En todas las películas de hoy en día, no hay que buscar demasiado para encontrar un paralelismo en alguna parte". Es curioso que Pryce -históricamente un orgulloso socialista- interprete al quisquilloso director de Michell, alguien que prefiere mantener la política fuera de las aulas. Por si sirve de algo, Pryce dice que intenta no "juzgar" a quienes, como su personaje y muy a diferencia de él, deciden mantener sus narices fuera de los asuntos políticos.

"Lo interesante", dice, “es que acabo de leer comer que Trump puso enormes aranceles a dos islas que pertenecen a Australia y que están ocupadas únicamente por pingüinos”. Coogan y él intercambian una mirada de puro desconcierto. "Sólo estoy tratando de averiguar qué es lo que han estado exportando que supuestamente vale miles de millones. Pingüinos..." Sacude la cabeza.

Por mucho que The pengüin lessons haga saltar las alarmas sobre el fascismo, la película tiene cuidado de no ser didáctica. "Entretener a la gente es una buena forma de transmitir ideas", dice Coogan. "En las redes sociales terminás enzarzado en una perorata, lo que no siempre es constructivo porque la gente se atrinchera en sus posturas. Contar historias es una buena forma de hacer reír y emocionar a la gente. Es una forma mejor de comunicar".

Pryce está de acuerdo y señala como ejemplo su película de 1985, Brazil. La obra maestra distópica de Terry Gilliam protagonizada por Robert De Niro era una sátira fantástica de los regímenes totalitarios y el avance tecnológico. "No pensábamos que íbamos a hacer una película que tendría resonancia política durante los siguientes 30 ó 40 años, pero eso es lo que ocurrió: la historia te alcanza", dice. "Es una feliz coincidencia que al final tenga resonancia entre el público, pero nunca participé en nada que pretendiera cambiar la mentalidad de la gente", afirma.

En cuanto a las "lecciones de pingüino" que se han llevado de esta experiencia, Coogan dice que la suya ha sido escuchar más: "Mucha gente tiene muchas opiniones hoy en día, pero no mucha gente escucha". Pryce agrega: "Y yo he aprendido a parecer que escucho". Ah, «y quizá a ser un poco más tolerante con un pingüino".

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.