Entre el apocalipsis y la integración, así me posiciono frente a la Inteligencia Artificial (IA). Me defino como una usuaria “con reservas” frente a este universo tecnológico que parece terminar con el mundo tal como se venía dando. Si bien sé que la IA puede ser una herramienta de asistencia frente a procesos tediosos y, si se emplea responsablemente, servir al progreso de lo humanidad.

No obstante, me preocupa cómo su uso acrítico podría llevarnos a un mundo mucho más desigual, donde el hambre sea aún más endémica mientras solo alimentamos a los algoritmos insaciables.

Por eso, me inquieta el relato instalado sobre la IA generativa en la que se representa como algo incuestionable que viene a terminar con nuestras capacidades. Un relato parecido a la película Terminator, donde un ciborg creado por la IA se enfrentaba a la humanidad.

Días atrás realicé una pregunta muy básica a mis estudiantes ¿De dónde provienen los datos de la IAG?; “De toda la información que hay en internet”, respondieron. Esta respuesta es una verdad a medias porque la información que hay en internet pasa por una coctelera y tira alguna información que necesito (y que muchas veces contiene imprecisiones). Pero la percepción de mis estudiantes es producto del relato instalado por los arquitectos de la IA que se basan de terminología intencionalmente abstractas, como ser “la nube” para enmascarar su materialidad.

La dimensión material de la IA y las big tech va desde los mercados de capitales, flujos financieros, las centrales de datos y un sinfín de personas diseñando algoritmos. En este sentido, bien vale detenerse a pensar que esta tecnología depende del esfuerzo de una fuerza laboral distribuida y precarizada en gran parte del Sur Global y, a menudo, sujeta a explotación, como lo son les data workers.

Así, la retórica de lo abstracto e inmaterial es parte del nuevo discurso de las tecnológicas para imponer una alienación sin impedimentos. Estamos en una colonialidad brutal (que ya no es eurocentrista) pero esta vez siliconvaleycéntrico .

Esta colonialidad que hoy emerge se nutre de una humanidad desencantada a causa de los liderazgos que no han sabido dar respuestas acordes a los tiempos. A la vez, se alimenta de cierto sedentarismo intelectual que tal vez sea el resultado de tener tanta información, que tal como dice el historiador israelí, Yuval Noa Harari, nos abruma.

Enfrentamos una nueva colonialidad del poder y esta vez viene de los dueños de la IA y que apunta a la captación de las poblaciones y de los recursos naturales. Y por todo esto es urgente la necesidad de generar conflicto e interpelar el relato tecnocrático dominante.

Históricamente, la colonialidad del poder se valió de la colonialidad del ser y es esto lo que sucede porque el relato de la IA como un poder ineludible y dominante está instalado. Y este escenario ubicaría a las personas en una situación de riesgo y ante una posible marginación y deshumanización.

Por lo tanto, es peligroso “correr tras la zanahoria” sin cuestionamiento. Para que la IA sea una herramienta que facilite nuestras vidas y sume al progreso social, es necesario interpelarla en términos geopolíticos y desde nuestro lugar: el Sur global.

A pesar de que la IA pretenda deshumanizar (nos), depende de la humanidad. Pero, está en manos determinar hasta dónde puede llegar su poder.

* Docente universitaria y comunicadora DEI