En 1814, mientras Fernando VII vuelve al trono en España, Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia -enemigos íntimos en la historia argentina si los hay- deben encarar juntos un loco viaje a Río de Janeiro y Londres. El primero, porque no le queda otra: el Directorio –entonces a cargo de Gervasio Posadas- amenaza con meterlo preso si no acepta. Venía de ser vencido en Vilcapugio y Ayohuma, y pesaban cargas bravas sobre él. Rivadavia, en cambio, lo hace con cierto placer, dado el carácter de la misión: buscarle un rey externo a las Provincias Unidas del Sur, en un período de suma confusión política. 

En esa llaga de la historia metió los dedos Felipe Pigna para escribir su primera novela: Conspiración en Londres, Un rey Borbón para el Río de la Plata. “Tenía pendiente escribir una novela por las ganas de meterme en los pensamientos de los personajes, algo que el ensayo no permite. Lo más cerca que había estado de la ficción habían sido los cuentos para niños Los cuentos del abuelo José y Los cuentos de don Manuel”, introduce el historiador en nutrida conversación con Página/12.

-¿Y? ¿Valió la pena el “trasvasamiento” de género?

-Por supuesto (risas). Fue un placer escribir una novela, porque justamente me dio una gran libertad, más allá de un trasfondo histórico que no modifiqué. De por sí, la historia que cuento es real. Y me pareció que daba para explotar el recurso de la ficción, dado un hecho tan loco. La pasé muy bien haciéndola, sí.

Publicado por Planeta y presentado oficialmente en la última Feria del Libro (el domingo 8 de junio a las 20 repite en la Feria de Hurlingham) Conspiración en Londres es el vigésimo segundo libro que el escritor, historiador y docente mercedino publica desde que comenzó su larga saga durante el último año del milenio anterior, El mundo contemporáneo mediante. “Hubiese sido una pena dejar como libro de ensayo este hecho que es verdaderamente delirante”, insiste Pigna. “Primero, por la dramaturgia servida de dos personajes que se odian y tienen que ir juntos a una misión diplomática. Esto ya me parecía un condimento dramático súper interesante. Y después, bueno, por todo el desarrollo de la misión que es verdaderamente surrealista con la aparición del conde Cabarrús, y una serie de personajes que la van convirtiendo en algo cada vez más delirante, hasta plantear un secuestro que es como el colmo de la locura. En fin, es un crescendo que me pareció que tenía que tener un vuelo de novela más que de ensayo porque, además, en ese momento pasa de todo en el mundo. Napoleón es derrotado, y hay una vuelta de lo reaccionario que complica las cosas, porque no se aceptan las independencias”.

-La novela histórica como género tiende a generar dificultades cuando muchos –interesadamente- la toman como historia rigurosa y la difunden como tal. Parte del imaginario argentino se ha modelado así. Basta mencionar dos canónicos de los mimados por la historia de raigambre liberal como el Facundo de Sarmiento, o la Amalia de Mármol. ¿Cómo sorteaste esta dificultad que generó tergiversaciones, dados sus usos políticos?

-Bueno, siempre depende cuáles sean las intenciones del autor. En el caso de Sarmiento, claramente se trataba de un libro político en contra de Rosas, como él mismo lo dice. Incluso, llega a admitir que no le importa la verdad, tal como le escribe a su suegro Vélez Sarsfield asegurándole que el Facundo está cargado de mentiras “con un fin noble”, según el sanjuanino. Pero en mi caso, cuento un hecho real al que en todo caso me permito agregarle diálogos, situaciones, contextos y pensamientos verosímiles de los personajes. No hay un cambio, quiero decir, de la historia que cuento, y que me parece riquísima. Pero, es cierto, el género puede instalar mitos, como ha pasado con alguna novela que hablaba de la homosexualidad de Belgrano, y que quedó instalado en el imaginario popular, aunque no lo era. Obvio que no hay ningún problema si Belgrano hubiese sido homosexual, pero la realidad es que no lo fue. Y ese, entre tantos, es un ejemplo muy clarito de la confusión que se puede producir cuando la gente toma las novelas al pie de la letra.

-¿Cuál es la flexibilidad que el género permite, según tu óptica? En tu novela hay muchos diálogos que son ricos, muy floridos, entretenidos, y la pregunta que surge, mientras se lee, es qué grado de libertad te tomaste para construirlos.

-Por supuesto que el conocimiento fuerte de los personajes es fundamental, y yo conozco mucho tanto a Belgrano como a Rivadavia, porque trabajé sobre sus historias. Puedo imaginar qué pensarían frente a determinadas circunstancias. Entonces, apareció eso que siempre me quedaba pendiente cuando escribía las biografías históricas porque me tenía que atener a los documentos, mientras que acá me permito pensar qué pensarían, qué dirían ambos en determinadas situaciones. Me pareció linda la libertad de ponerme en la piel del tipo que está pensando en la derrota y la traición, como en el caso de Belgrano.

-En rigor, el diálogo que imaginás entre Rivadavia y Belgrano en la corbeta Zephir que los lleva a Río de Janeiro es de antología… cómo se van midiendo a través de esas sutilezas en los gestos, en lo que hablan, en lo que callan...

-(risas) Sí, claro, son diálogos muy divertidos y definitorios de un momento en el que se está definiendo el futuro del país. La novela trascurre entre 1814 y 1815, que fue un año nodal en el que se está definiendo si vamos a ser una colonia inglesa, si vamos a tener un rey o si vamos a ser independientes. Y los dos modelos que representan uno y otro, un patriota como Belgrano y un tipo muy proclive a la traición como Rivadavia.

-Se nota que lo querés poco a Rivadavia.

-(risas) Muy poquito, sí. Es un tipo tremendo, es el padre de la deuda externa, es el que expulsó a San Martín del país y el que le negó la bandera a Belgrano. Un tipo muy complicado, que jugó siempre en contra de los intereses de la patria, claramente. Como decía Vicente López, "frío para los asuntos de la patria".

-Tampoco te ahorrás el hecho de pegarle un palito a Gervasio Posadas y a su sobrino Carlos María de Alvear, que termina reemplazándolo en el Directorio, mientras Rivadavia y Belgrano están en plena travesía.

-Por supuesto, porque son los socios de Rivadavia, y los grandes enemigos de Belgrano y San Martín. Ellos son los que incitan a Belgrano a seguir hacia el Alto Perú y hacerlo caer en la derrota, para después declararlo como único culpable y amenazarlo con meterlo preso si no acepta ser parte de la misión a Río de Janeiro y Londres. Se aprovechan de que Belgrano es un tipo muy autocrítico. De hecho, él termina asumiendo una culpa relativa, que tenía parcialmente pero que no era toda suya. Por eso, me pareció importante poner en la primera parte de la novela lo que significaron las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma en la mente de un patriota como él, y el costo en vidas, que generalmente se pasa por alto.

-La forma amena y leve en que está escrito el libro habrá sido resultado de un trabajo arduo para vos; por lo general los historiadores escriben de otra manera. Más sobria, se si quiere, más rigurosa. ¿Fue así o la pluma fluyó de otra manera?

-Lo que pasa es que me gusta mucho escribir, e incluso en los ensayos también me permito algunos vuelos, algún guiño de humor al lector. En este caso, me interesaba que se lea bien el libro, que sea divertido y tenga las cosas que a mí me gusta leer. Que tenga aventura, barco, amor, intriga, espías, en fin, cosas de la época. Me preocupé mucho por eso. Por pulir mucho la escritura en ese sentido.

-Y en ese marco, aparecen palabras temporalmente transpoladas como cuando Belgrano piensa como un “impresentable” a Posadas.

-En realidad, traté de usar poco vocabulario actual, pero había palabras como esta que tenían que estar porque funcionan como claves para la descripción de estos personajes… al Conde de Cabarrús tampoco le cabe otra definición por corrupto, inescrupuloso y mentiroso.

-¿Cómo preparaste toda la descripción del funcionamiento de un barco en esos años? ¿Lo investigaste o ya tenías conocimiento sobre ello?

-Lo tuve que averiguar investigando la Londres de esos años, y también la Río de Janeiro. Me pareció fascinante meterme con ese mundo de los barcos de la época. También en lo que implicaba el peligro de la piratería, que en ese momento estaba a la orden del día. En fin, traté de captar al barco como lugar donde suceden muchas cosas. Pensar que los viajes a Europa duraban 40, 50 días.

-Romances incluidos. Hay un fragmento en que Belgrano y Rivadavia llegan a competir por la atención de una dama en el viaje a Río.

-Algo que va in crescendo, sí, y termina en un romance fuerte, con escenas de sexo entre Belgrano y una mujer llamada Marianne, en el barco que va a Londres.

-¿Belgrano es tu prócer preferido?

-Él, San Martín y Güemes, para mí son una tríada extraordinaria, imprescindible.

-¿Rosas no?

-Un tipo muy patriota, sin dudas, pero con algunos temitas respecto de cómo trataba a la oposición, y otras cuestiones más complejas.

-Otra época, igual. No se consigue en la Argentina del siglo XIX tanta violencia en tan poco tiempo como en la dictadura de Lavalle. En seis meses, los unitarios aniquilaron un montón de personas bajo la premisa “muerte al gaucho”. Por esto vinculado a que la historia la escriben los que ganan, faltan “novelas históricas” que hablen de tanta crueldad y sufrimiento contra la que justamente reacciona el rosismo.

-Época muy dura, de mucho conflicto, sí. Rosas tuvo que enfrentar a un unitarismo muy duro, y lo hizo con todas las armas. Y San Martín es el primero que nombra con todas las letras a la dictadura del '28. En los seis meses que dura la dictadura unitaria hubo más de cinco mil muertos. Una cifra espeluznante… por eso lo de salvajes unitarios.

-Algo que no se contó en las escuelas durante décadas.

-De todas formas, Lavalle me parece un personaje fascinante, no porque lo admire sino porque es un tipo con una trayectoria increíble de granadero que lucha por la patria a cometer todas las atrocidades, y morir en Jujuy de manera tan extraña.

-¿Próximo libro?

-Uno sobre la dictadura, que va a salir el próximo año, cuando se cumpla el 50 aniversario.

-¿Algún adelanto temático?

-Bueno, sí, hay un elemento que no está tan presente en la narrativa sobre la dictadura es su enorme nivel de corrupción, más allá de los crímenes, la deuda y todo lo que ya sabemos. Voy a trabajar sobre ese eje.

-Hablando de dictadura, hoy se viven tiempos bravos. ¿Qué podés decir desde tu experiencia?

-Que estamos viviendo un presente muy triste, de mucha destrucción. Lo que me preocupa, más allá de los personajes nefastos que nos están gobernando y que, imagino, pasarán, es el cambio de mentalidad en una parte importante de la población. Me refiero a la pérdida de sensibilidad, de empatía… ¿qué es eso de dejar solos a los jubilados, o a los médicos del Garrahan? Hay una situación de pérdida de sensibilidad social fuerte de la mano de todos estos movimientos que algún arraigo evidentemente tienen. Eso es lo que más me preocupa, realmente.

 

 

Los referentes históricos

La novela histórica por antonomasia según Felipe Pigna es El nombre de la rosa, de Humberto Eco. El argumento es que cumple con todos los requisitos del género, porque tiene una historia sólida detrás, guiños al presente, una muy buena narración, y gran preocupación por el contexto “por contar lo que pasaba en ese momento… cómo vivía la gente realmente, cuál era el imaginario de la época”, destaca el escritor. Pigna también subraya la escritura de Jorge Luis Borges por la mirada psicológica de los personajes que impregnan sus historias. “Borges va más allá del hecho y se pone en la piel de Martín Fierro, de Isidoro Cruz, de los personajes que va eligiendo de nuestra historia”, valora. 

“Por lo demás, me gusta mucho la narrativa de Almudena Grandes. Ella está muy centrada en la Guerra Civil, pero tiene una forma de contar historias que me encanta. En fin, leo mucha novela, y no solamente histórica, sino también literatura general. Incluso volví a Shakespeare, gran maestro, que era uno de los autores preferidos de Belgrano. De hecho, el libro arranca con una cita de su Enrique V, porque es el primer autor que se mete con los reyes. Que los humaniza, los critica, los baja del pedestal y los pone para nada divinos, pensando en el Ricardo III de Hamlet. Shakespeare es el tipo que se adelanta a la literatura política inglesa”.