“Stefani, no hay dolor más atroz que ser feliz…” (Alfredo Zitarrosa)

  1.  

El dolor tiene la particularidad de volver extraño lo que creemos conocido: nuestro propio cuerpo. Es una sensación que segmenta el cuerpo y lo presenta en su originaria y real fragmentación.

2. 

Es siempre signo de inconsistencia, fragilidad, vulnerabilidad, en tanto rompe la estructura imaginaria del cuerpo, que es como habitualmente lo percibimos. 

El cuerpo imaginario es siempre una totalidad que pasa desapercibida para nosotros mismos. Sostén primero y fundante de nuestro yo en el mundo. El cuerpo debe desaparecer de nuestra percepción consciente para que podamos ocuparnos de otras cosas. 

“La salud es el silencio de los órganos” sentenciaba Claude Bernard, y el dolor es el ruido que nos avisa de la lábil consistencia de ese mutismo.

3.

Sigmund Freud señala que el dolor actúa como una pulsión. Es decir, a modo de un real que impone una exigencia de trabajo que, según su intensidad, puede llevarnos a apartar la atención de toda otra tarea cotidiana. Llegando al punto de desestimar todo lo que no tenga relación directa con nuestro dolor. 

Freud cita al poeta Wilhem Busch para ilustrarlo: “Concentrándose está su alma en el estrecho hoyo de su molar”. 

El sufriente no puede amar nada más que su propio dolor. El cuerpo se cierra y reduce a una carne dolorosa. El dolor no es inhibición, ni síntoma, ni angustia, más bien, es otro de los nombres para ubicar lo real del cuerpo.

4. 

El dolor es uno de los signos de lo que Jacques Lacan denominó goce. De no ser así, cuando de satisfacción se trata, hablamos de placer, indiferencia o simple displacer. 

Por otro lado, en el caso de quienes se satisfacen causándolo o sintiéndolo, situaciones en las que el dolor -en el otro o en uno mismo- es buscado y necesario, no se puede hablar de goce propiamente dicho. 

Este conlleva en su estructura una irreductible contradicción. El goce es un oxímoron, una satisfacción insatisfactoria, un placer displacentero. 

Sólo el dolor, en sus variadas formas, lo encarna, lo expone en carne viva. No todo dolor es goce, pero si todo goce implica dolor en alguna de sus formas.

5. 

El dolor puede ubicarse entre signo y síntoma. Es un signo, en tanto indica algo a quien lo padece; y también síntoma, algo que alguien debe, en algún momento empezar a decir para que exista, no es un observable.

6. 

Se liga siempre a una perdida: aparece en relación a la pérdida del cuerpo en tanto unidad, o un objeto (otro o cosa) de extrema singularidad por medio del cual un cuerpo arma un sostén en el mundo. 

El dolor, el duelo, está siempre entre el cuerpo y la carne, y entre un cuerpo y otros cuerpos, siempre en los intersticios amorfos de esto que llamamos lo humano.

7. El dolor se presenta como un obstáculo a la lógica biopolítica de las sociedades modernas. 

Como lo señala con precisión Philip Aries, en su libro Morir en Occidente, la modernidad ha rechazado la muerte –el duelo– el dolor, en tanto signos mayores del límite a un poder que tomó como objeto! central la vida. 

El dolor puede ubicarse como el último bastión de resistencia a las exigencias de una cultura articulada a la lógica del viagra. Esto es, a la loca contradicción de que hay que pararla para no parar. 

El dolor te para. Nuevamente hay que recurrir a Sigmund Freud para ubicar el dolor y la enfermedad en relación al beneficio que puedan representar para quienes los padecen. 

¿A cuántas tareas, trabajos, obligaciones a las que estamos confinados podemos decirles que no en nombre del dolor, de la enfermedad? 

El psicoanálisis sugiere que sería mucho menos costoso para todos si pudiéramos empezar a decir que no en nombre del deseo. La diferencia está en que el no del deseo no es un rechazo de lo que hay, sino la afirmación de lo que falta.

8. 

El dolor y la enfermedad son, en nuestras sociedades, la excusa mejor tolerada ante las exigencias idílicas de los otros, nosotros mismos, y de la máquina civilizatoria que nos tritura. 

Refugios oscuros, inhóspitos, malolientes, los peores de todos, pero refugios al fin. 

El modo de producción hegemónico ha despojado a gran parte de la población mundial de todo cuanto tenía o pueda llegar a tener, para muchos aún queda su dolor. 

Allí se condensa el mínimo de sentido necesario para soportar una vida, para darle lugar a un ser en el mundo.

9. 

Lo otro del dolor no es el placer, sino la anestesia. 

Las fronteras entre dolor y placer son de lo más difusas llegando a veces a confundirse. Todos los tratamientos del dolor buscan que este cese, se apague, interrumpa. Se lo muta antes de interrogarlo. En este sentido, la anestesia conduce, siempre y sin excepción, al rechazo del saber. 

La serie dolor– anestesia–rechazo del saber es la que sigue desde hace varios años la lógica médico-biológica. 

El uso indiscriminado de sedantes -legales e ilegales-, aines, corticoesteroides, ansiolíticos, y demás químicos, constatan la tendencia de considerar el dolor como un enemigo al que hay que eliminar, erradicar, hacer desaparecer.

10. Por el año 1896, respecto del abordaje de determinadas problemáticas corporales -histeria mediante- Sigmund Freud sugería a los médicos que, en primer lugar, les convendría remontar los síntomas a sus fuentes biográficas. 

Como no le prestaron oído, inventó al psicoanalista. Es esta función la que va a posibilitar que se comience a escribir la biografía, no de la vida de cada uno, sino del dolor que habita a cada sufriente. ¿qué puede decir alguien de lo que le duele? 

Se trata de transformar el dolor en sufrimiento para dar lugar al síntoma. 

La praxis analítica está fundada en el amable gesto de dar al dolor su palabra. En este sentido, puede ubicarse al psicoanálisis como una práctica anti-moderna, en la medida en que en la modernidad el dolor ha sido despojado de todo significado moral, cultural y existencial y se lo ha convertido en un asunto médico que hay que resolver. 

Se lo ha desintegrado de la vida. Esto forma parte del rechazo generalizado de las marcas de la finitud, los límites, en definitiva, de lo que en psicoanálisis se denomina castración.

11. La lógica de la anestesia conecta mágicamente con el sueño mortífero de la virtualidad indefinida. 

*Psicoanalista, escritor, docente.