Quizás, uno de los aspectos más originales y disruptivos de “Lo que escribimos juntos”, el cuarto largometraje de Nicolás Teté, es que se centra en una pareja gay, pero pone en escenas conflictos, pasiones y sentimientos que son, de alguna manera, universales en las relaciones amorosas.

En efecto, “Lo que escribimos juntos” no ahonda (aunque aparezcan sutilmente) en clisés y tópicos comunes de cuando se narra una historia de amor entre varones: el insulto fundacional de la sociedad a temprana edad, la hostilidad y discriminación exterior que deja marcas en el cuerpo y el corazón, la humillación y el acoso escolar en la adolescencia, la salida del clóset, el rechazo familiar, la necesidad de la comunidad de amigos, los encuentros eróticos pasajeros o la promiscuidad sexual, entre otros.

Por el contrario, la narración se focaliza en los avatares sentimentales de Juan (Ezequiel Martínez) y Mariano (Santiago Villariño), una pareja de treintañeros ya armada con varios años de convivencia, hábitos cotidianos establecidos y hasta un perro. Entonces las tensiones y los conflictos se disparan a cuestiones tales como el hastío de la rutina, el miedo a la pérdida de la pasión, los temores a dejar atrás las mieles de la juventud, la insatisfacción de no cumplir con las metas personales, el terror al acuciante fin del deseo sexual o aún peor, del fin del amor… Eso constituye un punto de inflexión en la historia local de la cinematografía queer argentina y sitúa a la película en el desafío de cómo caracterizar al amor entre varones en los tiempos del matrimonio igualitario. En ese sentido, la pregunta que, en una charla telefónica, Juan le lanza a su editor en los primeros minutos de la ficción aparece como una cierta declaración de principios del film: “Más allá de la identidad de género y de la orientación sexual, ¿quién no sufrió alguna vez por amor?”

Para tratar esos grandes temas, Teté no recurre a grandes golpes de efecto, giros inesperados o hechos impactantes, sino que los mismos se deslizan con finura y perspicacia en el devenir diario y con la intensidad que se logra a partir de la unidad de tiempo: una semana en la vida de la pareja protagónica. Una pareja que, además, tomó la decisión de emprender un proyecto común y mudar de la ciudad a un ámbito rural, comenzar una nueva vida en las sierras. En este sentido, Juan y Mariano realizan el camino inverso al que propone Didier Eribon en su libro clásico “Reflexiones sobre la cuestión gay” para describir las trayectorias existenciales de gays, lesbianas, travestis y trans. Los jóvenes gays ya no huyen del pueblo prejuicioso para desplegar su vida erótica en el anonimato y los lugares de contención que frecuentemente conceden las ciudades, sino de la contaminación y el stress de los ámbitos citadinos a un páramo verde de la ciudad de San Luis para entrar en contacto con la naturaleza y reavivar la pasión.

A su vez, cada uno de ellos arrastra sus propios conflictos personales. Juan es un joven escritor que, tras alcanzar cierto reconocimiento en el mercado editorial, intenta escribir una nueva novela inspirado en la paz del nuevo entorno y valiéndose de sus vivencias con Mariano. Y Mariano, que afronta algunos problemas relacionados con la salud mental y la depresión, intenta, como en la versión gay y menos melodramática de “Los pasajes del jardín” -la mejor novela de Silvina Bullrich espléndidamente llevada al cine por Alejandro Doria con Graciela Borges y Rodolfo Ranni como protagonistas-  montar un vivero donde además exhibir sus macetas de cerámica.

Como en los relatos clásicos, todas las tensiones parecen a punto de estallar con la irrupción de una visita: en este caso, se trata de Carla (Nazarena Rojas), la mejor amiga de Juan. Sin embargo, una vez más Teté sorprende al no hacer desatar la crisis con la llegada de la muchacha. La vida suele ser mucho más compleja que las ficciones cinematográficas y la llegada de la intrusa produce a la vez problemas como alivios y complicidades.


En esta instancia como en todo momento, Teté se aleja tanto de las respuestas simples como de los finales cerrados o simplemente felices e infelices de Hollywood. De esa manera y a partir de sólidas interpretaciones crea una película honesta y sincera que aborda de manera lírica y sutil los impredecibles, a veces tortuosos y a veces amorosos caminos del acompañar y transitar juntos las existencias y sobre todo las complejidades y fragilidades de las relaciones humanas. Para ello cuenta con dos lenguajes potentes y poéticos que actúan como metáfora: el de la escritura y el de las flores. ¿Cuánto se escribe solo y cuánto se puede aun escribir juntos? ¿Acaso, como en el caso de las flores, el amor y los sueños, como todas las cosas bellas se desvanecen al primer contacto con la realidad?

Lo que escribimos juntos (Argentina/2024). Dirección: Nicolás Teté. Guion: Nicolás Teté. Con Santiago Magariños, Ezequiel Martínez y Nazarena Rozas. Fotografía: Juan Cobo. Música: Ignacio Herbojo. Edición: Nicolás Teté. En Cine Gaumont. Avenida Rivadavia 1635. Hora 18 y 30 (se suspende el martes 17).