Los libros, que estaban en el aire que respiraba, fueron el centro de su universo. “Leer es un placer”, nombre del programa radial que condujo durante más de veinte años, es el título ideal para homenajear a Natalia Asunción Poblet, más conocida como “Natu” Poblet, la dueña de la librería Clásica y Moderna, un ámbito que ella convirtió en un espacio de hospitalidad y referencia de la cultura porteña. Ana María Shua, Edgardo Cozarinsky, Félix Bruzzone, Vera Giaconi, Julián López y Gabriela Cabezón Cámara se reunirán hoy a las 20 en Callao 892 para recordar a la emblemática librera, que murió en junio pasado a los 79 años. “Natu fue la persona que me dio la bienvenida a la literatura argentina”, cuenta Shua. “Yo solía tomar cafecitos en Clásica y Moderna con ella y con su hermano Paco cuando todavía era solamente una librería. Natu fue siempre una especie de centro cultural ambulante. Querida por todos, única en su género y por lo tanto sin competencia con nadie, Natu era el nexo entre los escritores argentinos, y también entre los escritores y los artistas. Ella nos presentaba, nos relacionaba, nos invitaba, nos mimaba, nos leía”.

Selva Almada, una de las organizadoras del homenaje junto a Mario Moravenik, conoció a Poblet cuando salió su novela El viento que arrasa, en 2012. “La primera vez que la vi fue cuando fui a su programa Leer es un placer. A partir de entonces iba a verla seguido, en todas partes, con su peluca negra rabiosa, medio punk, y esos zapatos con plataforma que usaba siempre. Decía que ella era la primera que había puesto el ojo en mí y en mi escritura y un poco de razón tenía: fue una de las primeras lectoras entusiastas que tuve. En estos años, desde 2012 hasta su muerte, nos fuimos acercando cada vez más”, recuerda Almada.

El artista Mario Moravenik la conoció en 1987, un año antes de reinaugurar Clásica y Moderna tal como se la conoce hoy. “Nos hicimos amigos y, como yo vengo del mundo del arte, unos días antes de la inauguración me pidió urgente que diseñara una imagen para estampar en los delantales de los camareros. En dos días se imprimieron.  Compartíamos gustos literarios como Ricardo Piglia, Manuel Puig, o Michel Houellebecq. Para mi significó una amistad  muy cariñosa. Eso es lo más importante”, asegura Moravenik. “Para mí, Natu fue la constatación de que la alegría, el entusiasmo y la lucidez pueden llegar hasta el final de la vida”, agrega la escritora Gabriela Cabezón Cámara. Todos tienen anécdotas con Poblet para evocar y narrar. “Cierta vez en que no nos dejaban entrar ya no me acuerdo bien adónde, quizás una fiesta o de un canal de TV, Natu se plantó delante de la persona que nos impedía el paso y dijo, señalándome: ‘¿No se da cuenta de que es Ana María Shua? ¡Es una escritora muy importante!’  Yo debía tener unos treinta años, no era en absoluto una escritora muy importante y lo sabía, pero que Natu lo dijera con tanta convicción me calentó el corazón”, reconoce la autora de Los amores de Laurita.  

Moravenik inauguró sus primeras instalaciones en el Centro Cultural Recoleta a fines de los años 80, “cuando la palabra instalaciones despistaba y la gente lo asociaba con la luz, el gas y el agua”, comenta con ironía. “De pronto entró en la sala con un vestido negro de seda y una orquídea blanca en el pecho y, en medio del silencio, gritó: ¡Esto debería de estar en el Pompidou!”. El artista también se acuerda de las visitas que le hizo Poblet en Barcelona, adonde se fue a vivir en 1991. “Sus visitas eran una locura. Me descentraba. Durante el día ella leía, pero cada noche acabábamos con un grupo de amigos argentinos en el ‘Gimlet’, una famosa coctelería donde siempre la esperaban con su whisky, y ahí amanecíamos”, revela Moravenik.

En 2015, 2016 y este año, poco antes de su muerte, hicieron lo que ella llamaba “vermucitos”. “Nos juntábamos una vez al mes a tomar unos tragos en un bar cerca de su casa con ella, Julián López, Alejandra Zina, Marcelo Carnero y Leandro Ávalos Blacha. Charlábamos de libros y nos pedía consejo acerca de nuevos autores o libros recién publicados. Le interesaba lo que escribían los autores nuevos y en eso creo que era muy de vanguardia: no tenía prejuicios a la hora de leer, siempre estaba ávida y curiosa de novedades –pondera Almada–. Nos íbamos de allí con la certeza de haber asistido a algo importante para nuestras vidas. Estar con Natu era estar con una persona fascinante y y al mismo tiempo era estar con una parte de Buenos Aires, de la cultura porteña, que ya no existe, que lamentablemente se fue con ella”.