Están los peronistas, los que no lo son, están los antiperonistas más o menos moderados y están los recalcitrantes gorilas. Como toda clasificación, aplíquesele matices y grises correspondientes y creo que tendremos una representación bastante acabada del país por más que falte el creciente número de indiferentes y desencantados. La actualidad demuestra que las cosas no han cambiado mucho desde el comienzo del peronismo. No cambiaron con el golpe del 55 y la primera proscripción, con los golpes de estado y la tortura, con los 30 mil desaparecidos y el regreso de la democracia.

Los antiperonistas golpistas de Eduardo Lonardi que proclamaron el “ni vencedores ni vencidos” duraron un suspiro: 52 días. En su deseo de borrar al peronismo de la faz de la tierra, los recalcitrantes Pedro Aramburu e Isaac Rojas no solo desataron una persecución sin cuartel sino que se sumergieron en la farsa surrealista expresada por el famoso decreto 4161. El decreto prohibía pronunciar los nombres de Juan Domingo Perón, Eva Duarte de Perón y parientes, la “utilización de imágenes, símbolos, signos, doctrinas, artículos y obras artísticas” afines, así como los vocablos “peronismo, peronista, justicialista o tercera posición”. La pena era draconiana: un mes de prisión, multa y pérdida de derechos civiles.

Es cierto que en la frondosa historia humana, este decreto fue más moderado que, por ejemplo, la política del legendario Emperador Qin Shi Huang en el siglo III antes de Jesucristo. Con la misma intención de borrar el pasado, el emperador que construyó la muralla china quemó todos los libros anteriores a su reino para que no quedaran rastros de su nación previos a su aparición en el mundo. En nuestro más modesto caso, los recalcitrantes se conformaron con el citado decreto y una descarnada persecución, con arrestos, torturas, fusilamientos que incluyeron otra medida icónica, el macabro secuestro del cadáver embalsamado de Eva Perón y su traslado por diferentes lugares de la capital hasta ser enterrado en Italia con nombre falso.

Este fanatismo convierte a seres normalmente racionales, a científicos y profesionales hijos de la ilustración, en toros desbocados que pierden toda lógica cuando ven la capa roja de la pasión peronista. Y el kirchnerismo ha venido a demostrar que el tiempo no ha pasado. Como decía Jorge Luis Borges de los peronistas, los recalcitrantes son “incorregibles”. No es necesario adentrarse en la farsa del juicio y la condena de Cristina para demostrarlo: con el balcón basta. Es posible encontrar una fina ironía borgiana en la apelación que presentaron los abogados de Cristina o, con estilo más tanguero, en el texto que publicó ella misma en su cuenta de X. En su notificación de arresto domiciliario, el Tribunal Oral Federal 2 le había indicado que debía “abstenerse de adoptar comportamientos que puedan perturbar la tranquilidad del vecindario y/o alterar la convivencia pacífica de sus habitantes”. Para los esbirros mediáticos, esto significaba una redefinición del concepto de propiedad que excluía el balcón. No era posible que Cristina siguiera siendo la Julieta que recibe el amor popular como señaló en una columna en este diario el psicoanalista Sergio Zabalza. En su recurso, los abogados querían saber “si nuestra representada puede o no salir al balcón del domicilio en el que se encuentra” y si el uso del mismo “se encuentra prohibido, ya sea en forma total o parcial y, en este segundo supuesto, cuáles son los alcances de la restricción”. En su cuenta de X, Cristina lo puso en su correspondiente tono farsesco: “¿Puedo salir o no al balcón de mi casa? Parece joda, pero no”. 

Los recalcitrantes son terraplanistas que encuentran argumentos para todo. El problema con el absurdo es que cuando se busca precisarlo surgen preguntas y escenarios de difícil respuesta. ¿Es posible una salida "parcial" al balcón? ¿Supondría una salida de medio cuerpo, un asomarse de cara, un perfil? Ahora supongamos que Cristina no sale, pero mira por la ventana que da al balcón: ¿está esa conducta también prohibida? ¿Estimará el Tribunal que hay que tapiar el ventanal? En este caso aparece el problema de si hay otras ventanas que den a la calle. ¿Habrá algún perito arquitectónico que fundamente el asunto para la justicia de un gobierno que hace culto de la sagrada propiedad privada? ¿Habrá alguno que se atreva a decir que el balcón no es parte de su casa? ¿O habrá que derribar el balcón para terminar con el problema? 

Con los terraplanistas nunca se sabe. Si la tierra es plana, cualquier cosa es posible.