Calixto Bieito y Joaquín Furriel ya se habían reunido en 2010 para una potente puesta de La vida es sueño en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Ahora el director español y el actor argentino vuelven a elegirse para encarar un proyecto igual de ambicioso: La verdadera historia de Ricardo III, una versión de la mítica obra de Shakespeare que desembarcará el 27 de junio en la misma sala y que en septiembre viajará a Europa.
En el inicio del vínculo hay otro Shakespeare. En diálogo con Página/12, Furriel recuerda que en 2009 estaba haciendo una versión de Rey Lear a cargo de Rubén Szchumacher -quien en 2019 lo dirigiría en Hamlet- y se enteró de que a un compañero de camarín lo habían llamado para audiciones de La vida es sueño. "Escuché eso y me puse mal porque no me habían convocado de un teatro en el que había trabajado muchas veces. Me quedé calladito. Al día siguiente él me contó que no iba a poder audicionar porque tenía otros compromisos, entonces le pregunté si le molestaba que me presentara". El actor era Juan Gil Navarro y él mismo se ocupó de llamar al productor de la obra para hacer la conexión. Poco después se comunicaron con Furriel para avisarle que Calixto asistiría a una función de Lear.
"Él iba a ver a otro actor y le dijeron que también se fijara en el que interpretaba a Edgar para ver si quería una audición. Dijo que sí y audicioné un domingo a la mañana. Trabajé con el monólogo de Edgar porque lo tenía incorporado y recuerdo que todo lo que él me proponía para probar sobre el escenario me generaba mucha creatividad interpretativa. Volví a casa todo transpirado, como si me hubieran dado una paliza, con ganas de seguir trabajando esas pulsiones. Al día siguiente me llamaron del teatro para darme una de las noticias más importantes de mi vida", cuenta quien terminó interpretando a Segismundo, uno de los tantos puntos de inflexión en su carrera. Otro muy claro fue en Patrón, radiografía de un crimen, la película de Sebastián Schindel en la que encarnó a un hachero santiagueño que llegaba a Buenos Aires para trabajar en una carnicería.
Cuando se le pregunta a Bieito qué vio en aquella audición, enumera una serie de talentos valiosos para cualquier actor: "Vi luz, fuerza, fragilidad, carisma, cosas fundamentales. No sé explicarlo muy bien. Tuve una muy buena impresión no solo desde el punto de vista técnico; en él había mucha humanidad y para hacer Segismundo era esencial porque es como el Hamlet de la literatura española. Tengo que decir que tuve mucha suerte con mis experiencias en teatro, en ópera, haciendo instalaciones. Pero ese 2010 es uno de los momentos más bonitos de mi vida profesional y personal".
-Ricardo III habilita nuevas lecturas en cada época. Ustedes temían ser tildados de oportunistas, pero ¿qué significado tiene este clásico más allá de las obviedades?
Joaquín Furriel: -Hoy a Calixto lo siento un amigo por la tranquilidad y la confianza que me genera estar con él. Vemos muchas cosas de la misma manera y tenía ganas de que trabajáramos juntos. En Ricardo III encontré una invitación a descubrir un gran mundo expresivo porque habla de temas que me gustan mucho y tenía el deseo de poder compartirlo creativamente con él. Ninguno se mueve en zonas extremistas o bilaterales. Somos personas que tratamos de buscar más dimensiones sobre lo que pasa, más interrogantes. No intentamos dar respuestas o bajar una idea lineal.
El actor cuenta que hace un tiempo venía tratando de entender la maldad, estudiándola. "Me parece que Ricardo III es una invitación al corazón de las tinieblas, y cuando te metés ahí siempre es muy saludable estar bien acompañado". Bieito explica que en la versión que escribió junto a Adrià Reixach (la traducción es de Lautaro Vilo) hay algunas referencias al 2012 para marcar una distancia respecto del original. "Mi formación no viene del teatro sino de la literatura y la filosofía del arte. Estudié muy poco tiempo en el drama school porque no me adapté. Cuando hablaban del distanciamiento yo no entendía nada. La idea de poner estos guiños al descubrimiento del verdadero cuerpo de Ricardo III (bah, esto es algo que no sabremos nunca) era una manera de poner distancia y preguntarse qué es la verdad, cuál es la historia que nos han contado y cómo los vencedores son quienes imponen siempre una lectura de la historia, porque las fake news no son una cosa de ahora".
Fake news y una historia rocambolesca
"Un descubrimiento increíble", tituló un portal enteramente dedicado a Ricardo III. Existe una cofradía de devotos del monarca: los ricardianos. Philippa Langley es una y, mientras escribía el guión para un film, tuvo una corazonada. Cuando visitó el antiguo emplazamiento de la iglesia de Greyfriars -hoy convertido en estacionamiento-tuvo una sensación extraña. "Sentí que estaba caminando sobre la tumba de Ricardo III", confesó a The Guardian en 2013. Un año después volvió al lugar y vio que una plaza había sido pintada con la letra R; aunque significaba "reservado", ella lo leyó como una señal. "El rey de Inglaterra que acabó en un parking", tituló la National Geographic para revelar los datos arrojados por la exhumación de sus restos.
Y es que tras el descubrimiento de una descendiente viva, un equipo de arqueólogos de la Universidad de Leicester localizó en 2012 la tumba debajo del estacionamiento y logró identificar esos restos como los del monarca. La revista Nature publicó un artículo donde se concluía que había pruebas "abrumadoras" de que los huesos eran de Ricardo III; incluso hubo un "reenterramiento" en la Catedral de Leicester y un servicio conmemorativo con un poema de la poeta Carol Ann Duffy leído por el actor Benedict Cumberbatch. En 2022 se estrenó la ficción que reconstruye aquella investigación, The lost king, pero despertó polémica por sus inexactitudes.
En relación a la idea de fake news, Bieito dice que el invento de Google no es nuevo porque siempre estuvo el anhelo de condensar todo el saber de la humanidad en un solo lugar (Alejandro Magno soñó con la Biblioteca de Alejandría): "La obra nos permite poner esto sobre la mesa porque es importante tener capacidad de análisis, no creer todo ni tampoco desconfiar de todo. La historia del 2012 es tan rocambolesca que yo temía que quedara como una comedia, pero por suerte no sucede".
El español tiene un conocimiento profundo de la obra shakesperiana: ya había montado fragmentos de Ricardo III y otras obras del Bardo en varios idiomas, trabajó en Inglaterra y dio clases sobre el tema. Sin embargo, reconoce que Furriel lo ayudó a descubrir nuevos aspectos: "Hay dos o tres textos fundamentales de la obra que por supuesto conocía pero no sabía realmente lo que significaban. Joaquín me permitió descubrirlo porque los traslada a la psicopatía y al mundo de las tinieblas del cerebro humano, que en mi opinión sigue siendo la máquina más compleja, mucho más que la IA".
La complejidad del mal
-¿Cómo encarnar esa maldad y qué desafíos hubo en el proceso?
J. F.: -Una de las llaves fue descubrir que uno está acostumbrado a reconocer el mal como contraposición al bien. Si se considera que alguien es malo, es porque uno mismo se considera bueno. Cuando te corrés de ese razonamiento y mezclás la maldad con la bondad, cuando empezás a darte cuenta de que todo es un poco más complejo, encontrás otros matices. Calixto me recomendó El mal, un libro de Rüdiger Safranski, y ahí hay una parte que me interesó mucho. Aparentemente hubo una buena etapa donde se vivió solo con Dios, después vino el Diablo porque se necesitó un antagonista. Creo que uno de los grandes descubrimientos es que los textos, según cómo se digan y cómo estén montados, pueden decantar en una obra moralista. Pero si eso se coloca en otro lugar, la moral se desvanece.
"¿Qué pasa si entramos en una época de incertidumbre donde la moral deja de tener el valor que deberíamos darle? ¿Qué pasa cuando alguien está habilitado a decir algo que en otra época hubiese sido muy cuestionado?", se pregunta el actor para ampliar la mirada y explorar el asunto más allá de las dicotomías. "Uno podría caer en la idea (para mí simple) de que el personaje es malo porque es deforme y jorobado, como si esa fuese la justificación de su maldad. Nunca leí la obra de esa forma. Hay textos con muchas dimensiones para trabajar y eso es lo que pasa en los ensayos. Si hago algo con el cuerpo, el mismo texto que podía tomar cierta dirección se puede transformar en otra cosa e invita a los espectadores a aportar su propio recorrido de vida, porque si no la experiencia es plana y vos te ponés en el lugar del saber. Lo que hacemos es un juego y una convención, no estamos arriba del escenario diciendo 'sabemos esto'", explica.
El director agrega que "el concepto de maldad ha cambiado mucho a lo largo de la historia" y comenta con sorpresa que hoy existen estudios genéticos sobre la predisposición de un ser humano a la maldad. "Desde mi punto de vista, hay mucha gente que comete actos terribles y luego se va a dormir tranquilo, no tiene ningún problema con eso e incluso lo dice públicamente. Creo que en el siglo XX entramos en otra dimensión, hubo un pico de maldad que fue el Holocausto y los campos de concentración en Alemania y la URSS. En esta obra trabajamos sobre una dimensión más pequeña: la maldad de un cerebro por poder y falta de empatía. Ahora mismo hay una enorme falta de empatía, al menos en Europa", destaca.
Los prejuicios de un "arte de elite"
-Suele haber ciertos prejuicios ante los clásicos por su presunto elitismo, pero Shakespeare escribía para la corte y para el pueblo. ¿Qué piensan sobre el carácter popular de su obra?
J. F.: -Bueno, él escribía para tres sectores sociales: analfabetos, una burguesía incipiente y la corte. Recuerdo que en ciertos pasajes de Hamlet se reía un sector del público y en otros momentos, otro. Eso es vital. Con estos textos están todos invitados. En Buenos Aires viene al teatro gente muy diversa; eso no ocurre en muchos países. El otro día dejé el coche en un estacionamiento y el que estaba trabajando a la noche me dijo que había visto Hamlet y Final de partida. En Europa percibo que el público es más o menos el mismo y va a las pocas funciones que hay; acá tenemos temporadas más largas y viene gente que nunca vio teatro, eruditos, estudiantes, laburantes. Como actor es muy atractivo porque no hay ninguna solemnidad y se rompe esta cuestión elitista que a mí nunca me sedujo.
Calixto Bieito: -A Isabel I le encantó Falstaff en Enrique IV, se enamoró y propuso que le escribiera una obra pero como ese personaje es un punky, Shakespeare lo eliminó de la obra y escribió Las alegres comadres de Windsor, un Falstaff súper polite (correcto). Él no quiso hacerlo punky para no perder la subvención. Hay un libro titulado Filthy Shakespeare que explora las palabras sucias en su obra, y Enrique IV estaba lleno de eso. Sí, claro. Él escribía para todos los públicos.
Joaquín dice que sería imposible encarnar a Ricardo sin haber pasado por Hamlet, Segismundo o Clov en Final de partida. "Estaba filmando una película de Julio Medem, veía a Úrsula Corberó y Álvaro Cervantes en una escena y empecé a darme cuenta de que ya no era el joven de la película. Era el momento de hacer Hamlet porque es la historia de un hijo. Creo que cada obra llegó en el momento indicado: La vida es sueño fue un punto de inflexión porque pude aplicar un montón de conocimientos que hasta ese momento no había podido convocar; haber actuado en Final de partida con Alfredo Alcón, uno de nuestros grandísimos actores, ser dirigido por él y acompañarlo en lo que terminó siendo el canto del cisne también fue importante. Los personajes son posibilidades de aprendizaje para el momento que estoy viviendo", destaca.
Un elenco de solistas
Bieito tenía la idea de conformar "un elenco de solistas" al modo de una ópera contemporánea. No quería un desfile de 30 o 40 personajes entrando y saliendo de escena. "Eso me aburriría un montón", confiesa, y describe este esquema de trabajo como "un conjunto de voces y cuerpos que se sincronizan con ciertos matices: forte, mezzoforte, piano". El elenco liderado por Furriel se completa con Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis "Luisón" Herrera y Silvina Sabater. "Dirigirlos es un placer. Son muy buenos todos. Si algo no funciona es mi responsabilidad", asegura el español.
Consultado sobre la escena porteña, Bieito dice que "Argentina es un país joven y hay mucha vida" mientras que "Europa está un poco rarita desde la pandemia", aunque se niega a hacer diagnósticos políticos o sociológicos. "Soy un tipo al que le gusta hacer teatro, ópera, instalaciones, pintar, escribir. Aquí noto una gran vitalidad, ver la calle Corrientes llena de gente es muy lindo, también he ido a salas pequeñas y me doy cuenta de que es un país enormemente rico". En los 90 Calixto vino como asistente de dirección de Lluís Pasqual cuando montó Tirano Banderas en el Cervantes. De aquella experiencia recuerda haberse sorprendido por "el respeto hacia los actores de teatro", algo que ha registrado en muy pocos países.
Hoy el gobierno nacional ha puesto en duda ese respeto porque desmantela organismos culturales y se ensaña con ciertos referentes. Consultado sobre esa situación, Furriel declara: "Creo que no se puede tapar el sol con un dedo. La vida que tiene Buenos Aires es impensada con todo lo que han logrado funcionarios de diversas ideologías en estos años; todos mantuvieron la actividad cultural y eso se ve en la potencia de la ciudad para convocar culturalmente, en el reconocimiento que tenemos cuando viajamos. El debate debería ser cómo podemos hacer para mejorar las instituciones y la llegada a gente que pueda encontrar en los ámbitos culturales una contención social, un sentido. Trato de evitar la zona de confrontación para poder hablar de lo importante, si no tengo que estar atacando o defendiéndome y eso no es conducente para hablar de lo importante que es la cultura para cualquier pueblo. En los 90 se creó una Ley de Cine que fue muy saludable para que el cine argentino sea lo que es hoy en el contexto internacional y para nosotros mismos, porque en definitiva estamos contando nuestras historias".
* La verdadera historia de Ricardo III podrá verse de miércoles a sábados a las 20 y los domingos a las 19. Las entradas se adquieren en Ticketek o en la boletería del Teatro San Martín (Av. Corrientes 1530).