“Dijiste media verdad;
dirán que mientes dos veces
si dices la otra mitad”
Antonio Machado
Querido lector; quiero comenzar por agradecer la cuantiosa y entrañable cantidad de comentarios suscitados por la columna del pasado sábado “La foto” , comentarios que se sumarán a la ya riquísima historia, al frondoso y multi direccional camino que esta foto va circulando, desde su mismo origen, allá en 1992.
Me llevó también a evocar esos tiempos, esas culturas, esas búsquedas, y esas preguntas que nos puedan acercar, ya no a la verdad (nadie en su sano juicio buscaría eso, y mucho menos si ese sano juicio depende de nuestra Suprema) pero sí quizás a cierta ética, a decir, como aquella canción de Serrat "eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca”.
En esa misma coyuntura se me cruzó el Sr Wilde, don Oscar, aquel que jugaba con ser Honesto (Honest) o Ernesto (Earnest), que pronuncian casi igual en inglés. Él era, o se dice que era, quien afirmó “todo lo que me gusta es inmoral, ilegal o engorda”. O sea, hacer lo que uno quiere no implica falta de ética, sino rechazo social, conflicto legal, o “la cuenta que se paga con el cuerpo”.
En ese extraño camino, se me cruzó Sir William Shakespeare: tuve la fortuna de ver, junto a un casualmente delicioso grupo de gente, el film Es todo cierto (All is true), donde Kenneth Brannagh nos muestra al último Shakespeare, al que, una vez quemado su teatro en Londres, vuelve a su pueblo natal, a su familia y “ a reparar su historia”. Esta película, quiero decir, es uno de los mejores tónicos para la salud. Se recomienda consumirla acompañado de un buen café, un clima cálido y gente que te hace sentir bien.
Aquí también hay búsqueda, de paz, de aire fresco, de calidez, de signos de preguntas que hagan más soportable otros signos de pregunta.
Y en este extraño recorrido (¡uy Rudy, las cosas que hacés para evitar las noticias, podrá decir usted razonablemente), llego a un mojón en el que debo advertir ¡ALERTA SOPILING!
Porque mi neurona juguetona, aprovechando que puede pensar cualquier cosa sin tener que decírselo enseguida al Licenciado A. me condujo a un maravillosísimo capítulo de la serie Black Mirror.
Se trata del quinto capítulo de la tercera temporada ( 2017), que en inglés se llama “Man against fire”, y si quien esto escribe tuviera el poder para hacerlo, la visión de este capítulo sería obligatoria en colegios, sindicatos, fábricas, empresas, agrupaciones políticas, templos, y grupetes varios.
Se trata de un futuro distópico (¿acaso no lo son todos?) donde el Ejército de la nación lucha contra unos monstruos monstruosamente monstruosos, quienes tienen la extraña habilidad de, si les apuntan con armas de fuegos, mover las manos como pidiendo clemencia y emitir extraños ruidos que, con un adecuado traductor que a nadie le interesa tener, clamarían por piedad…
El problema es que, en la medida en que la serie va avanzando (¡spoil, spoil, spoil!) te vas enterando de que esos monstruos monstruosamente monstruosos ¡son seres humanos como vos, como yo y como aquel!, pero el gobierno siempre bondadoso, ha instalado un chip en la cabeza de sus ciudadanos, de modo tal que, cuando alguien “ se pone un poquito opositor, un poquito hincha, un poquito reclamante, un poquito zurdín, un poquito peroncho, un poquito políticamente incorrecto, y algunos poquitos más” deja de ser visto como un ser humano común y silvestre, y pasa a ser percibido como esa monstruosidad a la que es preciso condenar y expulsar de todos lados, incluido “ del mundo”.
Como si dijeras: “si estas de acuerdo con nosotros, las fuerzas del cielo serán contigo, pero ante el menor atisbo de singularidad diferente, te vuelves un salvaje unitario vago y malentretenido, excecrable y putrefaccional ¡así que ya sabés!”
Pero quédese tranquilo querido lector, que ese chip, al menos por ahora, solo está en la serie de ciencia ficción, así que los humanos usamos la represión física, el ninguneo, el bullying, el rumor, el prejuicio, la generalización, la burla, el dedo, el menosprecio, el desaire, la mentira, la posverdad, los medios y la plata, cuando queremos, individual o colectivamente, “monstrificar” a alguien, o a un conjunto de personas.
Y si nos pareciera que nos están pidiendo inclusión, ¡naaaaahhh, andá a saber qué quiere decir ese gesto en el planeta de ellos!, pero sabe que, lector, usted, o yo, podemos a pasar a ser uno de esos monstruos, en un abrir y cerrar de chip.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “la suprema”: