El mayor placer de Enrico consistía en escuchar por la mañana al levantarse Caballería Rusticana y sin proponérselo, recostado sobre el sillón de la computadora su mente se llenaba de recuerdos de la campiña italiana donde residía su familia y la de su mujer, nacida en un pueblo muy antiguo del Abruzzo.
Fuera de su ciudad natal, Rosario, a la que amaba con un amor desmesurado, Enrico sentía una suerte de doble condición, como si perteneciera a dos mundos diferentes. Y en realidad, esta doble condición era una suerte de sobre posición sobre cualquier espacio real porque provenía de su afección por la literatura.
A menudo solía comentar con evidente malestar que durante los treinta y cuatro años en que había ejercido la docencia, había escuchado muy a menudo en la sala de profesores, la queja por no haber nacido en la lengua inglesa. Perplejo ante semejante declaración, trataba de recordarles a sus colegas, que no hay una lengua mejor que otra, en tanto y en cuanto cualquier lengua permite a sus hablantes comunicarse. Además, agregaba, olvidan que la lengua española es la más hablada de América y una de las más hablada en el mundo.
Pensaba en esos momentos, en el siglo de Oro que había dado en España, autores como Lope y Cervantes, Tirso, Calderón, Quevedo y Góngora por no hablar de lo que esa lengua había producido en la generación del veintisiete y en la del treinta y cuatro, y la enorme producción poética y literaria en nuestro continente.
De hecho, jamás concurría a lo que llamaba cubículos administrativos de poesía, que se realizan en nuestra ciudad, porque no entendía como la obra de Rafael Alberti, por ejemplo, extendida por un cantautor rosarino, Enrique Llopis, que había compartido parte de su vida con él mientras estuvo exiliado en nuestras tierras durante el franquismo, y después en España, no era ni siquiera mencionada.
Infería de esto, uno de los grandes males que padecemos, el de la asociación de amigos, que ocupan decisiones importantes sin el saber necesario para que una selección fuese lo suficientemente coherente y beneficiosa para el máximo de los que se interesan. Y hacía hincapié en que el tema se extendía en lo político, entendido como una asociación de mezquinos intereses personales…que terminaba promoviendo el descreimiento y la desidia generalizada.
Tal vez por eso le costaba expedirse acerca de nuestros desaciertos políticos, que yo le recriminaba porque me parecía una actitud excesiva, incluso contaminada de una mirada extranjera que entorpecía una mirada local unánime.
Me respondió irónicamente, fiel a sus acostumbrados desvíos: ¿Acaso la idea no parte de comprender una diferencia? ¿O una semilla como elemento originario, mínimamente orgánico, no se distingue del árbol y sus variedades? ¿No ha grabado en nuestra percepción “un árbol”, diferente de “este árbol”?
Con lo cual se establece la operación partitiva, la escisión que progresivamente reguló nuestras maneras de distinguir lo verdadero de lo falso, lo auténtico de lo que no lo es… Y luego agregó: Cualquier concepto extático como imagen mental impide pensar; por otra parte, más allá de la condición física, imaginaria o real del tiempo, este interviene en nuestros procesos mentales ya que siempre se vinculan a un antes y un después, lo que implica desde el vamos, una partida, que, a la vez, como destino, asegura una ineluctable despedida.
Además, una particularidad de esa condición parece recurrir a un principio de unidad que es de difícil concepción porque nada o casi nada parece participar de lo uno, o de lo único como tal. Pienso en los primeros que entendieron la semilla como germen de una vida plural o diversa posible.
Tomada como una partícula que enterrada se disemina en el árbol creciente, que hace pensar en la prodigiosa variabilidad de lo oculto desde un organismo mínimo, como si todo el universo fuese la producción de un elemento mínimo. Quizá, agregó, yo padezca de una idea literaria, porque de hecho si hay algo que un texto literario nos impone es justamente la imposibilidad de ser único ya que vive a partir de su lectura y como cada lectura arroja versiones diferentes, hace que el texto mismo valga por sí mismo y por las lecturas que se hacen de él.
Es como una raíz cuadrada que puede tener dos resultados, sólo que las lecturas difieren según la cantidad de lectores que la ejercitan. Y para colmo, casi siempre involucran a otros textos. Dos de los libros más importantes de la historia de la literatura son latinos, El ingenioso hidalgo Don quijote de la Mancha, que ha sido leído como una parodia a la literatura caballeresca y como un libro de aventuras y que yo he leído siempre como un libro de diálogos entre dos hombres de distinta condición social que llegan a ser verdaderamente amigos.
Y la Divina Comedia, que, al retomar a Virgilio como uno de sus protagonistas, nos retrotrae a La Eneida y a la Odisea, fundamentalmente a ese extraordinario capítulo once donde Odiseo desciende al averno, y encuentra la sombra de su madre, Anticlea, que ha muerto durante la larga ausencia de su hijo.
Tres veces intenta abrazarla y tres veces reencuentra su pecho. Dante reproduce esa imagen. Ohi ombre vane, fuor che ne l´aspetto, Tre volte dietro a lei, le mani avvinci etante mi tornai con esse al petto… Bueno, ambos textos reiteran algo que da mucho para decir: dicen que la verdadera literatura vive de lo que no dice. Y esto es muy importante porque permite al lector extender o remodelar su versión… Noi aggirammo a tondo quella strada parlando più assai ch´i non ridico venimmo al punto dove si digrada quivi trovammo pluto, il gran nemico. La traducción literal sería: Dimos vueltas por ese camino en círculos, hablando mucho más de lo que puedo decir. Llegamos al punto donde se desciende. Allí encontramos a Plutón, el gran enemigo.
Mitre traduce con excelencia insuperable: Recorrimos el cerco condenado, hablando otras cosas que no digo y descendimos hasta el cuarto grado. Pluto está allí, del hombre el enemigo. En verdad, restituye un procedimiento típicamente clásico.
El personaje principal del canto aparece al principio del verso y luego descoloca la orientación habitual de la aposición, anteponiendo el modificador al sujeto; del hombre, el enemigo, con lo cual respeta la rima y no cambia para nada el sentido.
Sin embargo, agregó, por cuestiones ideológicas se exaltan las otras traducciones que no logran acercarse a la poesía de Mitre que exalta el espíritu de la obra del florentino. Obras que al traducirse en una prosa relevan la poesía a una mera narrativa.
En rigor, entendí que Enrico tenía en muy poco cualquier política y la opinión general de la gente; su tema era existencial, en el sentido que cualquier aseveración proveniente de la política era inútil por la ignorancia de los políticos y por su desidia con respecto a las condiciones de vida concreta de la gente.
Le pregunté por cómo vivía sin tener esperanzas, y me respondió abruptamente: Caemos fatal sobre la tierra en un tiempo que conduce de pasada, al destino final de la entramada que respalda su descanso en la madera. Pero el verde que en otoño mengua, te sugiere persistir en lo que ostentas, una mano inclinada que detenta, la inscripción constante de tu lengua… Subvirtiendo una palabra que heredaste y en melodía transmuta su cadencia. Entonarla es la mágica canción con que intentas celebrar lo que persiste, dando un sesgo de sentido a lo que insiste, en el sesgo que define tu pasión. Ella es la incesante pulsación de aquello que precede, la imposible cualidad de lo real que, en sus excesos, se torsiona en la letra que resuena a través de lo arduo del proceso, y de aquello que tremula en la sensible cualidad de lo real que nos doblega.
Hubo un alto en mi camino que resuena, porque algo cobró vuelo en el exceso. Extrañamente es el ser de algún poema, que es mi hogar, mi patria, mi regreso.