Este martes se cumplen 90 años de la muerte de Carlos Gardel, quien perdió la vida en un accidente de avión en Medellín, pero hoy su figura e influencia se mantienen vigentes. Es por eso que el lunes se dio inicio a la “Semana Gardeliana”: ciclo compuesto por 70 actividades, organizadas por la Secretaría de cultura porteña, que se repartirán entre museos, parques y tangódromos de Buenos Aires. Sin embargo, los actos conmemorativos comenzaron la semana pasada, con el tributo de Ariel Ardit y Carolina Minella en los Premios Gardel. Seguido por dos shows realizados el fin de semana en el Auditorio Nacional del Palacio Libertad (otrora Centro Cultural Kirchner). Uno de corte clásico, que tuvo un abordaje tradicional del cancionero del Zorzal Criollo, en tanto que el otro fue más osado, al reinventar sus clásicos desde una perspectiva pop.

Apenas el domingo acabó Gardel pop, nombre que recibió la relectura moderna de la obra del tanguero más famoso de todos los tiempos en el edificio ubicado en Sarmiento 151, alguien del público dio cuenta de la rareza de la propuesta. Siempre que se piensa en el legado del Morocho del Abasto, y en su simbiosis con Alfredo Le Pera, la sensación que se palpa es la de un artista suspendido en el tiempo. No hay que olvidar que se trató del primer icono pop argentino, muchos años antes de que lo popular se volviera masivo y se transformara en apócope. De hecho, tan clara la tenía Gardel que 20 días antes de su fallecimiento dijo que su futuro estaba en el cine. En sintonía con ese imaginario y semblante, Marcelo Ezquiaga se animó a romper con ese estigma inmaculado, que por momentos se vuelve anacrónico.

El músico basó el espectáculo en Morocho, álbum de dúos publicado hace 10 años y con una intención similar a la que desarrolló a lo largo de la hora de show. Eso sí: cambiaron los invitados. En vez de Moreno Veloso, Julieta Venegas, Martín Buscaglia o Leo García (quien casi repite, si no fuera porque le salió una gira por Australia), en esta ocasión los comensales fueron cantantes argentinos que representan a la escena independiente local del indie y del pop. El único artista que participó en el disco, y que estuvo en escena, fue Kevin Johansen, quien de forma simbólica se convirtió en el padrino del proyecto. Cuando Ezquiaga le contó sobre lo que pretendía, que no era más que un homenaje pop al arrabal, el autor de “Guacamole” le sugirió que se enfocara en el tanguero “que lo abarca todo”.

Una vez que el director, arreglista, cantante, compositor y pianista apareció en el tablado, secundado por la banda de acompañamiento, dio la bienvenida y sin muchos preámbulos introdujo a la primera intérprete de la noche: Dina, a la que presentó como “cantante callejera” (se dio conocer por sus actuaciones en la estación de tren de Banfield y por los videos que subió a TikTok). Con ella hizo una adaptación funky de “Por una cabeza”, escoltada por la renovación en clave de pop de “Sus ojos se cerraron”, para la que llamó a El Príncipe Idiota (álter ego de Mariano Di Césare, frontman asimismo del grupo Mi Amigo Invencible). Aunque, a continuación, Nicolás Kramer (integrante de la banda El Robot Bajo el Agua) ayudó a darle el matiz indie a la revisita que hicieron de “Lejana tierra mía”.

Si bien en el pasado el rock argentino había invocado a Gardel, a través de covers como el de “Por una cabeza”, de Los Pericos, o “Yira - yira”, de Los Piojos, lo de Ezquiaga trascendió el atrevimiento. Y es que desarmó literalmente la estética y la estructura sonora de esos clásicos, para darles una dimensión pop, fiel a su intención. Eran tan irreconocibles que, si no fuera por la letra, todo el aforo hubiera creído que se trataba de otra canción. No obstante, pese a la universalidad que tomaron, el condimento rioplatense se mantuvo intacto. No fue necesario añadir un bandoneón o un conjunto de cuerdas para ello, si acaso un violín. El creador sólo apeló a la finura, el buen gusto y la lógica warholiana del género. Ahí yació el valor agregado del experimento.

De eso puede dar constancia la potente apropiación de “Golondrinas”, con él frente al piano y el micrófono, acompañado en la otra voz por su hermana, María Ezquiaga. Fórmula que repitió en “Amores de estudiantes”, en la que repitió en calidad de intérprete central El Príncipe Idiota, inyectándole todavía más melancolía al asunto. Entonces la banda que respaldó al artífice del espectáculo, y en la que destacó la guitarra eléctrica de Victoria Hassler, gracias a sus intrépidos solos, retornó al escenario. Un par de minutos más tarde, se sumó el impecable Goyo Degano, cantante del grupo Bandalos Chinos, para (re) hacer “Mi Buenos Aires querido”. Esta vez mediante un cóctel de funk, rock y hasta de rumba a lo Raffaella Carrà, afín al imaginario sonoro del invitado.

“No sé cómo catalogar a esta canción”, advirtió el ex Mi Tortuga Montreux, previo a envolver a “Cuesta abajo” en una suerte de murga sideral (con trompeta incluida al momento de la eyección), para la que Nico Kramer, otro experimentador nato, prestó su voz. Mientras el show se desarrollaba, el público adulto que asistió, y que colmó la mitad y un poco más del auditorio, apreciaba con sorpresa no solo a las reinvenciones, sino también a los artistas que saltaban al tablado: casi todos ajenos en su consumo, lo que evidenció la intensidad de los aplausos. Aunque se mantuvieron hasta el final. Previo a que ese momento sucediera, Dina fue convocada nuevamente, en esta oportunidad junto a la igualmente cantante y tiktoker Tizishi, para interpretar “Mano a mano”, con dejo al R&B a la manera argentina.

En plan crooner (uno del palo de Julio Iglesias), Degano reapareció en “Volver”, lo que dio pie para darle la bienvenida a Kevin Johansen, quien fue recibido con una ovación. Marcelo y él cantaron “Por una cabeza”, sustentada en un matiz orientado al folk y en la que sobresalió la repartición de los roles vocales de ambos. Algo parecido a un diálogo o más bien a un cadáver exquisito. El desenlace lo encarnaron Tizishi y el mandamás de este “Gardel pop”, con “Melodía en el arrabal”, a medio camino entre el rock y el rap. Como el tiempo pasó volando, el bis aconteció sin ínterin. Así que el cantante y pianista se quedó en el lugar, y convocó a los intérpretes para recrear una vez más “Mi Buenos Aires querido”. Un rato antes del desenlace, Ezquiaga espetó: “Gracias por aceptar estas versiones. Gardel era un vanguardista”.