Nadie ignora que en la vejez el futuro se angosta y que ese camino que años antes se presentaba amplio comienza a tener bordes muy concretos. Forzado a una convivencia temprana con la idea un futuro acotado y no siempre amable, el colectivo trans no solo lo intuye, sino que lo aprende desde muy joven (en la Argentina, su expectativa de vida sigue siendo inferior a los 40 años). Quizá por eso, es probable que quien creció pensando que nunca tendrá un futuro pueda empatizar bien con esa consciencia de finitud que ofrece la vejez, como muestra el conmovedor documental Cuidadoras.

La película de Martina Matzkin y Gabriela Uassouf, que ya está en los cines, narra la historia de tres mujeres trans que hacen sus primeras prácticas como cuidadoras en un hogar público para personas mayores, el Hogar Santa Ana en San Andrés, en la provincia de Buenos Aires. Se trata de Maia Antesana, Yenifer Franco Pereira y Luciana Méndez. Si bien cada una tiene orígenes e historias distintas (Luciana es de Buenos Aires, Maia de Salta y Yeni de Paraguay), tienen un sueño en común: ir preparando el terreno para su propia vejez con una alternativa a la prostitución que cada una de ellas tuvo que ejercer en algún momento de su vida. “Hoy en día nos podemos dar el lujo de llegar a viejas, las chicas de antes no”, resume Luciana, que sueña con una vejez tranquila, en la que pueda por fin “sacarse el chip de la trans sexy”, en una conversación con sus compañeras.

Cuidadoras tuvo un inicio algo accidentado. Matzkin y Uassouf comenzaron a filmar a un grupo de mujeres trans que trabajaban en un hogar público pero la pandemia le puso un freno al proyecto: no solo no pudieron entrar más al hogar a filmar sino que además algunos de los residentes retratados murieron. La solución llegó de la mano de la asociación civil Mocha Celis, que se dedica a promover la igualdad social de las personas travestis, trans y no binarias (TTNB). “Apenas arrancó la pandemia, la Mocha recibió una catarata de pedidos de asistencia de parte de lxs compañerxs TTNB para resolver cuestiones básicas de alimentación, de alquiler, de apoyo psicológico. Entonces se armó el Teje Solidario, que fue la red de asistencia en pandemia de la Mocha. Nosotras nos sumamos a esa red como voluntarias desde el primer día”, explica Uassouf.

Fue así como surgió la idea de armar un curso de cuidadoras. Las directoras ayudaron en la convocatoria y en el proceso de entrevistas de inscripción, e incluso filmaron algunas de las jornadas del curso. “Elegir protagonistas en no ficción es un salto al vacío, sobre todo en las películas que se apoyan en el paso del tiempo, en las que los procesos son muy largos y una no sabe qué puede pasar. Era la primera vez para Maia, Yenifer y Luciana en un hogar, con un equipo de trabajo que no conocían y encima siendo filmadas. Todo lo que hicieron fue sumamente valiente. A la hora de elegirlas, ponderamos lo que ellas expresaron desde el principio sobre lo que consideraban que era cuidar, lo que esperaban del curso y del oficio. Y después también queríamos protagonistas con personalidades fuertes y distintas entre sí”, señala Uassouf, quien forma parte del equipo de investigación del próximo largometraje documental de Lucrecia Martel, Chocobar.

La película muestra como Luciana, Maia y Yeni establecen con algunos residentes relaciones de complicidad y afecto genuino, lejos de infantilizarlos y aún reconociendo su fragilidad. Yeni, por ejemplo, comparte con Vicky, que ya tiene más de 90 años, un pasado como peluquera y el acceso tardío a la educación formal; cada vez que le pinta las uñas de las manos con pinceladas suaves y le acomoda el pelo detrás de las orejas, asoma una ternura inconmensurable que posiblemente tenga, para las dos, mucho de reparación. Lo mismo le pasa a Maia que, atrapada en una relación tóxica, recibe consejos por parte de Alicia, una de las residentes que quedó viuda después de un largo y feliz matrimonio. Luciana, en tanto, comparte con Beto, un mecánico de autos que quedó en silla de ruedas, la pasión por los fierros y la tenacidad: mientras él ejercita todos los días para volver a caminar, ella quiere juntar dinero para irse a recorrer el sur en moto.

Si bien Cuidadoras refleja algunas tensiones en la relación de las cuidadoras trans con los residentes y sus compañeras de trabajo cisgénero (Maia, por ejemplo, se queja de que le asignan los trabajos más duros o de que algunos residentes no quieren que los toque), y retrata situaciones como el empecinamiento de algunos ancianos en tratar de “él” a las chicas, la convivencia se revela más bien armónica. “Sería ingenuo pensar que la presencia de una cámara no inhibe los gestos prejuiciosos que algún residente pudiera tener, que sí los había. Pero, por un lado, profundizar en esos gestos era dar lugar en la película a un relato que ya está muy contado, y perdernos la oportunidad de hablar de otros matices que nos parecían mucho más ricos porque proponen y construyen más de lo que revictimizan”, dice Martina Matzkin. “Algunos prejuicios forman parte del intercambio generacional, como la confusión con los pronombres, y ahí nos parecía muy valioso enfatizar el intento de subsanar eso, cuando una residente le corrige a otra los pronombres que usa para referirse a Maia, por ejemplo”, completa la directora, para quien este también es su primer largometraje tras cortos como El nombre del hijo (2020).

Como en todo rodaje, en el de Cuidadoras también hubo imprevistos como los ya mencionados, además de las dificultades intrínsecas a filmar en un hogar. “Es una vida acompasada y vertiginosa a la vez, porque la rutina se repite pero todos los días hay sobresaltos, salidas médicas y actividades, cuestiones entre residentes que resolver”, explica Uassouf. “Pasamos muchas horas en el hogar. Mantuvimos un equipo en set lo más reducido posible y decidimos estar siempre con cámara en trípode no solo como decisión estética sino para poder estar mucho tiempo esperando que la acción ocurra en plano en lugar de forzarla cuando damos play”, añadió Matzkin. El resultado de este abordaje paciente queda al descubierto en varios destellos de belleza inesperada, como la escena en la que Yeni y Vicky, que fue profesora de danzas folclóricas pero ya no se puede mover, escuchan muy atentas la letra de un chamamé de Jorge Fandermole (Oración del remanso") compartiendo un par de auriculares como dos adolescentes.

Sin embargo, quizá lo más difícil de predecir de todo este proceso haya sido el momento en el que se da el estreno de esta película, en el que la vejez, la diversidad y lo público se ven amenazados por el actual gobierno. “El gobierno anterior no era una utopía, pero el cambio desde que asumió el actual fue muy acelerado”, señaló Uassouf. “Y no sólo por los cambios en las políticas, sino por un sentido común en que la empatía y el cuidado por lx otrx parecieran volverse una estupidez mientras ganan terreno la crueldad y el egoísmo”.