Hay una marca de agua, un sello indeleble que imprimen los gobiernos con sus políticas públicas. Cuando la realidad irrumpe con la fuerza despiadada de la naturaleza, el posicionamiento frente a la catástrofe es lo que claramente y sin grises nos permite calificar.

La pregunta es: ¿Qué adjetivo le cabe a una instancia más allá de la crueldad?

Entre el 4 y el 8 de marzo de 2025 Bahía Blanca quedó bajo el agua. Más de 300 milímetros en poquísimas horas destruyeron la ciudad. Hacer el ejercicio de mirar con una lupa cada vivienda destrozada es descubrir las historias que, hasta ese instante, desarrollaban su vida refugiadas en las paredes de un hogar.

Si hacemos el ejercicio de plasmar las estadísticas nacionales en relación a cómo están constituidas las familias y hacer un entrecruzamiento con lo ocurrido en Bahía Blanca, podemos deducir que el 47% de las familias que habitaban las viviendas destruidas están a cargo de mujeres. Y si ponemos la mirada en familias monomaparentales, podemos afirmar que 8 de cada 10 de estas familias tienen como responsable a una mujer.

Si hacemos el mismo ejercicio en relación a la precarización laboral, concluimos que el 37% de las mujeres jefas de hogar damnificadas por estas inundaciones trabajan de manera informal y el 87% de las mujeres que trabajan en actividades de tareas de cuidado no están registradas ni cuentan con acceso a obra social y aportes jubilatorios.

Siete de cada diez niñes son pobres. La feminización e infantilización de la pobreza se evidencian también en las catástrofes.

El Poder Legislativo nacional sancionó la Ley 27.790 que declaró la Ley de Emergencia y catástrofe para Bahía Blanca y Coronel Rosales por 180 días.

Milei vetó con el Decreto 424/2025 dicha herramienta fundamental para acompañar el doloroso proceso de ponerse en pie en medio de escombros.

¿Cómo es regresar a la carcasa inhabitable que fue un hogar sin saber por dónde comenzar? De dónde se sostiene esa esperanza moribunda que deambula esquiva entre los techos llenos de humedad y olores? Con qué ojos se busca la mirada desconcertada de las infancias a las que les fueron arrancadas las ganas de reír? ¿Qué se hace con el miedo a lo intempestivo que se hace inmenso con cada lluvia o viento?

Mujeres con sus hijes que al día de hoy deambulan, pernoctan, hacen un esfuerzo bordeando el delirio para reconstruir una rutina que se asemeja a un rompecabezas al que le faltan piezas fundamentales. ¿En qué momento esas mujeres se desploman en una cama mullida a llorar por lo perdido? ¿Qué contención reciben más allá del abrazo de otra mujer en situación similar?

“Destrucción total”, reza en el informe que realizó la municipalidad de Bahía Blanca al visitar los retazos de la vivienda de Gisela Alanis, emprendedora, madre de dos hijas de 8 y 13 años.

Yo perdí todo. Casa, auto, mis herramientas e insumos de trabajo. En ese momento pensé en frío, solo pensé en salvar a las nenas: las agarré y salí con una vecina. Al otro día, cuando quise volver a mi casa tuve que quedarme en la esquina. No podía creer lo que estaba viendo: bomberos, escaleras, defensa civil en kayak. Nuestra casa está en la zona de Sargento Cabral, la más afectada”.

Gisela se aferra al hacer y seguir adelante. Vuelve a su casa como quien necesita volver a mirar para creer.

Hoy, mis hijas y yo vamos y venimos. Dormimos en lo de mi mamá, en casa de amigas, ellas otros días con su papá. Van a la escuela, pero a básquet concurren irregularmente porque el club también está en muy mal estado.”

Una vez más, la solidaridad por sobre todas las cosas. En paralelo ese pliegue infame de la propaganda:

“La primera ayuda que recibí fue de conocidos familiares, compañeros de la primaria, de la gente en sí. Después vinieron y me trajeron tres camitas de una plaza. No sé quiénes eran, pero nos hicieron una nota con video y eso. Después vi un video en Tik Tok”.

Con respecto a los organismos del Estado, Gisela describe claramente de dónde llegó el respaldo:

Recibí el subsidio de la provincia de Buenos Aires , que no tuve problemas. Y de la municipalidad recibí el subsidio para mi emprendimiento específicamente.

Además saqué un préstamo y así y todo no puedo volver a mi casa. No puedo pagar todo a la gente que tiene que ir a trabajar en mi casa.

No tengo casa, no tengo la forma de que me entre plata con el emprendimiento, no tengo mi lugar de trabajo. Voy elaborando en la casa de una amiga, que está en condiciones."

¿Es posible pensar en un retorno al hogar cuando la política del odio arrasa con la modesta pero necesaria acción de acompañar el proceso de reconstrucción?

Lo que hice fue llenar el formulario de Nación, pero no recibí nada. Esos 3 millones eran muy importantes para mi casa. Hasta hace poco mi nombre seguía apareciendo en etapa de análisis. Todos los días entraba al sitio web para ver si me llegaba el subsidio de Nación. Ahora ni siquiera puedo ingresar a la página, es muy angustiante.”

Nadie del Gobierno nacional visitó a Gisela para hacer un relevamiento y corroborar el daño irreparable.

Sin un panorama real de lo que viven miles de familias bahienses, con la lógica de la demonización y la falsa información, una sola firma presidencial tiró por tierra la ilusión de volver a empezar.

¿En qué pliegue brutal se aloja el goce en este plan de exterminio a grupos de extrema vulnerabilidad?

Sí es una cuestión de género: van contra las mujeres, las infancias y las adultas mayores. No es al azar el veto de la Ley de Emergencia para Bahía Blanca, es el empujoncito necesario para que miles de mujeres y sus hijes se caigan de una vez del sistema.

“La ciudad poco a poco comenzó a mostrar rasgos parecidos a un renacer desde el dolor, las calles tienen movimiento, algunas cosas funcionan, pero puertas adentro no es así. Al no poder estar en mi casa y manejar mis horarios se me complica todo . Las ferias todavía no se arman como antes y la gente compra menos porque está abocada a arreglar su casa."

Gisela se pregunta : ¿Qué les costaba terminar con la ayuda?

Hay preguntas que, desde una lógica humanitaria, son imposibles de responder.

Cuando el monstruo que patea en el piso a sus víctimas es quien las debería cuidar, las palabras son un recurso escaso y sin sentido. Solo nos queda la acción.