En su primera aparición pública después de la aprobación de la reforma jubilatoria, pero sobre todo de los acontecimientos políticos y ciudadanos vividos en el interior del Congreso y en las calles de las ciudades argentinas, el presidente Mauricio Macri escenificó una conferencia de prensa en la que, a pesar del tono "amigable" de las preguntas formuladas a modo de "centro para cabecear", no se apartó un milímetro de las respuestas de manual ensayadas y aprendidas tanto por él como por los funcionarios.    

  "Nuestro único fin es ayudarlos a crecer", "mi absoluta prioridad es reducir la pobreza", dijo Macri mientras adornaba sus respuestas con palabras tales como  "democracia", "futuro" y  "diálogo", buscando convencer contra toda evidencia que las prácticas del gobierno responden al genuino sentido de esas palabras. Todo lo anterior sostenido en la certeza discursiva de que en estos dos años "nos ha ido bien" y que "con el aporte de cada uno" vamos a "sacar a todos los argentinos de la pobreza y vamos a crecer". No es necesario aclarar a quién le ha ido mejor y a quiénes no tanto, y cuáles son las diferencias en el "aporte" que al proyecto de Cambiemos le toca hacer a los ricos y a los pobres.

  Nada de lo dicho está fuera del libreto aprendido por el Presidente y su "mejor equipo de los últimos cincuenta años".

  Todas las culpas y las responsabilidades solo son atribuibles a la "pesada herencia". También los desaguisados cometidos por el gobierno durante los dos últimos años, porque "nadie puede dudar" de la intencionalidad de lo que Cambiemos propone.

  El Presidente asegura que "yo no vine a esconder los problemas debajo de la alfombra", reivindica "decir la verdad" y afirma sin ruborizarse que sus "dos ejes prioritarios" son la niñez y "cuidar a nuestros jubilados". Sigue insistiendo, contra toda la evidencia demostrada en una larga sesión de la Cámara de Diputados por legisladores opositores de todas las fuerzas, que los jubilados van a estar mejor.

  El relato oficial se aferra al manual y como si la política fuera apenas una foto y no una película en constante movimiento, puede sostener que el apoyo a su gestión "crece", a pesar de las manifestaciones de protesta, de los reclamos callejeros y de los cacerolazos que el Presidente naturaliza. Es lógico entonces que Macri entienda que todas las reacciones opositoras son "orquestadas" y que tienen como único propósito atacar la institucionalidad. Quienes critican, según lo indica el manual del relato oficial, no defienden derechos, no tienen convicciones, sino que se trata de una suma de resentidos que no aceptan que perdieron las elecciones, como ya señaló varias veces Elisa Carrió durante el debate parlamentario. Están "organizados para el mal", aseguró el Presidente.

  También de manual es que Macri reincida en el camino de arremeter contra los jueces que no fallan de manera funcional a su política (criticó a la jueza Patricia López Vergara que hizo lugar a la medida cautelar para limitar el accionar de las fuerzas de seguridad), mientras eludió responder a una pregunta referida a pronunciamientos de los obispos católicos que no lo dejan cómodo.

  Macri acepta, sin embargo, que "todos estos cambios generan incomodidad, pero son los necesarios" porque "estamos en el camino correcto". Pero es obvio que el Presidente sabe que está pagando un alto costo político por una decisión que, además de impopular, fue el resultado de un procedimiento que, si bien legal, tuvo componentes que a la larga se pagan en la política: extorsión, atropellos, mentira y negación de lo evidente.

  Como boxeador que acusa el golpe y decide ir al frente, Macri intenta disimular el impacto y sostiene que "la reforma continúa". Un mensaje dirigido a una protesta que comienza a tomar fuerza en la calle. Y no por las criticables acciones de violencia irracional protagonizada por unos pocos, sino por la masividad de las demandas pacíficas y hasta por los cacerolazos hoy resignificados.