Mientras el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) parece sumergirse en un modelo de relaciones marcadas por el “sálvese quien pueda” y la falta de empatía, hay un mapa paralelo en el interior bonaerense donde la identidad colectiva sigue siendo bandera. “El individualismo crece en la zona del AMBA, o en las grandes ciudades. Sin embargo, tomando en cuenta mi experiencia reciente, en ningún lugar del interior bonaerense noté que el individualismo corriera con la misma suerte”, dice Tomás Migoni, docente de Lomas de Zamora y creador del proyecto documental Pueblos a la Mesa. Su afirmación no es un diagnóstico lanzado desde la distancia: es el resultado de haber compartido mesa, sobremesa, historia y mate en más de 30 pueblos bonaerenses a lo largo de los últimos 10 años.
Migoni lo explica con la claridad de quien conoce el pulso social desde adentro: “En los pueblos, al haber tenido mi infancia en ellos, ahí no existe el anonimato. O sea, si uno se manda una macana, enseguida se comenta. Pero sí, todos sienten un amor muy grande por su escuela, por su club, que son los lugares sociales que tienen”. A diferencia de los centros urbanos donde la gente corre con sus obligaciones, en estos pueblos la comunidad aún se encuentra en instituciones comunes. “Nos tratan como si fuéramos los Rolling Stones”, asegura con humor Tomás, cuando recuerda la hospitalidad con la que son recibidos.
La defensa de ese entramado social va de la mano con otra costumbre que Pueblos a la Mesa pone en primer plano: compartir una comida. “La sobremesa ocupa todo, es el corazón del proyecto y es algo muy nuestro como pueblo”, afirma Migoni. En cada capítulo del canal de YouTube que comparte con su colega Juan Ignacio Rodríguez, la narrativa concluye en un almuerzo o una cena que no es solo un cierre: es un manifiesto.
Para Tomás, la mesa es el último bastión donde el argentino vuelve a ser comunidad: “Allí nadie envejece y todos tienen la misma condición social. Compartir una rica comida, un vino, lo mismo que el mate, nos hace olvidar de dónde venimos, quiénes somos, las diferencias. La mesa une”. Ese ritual cotidiano, tantas veces dado por sentado, para el docente de 46 años se transforma en símbolo de pertenencia y resistencia cultural.
Una infancia entre pueblos: el origen del proyecto
El origen del proyecto tiene raíces en la niñez. “Nació como una consecuencia de mostrar en imágenes un poco lo que fue mi infancia”, relata. La década del 80’ lo encontró viajando con su padre por pueblos y boliches de campo de la provincia. “Crecí con historias de mi abuelo, que era marinero, y de mi viejo. Escuchar historias me gusta muchísimo. Siempre me gustó la llanura. Soy bonaerense hasta la médula”, dice con una mezcla de nostalgia y militancia identitarias.
Ya como padre, repitió con sus hijas aquel ritual de visitar pueblos y boliches. “Empecé a hacer todo eso entre 2005 y 2015. Me iba a un pueblo, alquilaba una casita, todo boca en boca. Me molestaba bastante cuando hablaban de que la provincia de Buenos Aires es solo la costa atlántica”, cuenta. Así nació la necesidad de documentar lo que otros dejaban fuera de las redes sociales: “Invitar a la gente a comer, mostrar el valor de la sobremesa, de lo que nos identifica”.
Fue en Mapis, un caserío en Olavarría con siete habitantes, donde el proyecto encontró su rumbo definitivo. “Ese lugar a mí me cambió mucho en el sentido de decir que hay que contar estas historias”, recuerda Tomás. Allí conoció a Silvestre, dueño de un boliche sin electricidad, hoy cerrado. “Vi cómo estaba comprometida la escuela, cómo estaban comprometidos los pocos vecinos que vivían, cómo nos trataron. Fue extraordinario”.
Esa experiencia, filmada a cincuenta kilómetros de cualquier ruta asfaltada, condensó el sentido del proyecto: documentar lo invisible, rescatar lo esencial. “Que haya quedado registrado ese almacén, esa entrevista, esas imágenes, me emociona muchísimo”, reconoce.
Recorrer sin horarios: cómo eligen los destinos y se financian
El canal es completamente autofinanciado y si bien Tomás cuenta que en los últimos tiempos se complicó “por demás” por las políticas de ajuste del gobierno nacional que impactaron en los trabajadores, “nosotros lo hacemos cuando podemos”. “El mayor insumo que tenemos es el combustible y el tiempo”, explica Tomás. La elección de los pueblos no responde a ranking turísticos ni a consejos de influencers. “No vamos a pueblos grandes. El pueblo más grande que fuimos es de 500 habitantes. Mostramos alguna historia que nos identifique”.
La clave es la predisposición de la gente. “Hemos dormido en estaciones de tren llenas de murciélagos, en carpas, en el piso del living de una casa. Siempre nos quedamos en el pueblo. Cocinamos con ellos, comemos con ellos. La pasamos muy bien”, resume. El vínculo humano es más importante que cualquier recurso técnico: “Nosotros no somos youtubers. No contamos la historia en primera persona, sino que la cuenta la gente”.
Hasta el momento, Pueblos a la Mesa visitó: Almacén La Paz (Roque Pérez), Mapis (Olavarría), Lozano (Gral. Las Heras), Almacén Dos Naciones (Lobería), Fulton, De la Canal y Cuatro Esquinas (Tandil), Las Marianas y Almeyra (Navarro), Azopardo (Puan), San Emilio (Gral. Viamonte), La Limpia (Bragado), Huanguelén y Quiñihual (Cnel. Suárez), La Paloma (Cnel. Pringles), Newton (Gral. Belgrano), Langueyú (Ayacucho), Espora (San Andrés de Giles), Miranda (Rauch), Vásquez (Adolfo González Chávez), Bellocq (Tres Arroyos) y el Bar de Cata (Lanús).
En cada uno de esos lugares se tejieron lazos, quedaron amistades y se registraron fragmentos de vida que de otro modo habrían quedado en el olvido. “Nos emociona cuando los familiares nos escriben: 'ese era mi abuelo', 'ese era mi pueblo'”, sostiene Tomás. El canal es también un archivo afectivo.
El eco de las historias
Las reacciones de los vecinos son una constante fuente de gratificación. “Nos mandan mensajes llorando, agradeciendo. A veces volvemos al pueblo y proyectamos el capítulo. La gente se emociona muchísimo”, cuenta Tomás. “Para ellos es muy importante ver su pueblo en la pantalla. Para mucha gente, eso es cine”.
El aprendizaje, a lo largo de los años, es uno: “Valorar lo que tenemos, lo que somos como pueblo. No fomentar lo que nos diferencia, sino rescatar lo que nos une. Soy un enamorado de mi país y de mi provincia. La llanura me trae muchísimos recuerdos de mi infancia”.
Para Tomás, el verdadero reconocimiento llegó de la mano de la amistad: “Nos hicimos socios con Romina y Fabián del Almacén Cuatro Esquinas en la producción de quesos de oveja. Compré unas ovejas. Eso me dio mucha satisfacción”.
Pueblos a la Mesa no tiene sponsors, ni estrategia de monetización, ni promesas de rentabilidad. Tiene, en cambio, una certeza: que en cada sobremesa se guarda la memoria de un país que resiste al olvido desde lo colectivo. Como dice Tomás, “soy millonario en emociones, en amistades, en abrazos, en risas”. Y eso, al menos para él y para quienes lo ven, es más que suficiente.