Cuando los hechos están concentrados, en un espacio circundado por los propios personajes, aparece la fisonomía de un pequeño infierno; vale decir, el juego está listo. Es la manera que encuentran muchas películas para plantear, de manera cifrada, mucho más que lo que allí sucede. Es el caso de El ángel exterminador, Los ocho más odiados, Twin Peaks o Rosaura a las diez. Los ejemplos son numerosos, variados, así como irresistibles para la aventura cinematográfica. Quien supo hacer escuela con tales cuestiones y lograr una poética distintiva, fue Claude Chabrol, autor y cultor del policial francés, con aristas cercanas a Simenon y Hitchcock. Mucho de todo esto está en Misericordia.

Con dirección de Alain Guiraudie (El desconocido del lago, 2013; Rester vertical, 2016; Viens je t'emmène, 2022), Misericordia retrata el regreso al pueblo de un ayudante de panadero. Ante la muerte de éste, los lugareños se congregan y recuerdan a quien parece haber sido nodal en la vida de la comunidad. Llega la noche, y Jérémie (Félix Kysyl), el visitante, decide quedarse en la casa de Martine (Catherine Frot), la viuda, cuya insistencia para que éste duerma allí habla de una familiaridad que la película apenas esboza. Un sentimiento afable que, sin embargo, no es el que profesa el hijo de Martine, Vincent (Jean-Baptiste Durand), quien muestra un gesto huraño ante la presencia de Jérémie. Pero las noches pasan y éste continúa allí, ocupando la habitación, usando ropa ajena, y mirando las fotos del álbum familiar.

El film traza tales cuestiones de un modo elusivo; es decir, Jérémie se detiene en una de las fotos de quien era su jefe, a cielo abierto y en el mar, poco antes de morir; hay una leve tensión sexual en la mirada, absorta ante la imagen. ¿Qué era lo que había entre ellos? No solo en este sentido, sino también entre Jérémie y Martine, o con el mismo Vincent, con quien reaparecen juegos de años pasados, que podrán ser de mesa pero también físicos, con trompadas que no parecen nada amables. Hay otro costado, que de a poco se descubre mientras el film avanza, mientras logra que los personajes cierren fronteras sobre sí; como los personajes de Buñuel en El ángel exterminador: apresados entre límites tan abstractos como palpables, darán rienda suelta a sus neurosis venenosas, dedicadas a despertar rencores viejos y reproches cruzados.

De alguna manera, Jérémie parece oficiar como el recuerdo que nadie quiere sobre el muerto; porque toca a todos, de un modo o de otro. Además, al ser una película que inicia con una muerte, no tardará en cobrar otra víctima, que inflamará aún más al fuego que late. Entre los demás personajes destacan, al menos, dos. Por un lado, el amigo de la familia (interpretado por David Ayala) con quien se comparte siempre un trago, con quien también sucedió algo, que Jérémie rememora con su sola presencia. Hay un toque de recelo en la situación, de provocación, pero también de seducción. El otro personaje de relieve es el sacerdote (en la piel de un gran Jacques Develay), dedicado a mantener el orden social a partir de secretos que sabe y sus pesquisas personales.

Philippe, el cura, reúne rasgos del Padre Brown de Chesterton, pero asume también pecados propios. Dedicado a recolectar hongos en el bosque, sabe muy bien dónde encontrar los mejores para hurgar, mientras tanto, la tierra que los cobija. Al hacerlo, pone en alerta a los demás; a quienes sabrá hablarles y calmarles, también engañarles, pero no chantajearles. ¿Alguien puede reprocharle lo que hace? La virtud del film es la de poner en una frontera maleable a sus personajes, y con ellos, al propio espectador; en este sentido, el rol del sacerdote no deja de ser el de una persona verdaderamente preocupada por su comunidad. El diálogo que mantendrá con Jérémie, cuando éste se sepa descubierto en sus estratagemas, será contundente, de una claridad conceptual que lleva a la película un paso más allá de la peripecia argumental, para volverla una reflexión sobre la misma condición humana.

Evidentemente, Alain Guiraudie juega sus cartas a la manera del cine de Claude Chabrol; vista su admiración por el realizador de la Nouvelle Vague, la raíz cinéfila conduce, invariablemente, a Alfred Hitchcock. En todos ellos, el crimen aparece como un resorte desde el cual activar algo más que la mera descripción de un devenir argumental; y con una seña particular: al mismo tiempo, el humor cumple una función inherente, no desde el gag o el comic relief, sino como notas negras que acompañan a los personajes, aun en las más siniestras circunstancias. Ese equilibrio delicado es una de las tantas marcas geniales de Hitchcock, que Chabrol apropió, también Guiraudie, quien ha logrado una película que es, por supuesto, algo más que un juego de enigmas. Un tablero donde la culpabilidad no parece ser ajena a nadie; y en donde la inocencia, por momentos, se asemeja al anhelo de un paraíso viejo.

Misericordia 8

(Miséricorde)

Francia, 2024

Dirección y guion: Alain Guiraudie.

Música: Marc Verdaguer.

Fotografía: Claire Mathon.

Montaje: Jean-Christophe Hym.

Intérpretes: Félix Kysyl, Jacques Develay, Catherine Frot, Jean-Baptiste Durand, Serge Richard, David Ayala, Tatiana Spivakova.

Duración: 104 minutos.

Distribuidora: Lat-e.