Desde Barcelona
UNO Érase un hombre a un cuaderno/libreta pegado, no érase una libreta/cuaderno superlativo, y el nombre nada pegadizo pero tan común era el de Rodríguez. Y, sí, claro: Rodríguez --en los insomnios de su adolescencia que ahora vuelve a reencontrar en los bordes de salida de su madurez, ya no desvelado por lo que podría pasar sino por lo que no pasó y difícilmente vaya a pasar-- solía pensar en que, cuando publicase su magno debut novelístico, tal vez debía buscarse un nombre artístico más original. Un nom de guerre algo más efectivo y poderoso que el suyo para salir a dar batalla entre el fragor del calor de veranos cada vez más largos y ardientes. Y, claro, sí, Rodríguez conserva todas sus libretas (después de todo son lo más parecido a una fantasmal obra completa nunca inaugurada: la libreta como el libreto de libros que nunca consiguieron conducir las manadas y acorralar tavintage,