Cuando pasamos por debajo del viaducto, Gustavo levantó la vista del celular un segundo y dijo: “por acá fue, y ahí vienen de nuevo. Justo estaba viendo eso”. Me quedé mirándolo mientras el 17 esquivaba autos a los viandazos por la avenida Mitre camino a Wilde. No puedo hablar con alguien que mira el celular. Así que no le dije nada. Levantó la mirada y dijo que estábamos en Sarandí a lo que respondí levantando las cejas con gesto de obviedad y una frase de desconcierto: “no sé qué es lo que fue, no veo venir a nadie y no puedo adivinar”.

A mi buen amigo los pensamientos le llegan desordenados, atropellándose y caóticos. Casi como una diarrea. Y desde que usa el celular esto se agravó considerablemente, así que le di unas cuadras de tiempo para que se organice y me cuente mientras sin soltar el celular miraba hacia afuera con ojos de extraviado. Meneó la cabeza y dijo “somos Fahrenheit” y supe que no hablaba del perfume, artículo que sé que desconoce, sino del libro. Pero a los fines de establecer una conversación esa frase era poco aporte.

Al inicio de esta casi conversación de locos estábamos pasando debajo por el viaducto Sarandí, o sea, entrando en Sarandí, y esto ordenó un poco las ideas de Gustavo. En el año 1980, un 26 de junio, la dictadura cívico militar cargaba camiones con libros del Centro Editor de América Latina. Se habló de cientos de toneladas de libros, de más de un millón de libros de una editorial importante en la diversidad y formación de pensamiento. A la dictadura cívico militar le alcanzó con eso para cargarse los camiones y vomitar fuego sobre “esa ignominia ideológica“ en un terreno baldío de allí cerca, hasta que no quedara ni una sola letra fuera de la pira. Y para eso no hizo falta más que la orden bruta de un bruto con poder suficiente.

El destino de los libros por aquellos años, eran el pozo en bolsas de nailon, la casa de alguna tía o abuela “intachable”, el fuego por mano propia, o la cárcel y el secuestro y la muerte o desaparición segura de quien los tuviera. Todo bajo un coro que rezaba “algo habrá hecho”. A muchos y muchas los sorprendió la mala hora a mano de los militares y nunca volvieron a recuperarlos. Otros, algunos sobrevivientes, llegaron a desenterrar los libros sobrevividos.

El CEAL era una editorial que había comenzado como tantas otras: algunos amigos interesados en difundir pensamientos, una vaquita y otras platas prestadas, en momentos donde leer era, no solo necesario, sino también buscado. Casi no había una casa donde no hubiera algún ejemplar de Capítulo. Y había crecido mucho. Sus libros sobre cuestiones sociales, arte, psicología, economía, filosofía y derecho, se sobreponían con los de historia de Latinoamérica. Hubo hasta una enciclopedia de la ciencia y una enciclopedia de pensamiento esencial y otra literaria. Una historia del movimiento obrero y hasta reeditaron el Martín Fierro. Sin duda que el Centro Editor de América Latina era una usina que echaba a andar las cabezas. Entonces comenzaron las prisiones a los responsables, por las causas más absurdas y secuestros y asesinatos de quienes formaban parte del Centro Editor de América Latina. Porque para era eso alcanzaba con la orden bruta de un bruto con poder.

Finalmente en al año 1980, un juzgado de la dictadura, de La Plata, le ordenó a la editorial quemar aquellos libros que eran “cuestionables”. Y se negaron. Entonces llegaron ellos y sacaron los libros a empujones. Dos camiones de libros. Toneladas de libros. Mas de un millón de libros. El plan de la dictadura no cerraba sin muerte, miedo e ignorancia.

Cuando bajamos del 17 y agarramos por Las Flores hacia Belgrano yo tenia clara la primera frase “acá fue” pero me faltaba el “y acá vienen de nuevo” especialmente porque sé que el CEAL cerró hace años. Con la boca dura por el frio, Gustavo arrancó su verborragia desordenada con “¿vos no mirás las noticias? ¿no pensás? ¿no unís unas cosas con otras y no ves la relación de las cosas que pasan?“ y terminó lacónico “¡y esta gente vota!”

Se tomó el tiempo de encender un cigarrillo con los dedos congelados de frio y soltó entre respiradas que “mira el pibe ese de Berazategui, parece que puso un mensaje o un tuiter, no sé, contra el presidente. Al toque le cayó la cana, le voltearon la puerta, un quilombo bárbaro por un tuiter ¿entendés lo que te digo? Entonces entran a la casa y se lo llevan en cana ¿ y cuales son las pruebas de que es un delincuente? ¡libros! Dijeron que tenía libros que hablaban de comunismo, de socialismo y hasta uno del Ché Guevara. “Fueron hallados libros” dijeron. Listo. Eso fue prueba suficiente de que el pendejo es peligrosísimo. ¿a cuanto estamos de que comience todo de nuevo? A nada. Ya está, ya empezó. ¡Fueron hallados libros! Por eso te digo, boludo ¿no entendés? ¡somos Fahrenheit!