Tengo detrás del monitor de mi computadora una foto de hace más de cuarenta años. Estoy junto con mi viejo. Él está agachado para quedar a mi altura y yo tengo en la mano un juguete que era una paloma con rueditas, que cuando la paseabas -como un carrito- movía sus alas. Detrás hay un Fiat 128 de color rojo y, apoyada sobre él, una muñeca. Siempre me pareció hermosa esa foto: una carga de libertad contenida, pero a la vez mucha amorosidad. Corrían los primeros años de los ochenta

No sé si ya había democracia, pero estábamos ahí nomás. Será que estamos en temporada Cáncer, pero vengo recordando mucho mi niñez y adolescencia. La ciudad que sirvió de contexto fue Bahía Blanca, una ciudad de militares que durante las marchas del 24 de marzo, se dedicaban a tomar café y mirar desafiantes a la muchedumbre en nombre de la impunidad.

Salir del nido, ser marica

En mi ciudad natal nunca salí del clóset porque me fui a estudiar a La Plata y allá decidí ser yo y no otra persona. Entonces cuando volvía de visita a la ciudad de los escapes de cloro, volvía marica. No me había cambiado la vida universitaria ni la vida activista: había decidido yo que no quería ser otra persona. Esas alas de esa palomita de juguete necesitaban abandonar el nido. Y lo hice, y lo bien que hice porque pude pensar otras formas de ser, entre ellas la marica, pero muchas más. Tuve posibilidades, alternativas y amigues que hicieron cualquier destino más amable. Eso que hoy llamamos nuestra tribu. Y esa comunidad que fui armando en la ciudad de La Plata, en la facultad de periodismo, híper politizada, me ayudó a politizarlo todo. No solo mi orientación sexual sino también mi posición social, racial y lo que hiciera falta.

Recuerdo que antes de que las políticas de género existieran y se institucionalizaran, junto con dos maricas más de la facu hicimos una charla con tres personalidades de aquellos años: logramos juntar a la Lohana Berkins, a María Rachid y nada más y nada menos que a Osvaldo Bazán. Y recuerdo también, en ese momento, que el itinerario de la diversidad era reconocernos y contar que existíamos. Y quizás por eso, mientras miro esa foto, vuelvo a pensar en lo que fue crecer en Bahía Blanca, y lo que implicó irme para poder ser.

Orgullo de qué

Desde esa experiencia, me cuesta pensar en el orgullo como algo celebratorio en este contexto. Se me hace difícil escribir y pensar en el orgullo en medio de tanta farsa democrática. Pienso si eso del orgullo no fue una cajita feliz de alguna empresa, a la que se le ocurrió empaquetar todas las identidades y venderla con los combos exprés. O por ahí todo fue una mala broma para quienes creímos que dentro del sistema se podría ser libre, orgullosa y feliz. Nunca creí en el cis tema, pero a veces me creí esa ficción.

Este 28 de junio se cumplió un nuevo aniversario del orgullo LGBTTIQBN+ en todo el mundo. Es difícil festejar el orgullo como en otros años. Es cierto. Pero siempre ha sido difícil porque aún hoy quedan muchos países donde nuestras identidades están criminalizadas. En estas últimas semanas, donde la democracia argentina está puesta en jaque, hay algo de las locas que se pone de manifiesto de manera tajante: si a una expresidenta la proscriben, no la dejan bailar en el balcón, la quieren amordazar, en ella muchas otras locas, yeguas y brujas, se identifican más allá del binarismo biológico que hay en sus documentos.

Alianza, luchas y memoria

La alianza entre las mujeres cis y las maricas ha sido una alianza de antaño (hoy seguramente habrá que ver si sigue en pie). Cuando todo estuvo vedado para ambas, nuestros conjuros fueron importantes para sostener la propia vida. Las mujeres siempre relegadas a las tareas de cuidado y del hogar, y las mariconas relegadas del todo y sobre todo en el hogar. Las mujeres con todos los años de aborto clandestino siempre encontraron a una torta, una marica o una trava que las acompañara en ese derecho ilegal ante la ley. Las mariconas, siempre encontramos a una amiga, a una madre sustituta, una abuela que nos dio cobijo en los peores momentos. Siempre hubo una docente que nos preguntó cómo nos sentíamos, si habíamos comido o si alguien nos había hecho daño. No podría haber existido una “Rosa” Perlongher sin una Sarita Torres o una Carlos Jáuregui sin una Ilse Fuskova. Y seguro que cada una de nosotras podría armas duplas, triejas o cuartetos, de las existencias cuir en cualquier pueblo, ciudad o paraje de nuestro territorio sudaca.

En estos días de intentar recorrer el pasado reciente, recordé el testimonio de Valeria del Mar Ramírez durante su paso por el ex CCD (Centro Clandestino de Detención) el Pozo de Banfield. Ella ahí ayudó a una mujer toda ensangrentada que acababa de dar a luz. Luego la obligaron a limpiar el lugar en la escena post parto. Y en los años venideros comenzó a declarar como testigo de ese nacimiento en cautiverio. Y años después declaró como primera mujer trans en un juicio de lesa humanidad. Hay una matriz que ha engendrado las luchas en nuestro país que está hecha del heroísmo feminista, de un heroísmo sin capa. Mujeres cis, mujeres trans y maricas que han puesto el cuerpo ante las balas: las Madres de Plaza de Mayo, es un ejemplo universal de ser la valla de protección a toda una generación de luchadorxs. Y las cientos de mujeres y disidencias que le ponen el cuerpo a la defensa de los territorios ante los embates de la crisis climática y las empresas extractivistas.

Y mientras las luchas territoriales y sociales se multiplican, hay una amenaza que reaparece con fuerza. Pareciera que vuelve un fantasma que recorre el mundo, y es la pretensión de que volvamos al armario, al clóset o simplemente que volvamos a la marginalidad, de donde nunca deberíamos haber salido. Y ahora entiendo la indignación de la ultraderecha, de los verdaderos dueños de nuestro suelo cuando ven impávidos el baile de una mujer en su cárcel con balcón. Y sin ser demasiado poética podría inferir que no nos quieren ni bailando. 

Nos quieren encerradas, con la luz apagada, tristes y deprimidas. Y si se muestra lo contrario, nos quieren muertas: en el caso de la exmandataria, hubo un intento de magnicidio. Y en el caso de las locas: vayan al artículo de Juan Carlos Figueroa sobre la situación de la población trans en el Pabellón 44 de Batán. En la ciudad de La Plata, hace pocos días hubo un asesinato a una marica que aún no se sabe el móvil, pero hay sospechas de que sea un asesinato por odio. La muerte nos respira cerca. Y será hora de encontrar nuevas estrategias para enfrentar esta nueva ola neofascista, ultrafacha y ultra asesina, y todo en el nombre de la democracia.

El orgullo en un país en guerra

¿Cómo sentir el orgullo en medio de la guerra? Leyendo un blog donde personas cuir de todo el mundo pueden expresar sus sentires (queering the map) se pueden leer desde el inicio del genocidio en Gaza, voces que claman por ser escuchadas. En todos estos años del inicio del primer bombardeo en octubre del 2023, no había reparado en estos testimonios. Leo a una persona que se arrepiente de no haberse animado a darle un primer beso a alguien que le gustaba, y que luego del bombardeo falleció. Quien narra ese suceso, dice que algo de su ser murió ahí con su amante masacrado y le promete que en el cielo lo besará. 

Sigo leyendo testimonios y también hay frases de fuerza y leo: “sean libres para vivir y luchar”. Esa frase me hizo recordar a la bandera mítica del Frente de Liberación Homosexual, con la frase “Para que reine en el pueblo, el amor y la igualdad”, en la marcha de asunción de Cámpora en 1973. Siempre se ha dicho que el FLH fue una organización adelantada a su tiempo. Yo no acuerdo con que fueron unos adelantados, creo que lo que las hace ver como unas adelantadas, es el contexto machista en todas las áreas de la vida. No solo la policía les pegaba y abusaba de las locas, sino también el partido más revolucionario las trataba de enfermas.

En mi nota anterior hablé de la figura de la loca, la marica afeminada. Hoy vuelve a aparecer, inevitable, en la reciente proscripción de Cristina Fernández. Podría tomar todos los insultos que nos han dicho y ponerlos junto a su nombre, y sonarían igual de cargados: yegua, puta, ladrona. Porque ese odio es también hacia los que rompen el orden, hacia lo que no encaja. Por eso, este año más que nunca, nuestro orgullo es resistencia. Aún, marginadas, empobrecidas, en medio del lodo, por estos pagos aún tenemos alternativas comunitarias. El Orgullo de seguir vivas parece poco. Mi analista me ha machacado durante años que no es sobrevivir, es intentar vivir. Pero bueno, el análisis es individual. En nuestro análisis colectivo deberá prevalecer la idea de que haber tejido alianzas nos ha salvado locuras aún peores de la que vivimos en el presente. Y de no habernos callado ni dejado domesticar. Y de seguir, incluso en medio de los misiles, besándonos en nombre de la libertad, delante de cualquier catedral del odio.