Esta reseña es también una toma de posición. Escribo como psicóloga afroargentina, en permanente formación como psicoanalista, pero también como mujer negra que ha transitado la clínica tanto como paciente como desde el rol profesional. Desde ese lugar, me propongo reflexionar sobre el libro de Thamy Ayouch “La raza en el diván. Lo psíquico es político”.
Para quienes atendemos problemáticas actuales, no es posible seguir pensando el psicoanálisis sino a la luz de la época. Es decir, sin cuestionar sus supuestos teóricos fundamentales con el rigor epistémico que demanda la producción de subjetividad. A pesar de las resistencias, el movimiento feminista, desde hace más de una década, logró comenzar a conmover las estructuras del psicoanálisis hegemónico; estos avances son los que hacen que hoy haya un consenso sobre lo iatrogénicas que pueden ser, por ejemplo, las intervenciones que responden a lo heteronormativo.
Sin embargo en nuestro quehacer hay un impenetrable, un imposible de la época, y es la cuestión racial en el psicoanálisis, y me atrevo a extenderlo a todo dispositivo de salud mental. Puede parecer ficcionado pero suelen llegar a consulta personas que se sintieron incomprendidas, invalidadas, y hasta violentadas en terapias previas, con analistas que, aún creyendo que se abstienen de hacer juicios de valor, sentencian frases tales como “tal vez no se refirió a eso, si en la Argentina no hay racismo”, “si sos hermosa, ¿por qué no te elegirían por tu color de piel?” “¿Por qué eso sería racismo?, si no sos oscuro de piel”. Estas intervenciones no hacen más que reflejar que quienes analizamos también somos sujetos de la cultura y que la cuestión racial siquiera es mencionada en la formación como analistas. Pero además, quien se atreviera a replantearse este imposible, casi no tendría fuentes bibliográficas que consultar.
Thamy Ayouch, psicoanalista, docente e investigador marroquí, supo con mucha perspicacia ver este vacío en la praxis psicoanalítica. Entiende al psicoanálisis como una práctica que no puede dejar por fuera al contexto histórico y a la materialidad social en la que se practica. Es por ello que, para arribar a un mayor entendimiento de la cuestión racial, se sirve de otras disciplinas como la filosofía, las ciencias políticas, la antropología y los estudios críticos decoloniales, poniéndolas en diálogo con el psicoanálisis, con el fin de interrogarlo. Enfatiza en que siempre es necesario explicitar los lugares de la enunciación, por ello desde el inicio aclara que analiza, piensa y escribe desde Francia, lugar al que migró en su adolescencia y donde desempeña hasta hoy sus investigaciones. Así, con precisión, describe al racismo estructural del país que forjó al psicoanálisis hegemónico contemporáneo.
Partiendo de la reflexión de la resistencia al concepto de raza, resistencia que opera como una desmentida bajo la premisa “la raza no existe”, interpela al corpus teórico del psicoanálisis. Comienza ya desde el primer capítulo revisando la ontología del concepto, alegando lo que para algunos y algunas puede ser obvio, y es que la raza en términos biológicos no existe o en todo caso es una sola, sino que, para el autor, lo que existe es la raza como un poder relacional que construye subjetividades. Así, describe exhaustivamente cómo opera en las relaciones de poder la cuestión racial y los padecimientos que conlleva la racialización, la diferenciación de lo blanco en tanto universal. Va a decir que:
“Si bien la eficacia de la raza es sociopolítica, no deja de tener consecuencias psíquicas reales, construidas colectivamente, pero vividas singularmente, y específicas a cada sujeto. De ello se derivan efectos reales sobre la práctica analítica que atiende a estos sujetos, sobre su dispositivo clínico y a su teorización.”
Realiza una enriquecedora reflexión sobre aquellos puntos de la obra de Freud en que piensa la construcción del Otro, lo inconsciente y la función edípica, para desde allí pensar no ya una metapsicología que gira en torno a lo sexual sino alrededor de la raza. A su vez, recupera y explaya la noción lacaniana del racismo, en tanto envidia al goce del Otro.
Teniendo siempre presente la interseccionalidad entre raza, género, clase, sexualidad, edad y validez, enfatiza en lo que se revela hoy como una novedad en el campo psi, a pesar de que pasaron 50 años de las enseñanzas que nos dejó Fanon. La raza en el diván nos invita a realizar una apertura crítica, a reflexionar sobre las resistencias propias del psicoanálisis y así repensar su estructura teórica a la luz de las problemáticas raciales. La fenomenología que plantea abre horizontes para repensar la clínica, y así lograr a lo mejor que no haga más oído sordos a las consecuencias subjetivas del racismo.
Estamos viviendo un mundo en que el otro por momentos deja de ser un semejante, en que el poder imperial asesina personas racializadas todos los días, y el odio racial en los discursos se recrudece sin ningún tipo de represión, produciendo un sinfín de malestares. Es por ello que la pregunta por la raza deberá seguir vigente, hasta que las personas dejen de tener que omitir aquello de lo que padecen en relación a su identidad en lo que se supone es un espacio seguro, nuestros consultorios.