El vínculo madre-hija, esa conexión profunda, inescindible, en la cual pueden convivir permanentemente -y sin contradicciones- el cielo y el infierno. Un tema que la literatura y el cine han abordado en infinitas ocasiones, en todas las variantes, tonos y géneros existentes. Superficies e interioridades de placer y dolor, muchas veces alternándose sin solución de continuidad. La novela Hot Milk, de la escritora británica Deborah Levy, publicada en 2016 y aún inédita en español, forma parte de esa clase de relatos interesados en describir al detalle la relación compleja y conflictiva –por momentos explosiva– entre una mujer joven y su madre. Las protagonistas son Sofia Papastergadis y su madre Rose, ambas de origen británico –aunque el apellido paterno señala hacia otras geografías–, pero la historia transcurre en gran medida durante una breve temporada en Almería, España, donde Rose se instala con la intención de iniciar un tratamiento para su enfermedad, que la mantiene atada a una silla de ruedas. El hecho de que, excepcionalmente, la mujer pueda pararse y caminar señala hacia cierta condición misteriosa. Una condición que obliga a mantener muy cerca a su hija Sofia –“eterna estudiante de antropología”, según la hiriente descripción de Rose–, la encargada de sus necesidades y cuidados cotidianos.

Dirigida por la guionista Rebecca Lenkiewicz –responsable de los guiones de Ida, el celebrado film del polaco Pawel Pawlikowski, y de Ella dijo, de la realizadora Maria Schrader, entre otros títulos recientes–, la adaptación cinematográfica de esas páginas tuvo su estreno mundial a comienzos de este año en el Festival de Berlín, donde formó parte de la competencia oficial, y se estrena este jueves 3 en salas de cine antes de desembarcar en la plataforma MUBI. La ópera prima como realizadora de Lenkiewicz es una versión al mismo tiempo fiel y libre de la novela, cuyo relato en primera persona es reconvertido en subjetividad visual y sonora. Film de emociones fuertes, Hot Milk cuenta con las potentes actuaciones de tres actrices que pertenecen a distintas generaciones y cuyo bagaje actoral no podría ser más diverso.

En el papel de la joven Sofia, veinteañera abierta a experimentaciones pero fatalmente atada a las derivas y caprichos de su madre, la franco-británica Emma Mackey (a quien puede verse en el largometraje Emily y es inmediatamente reconocible por su rol central en la serie Sex Education) entrega uno de sus primeros protagónicos de fuste. Su madre en la pantalla es la experimentada Fiona Shaw, actriz irlandesa que ha sabido ponerse a las órdenes de directores como Terrence Malick, Franco Zeffirelli y Brian De Palma, pero que muchos espectadores reconocerán por su papel de Tía Petunia en la saga de Harry Potter. Finalmente, la luxemburguesa Vicky Krieps, uno de los grandes nombres del cine contemporáneo, usualmente vinculada con el cine de autor internacional, fue la encargada de darle vida a Ingrid, una mujer de espíritu libre que llama de inmediato la atención de Sofia durante esos días calurosos en España, que parecen ir adquiriendo la forma de un limbo. Una sala de espera antes del comienzo de un futuro incierto. Rodada en Grecia, cuyas locaciones hacen las veces de Almería, ese lugar donde tantos directores italianos rodaron sus espagueti westerns en los años '60 y '70, Hot Milk conjura pasiones –las amorosas y las sexuales, pero también otras más oscuras–, alternando el sol del estío, que todo lo hace diáfano, hiperrealista, con lo onírico.

“Fue algo que siempre estuvo dando vueltas y comenzó a crecer la idea de dirigir una película”, recuerda Rebecca Lenkiewicz en conversación exclusiva con Página/12. “Lo cierto es que siempre estaba ocupada escribiendo, algo que me encanta. En cierto momento me pidieron que adaptara este libro y al leerlo me sentí algo territorial. Casi de inmediato pensé que podía dirigir una adaptación. De hecho, mientras lo leía podía imaginarlo en términos cinematográficos. Al mismo tiempo, fue un momento de mi vida en el cual sentí que debía hacer un cambio y probar a hacer algo más colaborativo. Desde luego que sigo escribiendo y, si bien es algo que, como dije, adoro hacer, al mismo tiempo es un trabajo bastante solitario. Puede ser estresante, incluso. Me interesaba trabajar con actores y hacer algo junto a ellos de principio a fin, y esta historia muy femenina me atraía mucho”.

-Escribir guiones para otros realizadores no es lo mismo que dirigir a partir de un guion propio. ¿Cuáles fueron los desafíos más importantes de ese cambio?

-Creo que no fue lo más sencillo, de ninguna manera, pero definitivamente el rodaje fue la instancia más feliz de todo el proceso. Fue difícil en muchos sentidos, comenzando por el hecho de que hacía unos 45 grados a la sombra. Pero la voluntad de todos los involucrados, trabajando como un verdadero equipo, nos hizo seguir adelante durante cinco semanas de filmación. Fue una experiencia increíble e incluso adictiva. Pero lo más duro de todo, al comienzo, fue juntar el dinero para llevar adelante el proyecto. Es realmente milagroso esto de hacer películas independientes. Llegar al primer día de rodaje fue algo inmenso. Transcurrieron siete años desde la primera conversación hasta el final del rodaje. Por último, también fue arduo escribir el guion a sabiendas de que era yo quien iba a dirigirlo. Era como si mi cerebro tuviera que dividirse en varios compartimientos. De hecho, creo que al comienzo el guion era un poco aburrido, porque en mi cabeza pensaba directamente en términos prácticos, por lo que en cierto momento intenté olvidarme de que yo misma era la directora y seguí escribiendo como lo hago normalmente.

-Hay varios cambios importantes en la película respecto de la novela, comenzando por el final. ¿Cuáles fueron las decisiones más drásticas que hubo que tomar a la hora de adaptar el texto?

-El libro está escrito en primera persona, así que siempre estás adentro de su cabeza. El desafío era trasladar eso a la pantalla, donde todo el tiempo estás viendo a alguien. Quería que Sofia fuera algo silenciosa, sobre todo durante la primera parte del film. Había ciertos detalles de la novela que pedían a gritos ser adaptados, detalles y eventos. Si algo dejé de lado, de manera muy consciente, fue cierto humor que el libro posee. Hay un sentido del humor brillante en esas páginas, pero más allá de algunas líneas graciosas que permanecieron en la película, sentí que la historia era sobre un trauma y opté por acercarme a esa oscuridad de manera más seria. Fue una decisión importante. También es cierto que filmamos muchas cosas que finalmente no quedaron en el corte final. La película cambió, se puso más oscura, durante el montaje. En esa etapa pude jugar bastante, sentí que podía respirar al ritmo de la película, así que la historia sufrió varios cambios. Saqué cosas para que fuera más dura y oscura.

-Hot Milk es una película de mujeres y una película de actrices. ¿Siempre tuviste en cuenta los nombres de Mackey, Shaw y Krieps para interpretar los papeles centrales?

-Fiona Shaw estuvo desde el comienzo y siempre apoyó el proyecto, incluso durante los períodos en los cuales la posibilidad de concretarlo no era muy clara. Hablamos mucho sobre el guion mientras lo escribía, por lo que podría afirmar que ella fue preparando gradualmente el personaje de Rose, físicamente incluso. Tiempo después, Vicky Krieps leyó el guion y le encantó. Siempre me gustó su trabajo en el cine y cuando aceptó tuve que pellizcarme varias veces para confirmar que tenía a ambas a bordo. Emma Mackey llegó tiempo después. Hablamos un poco y me dijo "Hagamos esto". Sabía desde el principio que cada una de ellas podía atravesar un proceso diferente y mi deseo era que todo confluyera. Y así fue. Realmente son actrices muy diferentes, con abordajes diversos, pero cada una de ellas es fascinante. Sin embargo, tienen algo en común: todas trabajan a partir del instinto tomando como punto de partido la psicología del personaje. Tanto Emma como Vicky tenían muy claro qué temperaturas debían manejar en las distintas escenas, aunque siempre había lugar para intercambiar ideas y hacernos preguntas. No hubo nada dictatorial durante el rodaje. Fiona estaba totalmente compenetrada, en papel todo el tiempo, y pasaba casi todo el día en la silla de ruedas. Hay algo del Método allí. Ninguna de ellas se conocía previamente. Recién se conocieron en el set, pero todo fluyó de manera notable.

-Hay detalles muy específicos, que probablemente no están presentes en el libro, como la manera en la cual tanto el personaje de Sofia como el de su madre cierran fuertemente los ojos al hablar. Un detalle que señala la fuerte simbiosis entre ambas.

-No es algo que esté descripto en el libro, no. Fiona tiene algunos tics y le hice notar eso que hace con los ojos durante una charla en un café, mientras hablábamos de la película. "Sí, a veces hago eso", me respondió. Llevarlo al personaje de Rose fue algo muy orgánico y trasladarlo a Sofia como una suerte de espejo era interesante porque permitía ver una especie de patrón. Es interesante porque, además, Sofia es una estudiante de antropología interesada en el rol de las mujeres en las distintas sociedades y en cómo muchas cosas son transmitidas de madre a hija.