Ya estuvo en Buenos Aires el año pasado, dice que le agrada la ciudad aunque querría tener tiempo para recorrerla mejor. Lo dice en un castellano casi neutro, cuyo origen es difícil de rastrear.
Mansour Bin Mussallam, de él se trata, es un ciudadano saudí que, además, ocupa desde 2020 el cargo de primer secretario general de la Organización de Cooperación Sur- Sur (OCS), un encuentro de estados pensado para promover el intercambio entre América Latina, África, Medio Oriente y el Sudeste Asiático.
Antes de eso, en 2016, fundó y presidió la Fundación de Asistencia Educativa (ERF-Education Relief Foundation) en Ginebra, Suiza, hasta julio de 2020, "con el objetivo de desarrollar, promover e incorporar un enfoque equilibrado e inclusivo de la educación (EEI) mediante cuatro pilares: el intraculturalismo, la transdisciplinariedad, el dialecticismo y la contextualidad".
A modo de antecedente, ya en 1974 la ONU creó su Oficina pra la Cooperación Sur Sur (Unossc) "para promover, coordinar y apoyar la cooperación Sur-Sur y triangular a nivel mundial, así como dentro del sistema de las Naciones Unidas". En 2024, la misma organización estableció el 12 de septiembre como "Día ONU para la Cooperación Sur Sur".
Bin Mussallam, invitado por la Universidad Nacional de Avellaneda para aprticipar del Coloquio Gran Sur, junto a panelistas como Atilio Borón, Jorge Taiana, Sandra Torlucci y Daniel Filmus, también escribe. Plasmó en su "Carta Meridional" la visión estratégica, tanto para el organismo como para la cooperación sur- sur en general.
La convocatoria de la universidad era mucho más amplia, pero los disertantes africanos no recibieron las visas en tiempo y forma a pesar de haber cursado los pedidos, lo que llamó la atención de los organizadores. "Entiendo de protocolos y procesos, pero también existe la cortesía entre naciones", lamenta Bin Mussallam, al tiempo que refiere que uno de los que no pudo participar por ese motivo es un ex primer ministro de Etiopia.
--¿Cuál fue el impulso inicial de la OCS? ¿Por qué es tan menor todavía la presencia de estados latinoamericanos en la organización?
--La OCS nace en una cumbre del año 2020, a partir de la convicción de todos los estados fundadores de que, a pesar de las diferencias, en todo el sur hacemos frente a injusticias sistémicas y estructurales que nos obligan a cooperar. Por supuesto que la cooperación sur-sur es anterior a nuestra organización, como lo prueban, por ejemplo, la existencia del Movimiento de Países No Alineados o el G77. Pero ninguna de esas formaciones contaba con una secretaria ejecutiva, que le diera la posibilidad de implementar su propio plan de trabajo. Ese es el punto de partida y la diferencia respecto de la preexistente.
--¿Por qué sólo Nicaragua y Costa Rica se integraron a la OCS desde Latinoamerica?
--Hay una explicación para eso y esperamos que comience a revertirse pronto. La fundación fue en Yibuti y ese país no tiene embajadas en América Latina, entones fue muy complejo cursar las invitaciones en tiempo y forma. entonces, la prioridad fue construir la organización desde cero, hubo que darse una carta orgánica, una sede permanente, que finalmente es Adis Abeba, capital de Etiopía y tercer capital diplomática mundial, detrás de Nueva York y Ginebra. Recién ahora es el momento de buscar nuevas adhesiones, especialmente en América Latina y el Sudeste Asiático. Es muy probable que en breve abramos una oficina regional latinoamericana, para acercar la organización a la región, aunque no puedo decir aún en qué ciudad.
--¿Qué rol deberían tener las organizaciones de las sociedades civiles de nuestros países en el proceso de cooperación virtuoso que imagina?
--Entiendo que este proceso, sí o sí, comienza por los estados nacionales. Pero si se limita a eso, entonces no se sostiene. La cooperación la tienen que hacer los pueblos y nuestros pueblos deben conocerse, porque todavía no se conocen. Las universidades, los artistas, están llamados a ocupar un papel importante. Por eso contemplamos la figura del miembro asociado: las universidades, como la UNDAV, tienen ese status.
--En su libro, "Carta Meridional", hace referencia a la necesidad de construir soberanía en distintos aspectos o niveles y la primer referencia es a la soberanía epistemológica, ¿es casual que ocupe ese lugar?
--Claro que no. Nosotros creemos que todas las soberanías deben construirse en paralelo, pero si no pensamos por nosotros mismos, entonces nuestras construcciones corren el riesgo de replicar sesgos, prejuicios y modelos del norte. Y también sus fracasos. No se puede construir algo nuevo desde un marco teórico viejo. Así como las potencias colonizaron nuestros territorios, colonizaron también nuestros imaginarios.
--Sin embargo, el concepto de "tercera vía" al que hace referencia recuerda al laborismo británico de Tony Blair.
--(Ríe) Es que no planteamos una tercera vía a secas sino una tercera vía al desarrollo. Es un planteo afirmativo y propositivo, dinámico. Por eso no hablamos de tercer mundo, ni siquiera de tercera posición. En una carta, Perón le decía a su interlocutor que el movimiento justicialista debía ser "como un río en el que fluyen múltiples corrientes hacia un mismo horizonte". Esa imagen creo que nos define muy bien.
--¿Cómo serían esas corrientes y cuál sería su límite?
--Le doy un ejemplo. La República Democrática del Congo es el principal productor de cobalto y el cobalto es indispensable en las baterías de litio para la electromovilidad. Hoy el Congo exporta el material sin valor agregado, sin procesamiento. Nosotros defendemos la industrialización y el desarrollo endógeno. Imagine que mañana llega un gobierno de derecha: ese gobierno puede otorgar beneficios fiscales e impositivos a la actividad y poner cupos a la extracción de cobalto sin procesar y de esa manera sienta las bases de una industria privada. O gana un gobierno más de izquierda, entones crea una empresa pública o una empresa mixta para procesar el cobalto. Cualquiera de esas corrientes fluye en el río hacia el mismo horizonte.
--Hoy hasta eso parece titánico porque, como dice en su libro, nos dedicamos a administrar ruinas.
-Y dedicarse sólo a administrar ruinas es agotador, porque así no hay perspectiva de futuro y nos sentimos condenados a un presente eterno, cada vez más precario. La explicación es simple: nos sentimos así porque ya no soñamos. En la década de los noventa dejamos de soñar. Aunque suene romántico, no lo es. En los noventa, junto con el discurso del fin de la historia, sobrevino la dictadura tecnocrática, la suprema de lo técnico sobre lo político. Los seres humanos tenemos un sentido de trascendencia, de conexión con lo sagrado. Si no, sólo nos queda el presente. Nadie, cuando se va a dormir, sueña con el equilibrio fiscal, eso puede ser una herramienta para otra cosa, pero no le da sentido a la vida. El desafío es traducir esos sueños en realidades concretas.
--¿Cómo encajan ahí los saberes ancestrales? ¿Se vuelven más importantes por la implosión del modelo neoliberal que señala?
--Prefiero hablar de saber endógeno más que de saber ancestral, sea este académico o no. Primero, no hay que romantizarlo ni tratarlo como algo muerto. Ese saber debe tener la capacidad de dialogar con otros saberes para resolver problemas, para desarrollar la nueva epistemología de la que hablábamos recién. Para eso hacen falta universidades abiertas, centros de investigación regionales, una serie de cosas. Otro punto clave es que nuestros países necesitan, a la vez, revitalizar sus zonas rurales y descentralizar sus grandes urbes, que muchas veces funcionan como el norte dentro del sur.
--¿Cómo se hace en tiempos de algoritmos que parecen todopoderosos?
--Justamente, ahí hay un ejemplo. Los algoritmos moldean la vida social de nuestros países y no sabemos cómo funcionan, no tenemos acceso a ellos porque son de código cerrado, porque las corporaciones que los poseen son más poderosas que los estados nacionales. Pero la relación cambiaría si esos estados construyeran una representación mayor.