“Tengo la certeza de que el corazón/ para REALMENTE de latir”. Adriana Lisboa
Dedicado a los profesionales de la salud, tan golpeados en esta era de la crueldad.
La mitología griega nos enseñó que las tres Moiras son las encargadas de tejer las vidas de los mortales. Hilaban, medían y cortaban el hilo de la vida de cada ser humano, determinando su destino y su tiempo en este mundo. El destino puede parecer un camino lineal e inalterable, pero sin embargo, a veces aparecen situaciones inexplicables (o personas) que cambian las riendas de este para siempre, en el momento menos pensado.
La historia que se relata a continuación, vivenciada por un joven médico cordobés, oriundo de la localidad de Pasco, especializado en medicina familiar y general, ilustra la capacidad de respuesta ante adversidades inesperadas. El hecho ocurrió en la Ciudad Universitaria, en un contexto donde el tiempo y la habilidad fue crucial para preservar una vida.
La tarde del miércoles 16 de abril, aproximadamente a las 20 horas, José Castro se encontraba realizando ejercicio en bicicleta por el parque. En su trayecto, circulaba frente a la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Córdoba cuando se percató de un tumulto de personas reunidas en torno a una joven que había colapsado. El ambiente, caracterizado por la agitación y la incertidumbre, presentaba un escenario adecuado para la intervención de un profesional de la salud. Al descender de su bicicleta, José procedió rápidamente a evaluar el estado de la joven, cuya condición era alarmante, según nos cuenta: “presentaba pupilas midriáticas y respiración agónica”.
En una demostración de liderazgo y competencia en el asunto, José asumió el control de la situación, relevando a la persona que había comenzado las maniobras de reanimación. En ese contexto, él interrogó a los presentes sobre los antecedentes médicos de la joven, confirmando que ella contaba con historial cardíaco, lo que complicaba aún más su pronóstico. La inmediatez de su intervención fue fundamental, en tanto se aguardaba al sistema de emergencias que ya había sido notificado.
La situación exigía acciones rápidas y precisas. Ante la urgencia, José solicitó la búsqueda de un Desfibrilador Externo Automático (DEA) y, para asegurarse del tiempo transcurrido, hizo que una mujer presente se encargara de contabilizar los minutos. La llegada del DEA, portado por un familiar de la joven, marcó un momento crucial en el proceso de reanimación. Los parches fueron colocados en el tórax de ella, y el dispositivo analizó el ritmo cardíaco de manera automática, determinando la necesidad de una descarga sobre ella.
Con compromiso profesional, José continuó la reanimación a pesar de que la joven seguía presentando signos de una respiración agónica. Finalmente, una ambulancia del 107 arribó al lugar y el equipo médico constató la presencia de pulso en la joven, aunque su pronóstico seguía siendo incierto.
José ya nada podía hacer en ese lugar. Tras lo acontecido, él se retiró de allí en su bicicleta con una sensación de desazón en su cuerpo. A pesar de su esfuerzo sabía en su interior que el pronóstico de la joven era desalentador.
En una charla posterior con sus colegas médicos del Hospital, él compartió su experiencia, aunque no contaba con ningún dato de contacto sobre los demás involucrados en esa experiencia cruda que le tocó vivir la tarde del miércoles, el peso de la incertidumbre, del desasosiego acompañaron a José aquella noche...
Sin embargo, el destino le tenía reservado un giro inesperado. El lunes siguiente, Pao, su colega del Hospital, se comunicó con él, trayendo noticias sobre la joven socorrida en la Ciudad Universitaria. Para su sorpresa, José descubrió que la joven, identificada como Sofía, era residente de cuarto año de Psiquiatría en el Hospital Misericordia. Ella, al momento de enterarse de que la persona que la devolvió a la vida nuevamente era un colega de medicina, solicitó el contacto de José para expresarle su eterna gratitud.
El gesto altruista de José, al actuar en un contexto de urgencia, revela la esencia humana de su persona. La anécdota adquiere un carácter simbólico -de la mano de Romina Roldan, la coordinadora de la guardia del Hospital Ferreyra -, al rebautizar a José, como “el ángel de la bicicleta”, una etiqueta que no solo refleja su acción inmediata, sino que también resalta la huella emocional que deja un acto humano así en nuestra comunidad.
Este relato que merece ser contado se convierte en un recordatorio de que, en medio de la incertidumbre, la humanidad puede prevalecer y ofrecer esperanza en los momentos más críticos. Como escribe el filósofo Byung-Chul Han: “La esperanza más íntima nace de la desesperación más profunda. Cuanto más profunda sea la desesperación, más fuerte será la esperanza. [...] Ella despliega todo un horizonte de sentido, capaz de reanimar y alentar a la vida. Ella nos regala el futuro” (2024).
El ejercicio médico conlleva una responsabilidad ética ineludible, especialmente ante situaciones de emergencia. El testimonio de José no solo ilustra esta realidad, sino que nos confirma una vez más que esto es así. En este marco, la incorporación de Desfibriladores Externos Automáticos (DEA) en espacios públicos, en particular en instituciones educativas, resulta imprescindible. Su disponibilidad no solo mejora las probabilidades de supervivencia, sino que también fortalece una cultura social orientada a la prevención y la respuesta oportuna ante emergencias.
Desde mi lugar como crítico y lector no puedo evitar vincular esta historia con la realidad que atraviesan hoy muchos de nuestros/as profesionales de la salud, especialmente aquellos que, como en el Hospital Garrahan, sostienen con esfuerzo cotidiano un sistema público cada vez más debilitado por decisiones políticas de un presidente que desfinancia, precariza y desvaloriza aún más el trabajo sanitario.
La vocación que mueve a médicos como José no puede ni debe romantizarse para justificar la precarización estructural que hoy padecen. Es inaceptable y doloroso ver que quienes están formados para salvar vidas, deban también salir a las calles a exigir lo que debería ser básico.
Como formadores, como ciudadanos, como seres humanos, no podemos mirar hacia otro lado. La historia que aquí se relata nos emociona y nos inspira, pero también nos confronta con una profunda injusticia: la de un país que no cuida a quienes más nos cuidan.
El cuidado del otro, ya nos enseñó la filosofía, no es un privilegio, sino un deber ético y colectivo para con los demás.