Durante la última década y media, la tradición de formar grupos teatrales pareció haberse diluido en Buenos Aires. No está del todo claro por qué, pero a la generación que vino después del Grupo Krapp, Piel de Lava y la compañía Buenos Aires Escénica se le dio por no insistir con ese formato que durante mucho tiempo fue característico del modo de producción local. Sí aparecieron, obviamente, nuevos autores y directores que se encargaron de repetir actores de una obra a otra o convocaban a los mismos iluminadores, músicos o escenógrafos cada vez. En el teatro, como en cualquier ámbito, también rige la lógica de que, mientras algo funcione, vale la pena reincidir. Esa grupalidad implícita, sin embargo, no suponía una apuesta a largo plazo: los integrantes de un proyecto trabajaban juntos hasta que la obra que los reuniera bajaba de cartel. Luego, quizá volverían a cruzarse en otra, siempre que coincidieran el tiempo y las ganas.

Con la irrupción de una nueva generación, la tendencia volvió a torcerse, esta vez en favor de la creación grupal: entre los artistas sub-30, la idea de juntarse y apostar a un colectivo volvió a ser un un lugar del que partir y al cual llegar. Así, al menos, piensan los integrantes de la Compañía Labrusca –Valentino Grizutti, Juan Cottet, Miranda Di Lorenzo, Patricio Penna y Violeta Postolski–, acaso los exponentes más jóvenes de la última ola de creadores que ingresó al inmenso y diverso mapa escénico de la ciudad. Los cinco tienen hoy entre 23 y 26 años; los más chicos entre ellos recién habían terminado la secundaria cuando, poco antes de la pandemia, se juntaron por primera vez a ensayar Así, así, acá, acá, un texto escrito por Grizutti cuya historia sucedía en el baño de un colegio. No hace falta ni contar el desenlace del proyecto en aquel momento: con pocos días de ensayo encima les cayó –como a todos– la noticia del aislamiento, y la obra tuvo que quedar postergada por un buen tiempo.

Durante los meses de encierro, Valentino se puso a escribir una nueva obra, Toma tres, que el grupo finalmente estrenó como performance situada cuando empezaron a volver las actividades culturales presenciales. Toma tres contaba, como su nombre sugiere, la toma de un colegio, por entonces el primer paisaje que se le venía a la cabeza a Valentino para construir ficción. Construida a partir de tres escenas cortas e independientes entre sí, la pieza transcurría en simultáneo en tres espacios diferentes dentro de un mismo gran lugar. La llevaron a bibliotecas, teatros, colegios y centros culturales para que fuese recorrida por pocos espectadores a la vez, lo que les facilitó cumplir con los aforos reducidos que exigían las regulaciones del momento. Fue más o menos por entonces que se presentaron a una convocatoria que en su formulario de inscripción pedía que indicaran “el nombre del grupo”. Como hasta entonces no se habían puesto a pensar en eso, listaron algunas opciones y votaron. Ganó Labrusca; ninguno de los cinco se acuerda bien por qué. Desde entonces, aunque no terminan de poder explicar cuál es el significado de ese nombre para ellos, lo fueron cargando de historia y de sentido.

Compañía Labrusca en Así, así, acá, acá

DESEO Y JUEGO

Cuando el mundo comenzó a recuperar cierta normalidad, Labrusca retomó los ensayos de Así, así, acá, acá, que para los cinco sigue siendo la obra fundacional del grupo aunque, coyuntura mediante, haya sido su segundo estreno. En 2023 llegó la tercera, Casual de noche, un trabajo para el que sumaron a algunos intérpretes con los que ya habían trabajado antes, actores que habían hecho algún reemplazo en sus obras, amigos de amigos. Una suerte de segundo cordón del grupo, que tiene la capacidad de ampliarse cuando siente la necesidad y también puede volver, cada vez que quiera, a su formación original. Esta tercera puesta, que hasta hace unas pocas semanas hizo funciones en Casa Teatro, fue la que terminó de moldear un lenguaje propio. Fragmentaria, rítmica y memética, Casual reunía, en una especie de sucesión infinita que emulaba el scrolleo de Tik Tok, diversos testimonios de los intérpretes en torno al universo de los castings. Entre una intervención y la siguiente, cada integrante del elenco compartía sus mejores gracias, de esas que uno está pescando en Internet todo el tiempo en Internet si dedica suficiente tiempo a la pantalla: una gran imitación de Shakira, un bailecito a lo Michael Jackson, la exhibición de algún otro talento escaso. “Si nuestras dos primeras obras habían sido procesos más o menos parecidos, como partir de un texto, ensayar o ir creando la puesta, Casual nos trajo una dinámica mucho más desfachatada. La posibilidad de habilitar una zona de mucho deseo y juego para todos: nos abrió el panorama”, recuerda Valentino, que como en las dos obras anteriores, en esta también se calzó el rol de director.

Esta semana, en el marco del ciclo Reuniones que produce Arthaus, habrá chance de echar un ojo a la cuarta creación colectiva de Labrusca, que se estrenará oficialmente el año que viene pero por tres noches (martes, miércoles, jueves) abrirá su proceso para encontrarse con el público por primera vez. El trabajo en cuestión se llama Chayka y es una investigación teatral inspirada en La gaviota de Antón Chéjov. La idea de abordar un clásico venía rondando hace tiempo en el grupo, como una forma de cuestionar su propia distancia con escrituras más lejanas y de ensayar una respuesta al desdén que, creen, a veces muestra su generación por esos textos. “No hace tanto, en una obra joven alguien decía que ciertos clásicos le “chupaban un huevo”. Y pensar nuestro vínculo con ellos implica elaborar una contestación a eso”, se para Valentino.

La propuesta tomó forma cuando, en el marco de un taller de dirección con Alejandro Tantanian que estaba haciendo Valentino y de un grupo de lectura que el grupo mantenía por fuera de los ensayos, comenzaron a trabajar con escenas sueltas de La gaviota. Ante la invitación de Arthaus a zambullirse en un proceso en residencia, decidieron asumir ese material como punto de partida, pero no para montar la obra que estaban leyendo, sino para construir a partir de ella una nueva pieza. En Chayka, un grupo de actores sueña –la noche anterior al estreno de La gaviota– que todo les sale mal durante su primera función. La obra transcurre en ese espacio liminal entre el sueño y la vigilia, la ficción y la realidad, el pasado y el futuro. El punto de apoyo histórico es la mítica primera función de la obra, en 1896, que terminó en escándalo y con Chéjov abandonando el teatro. Para convertirse en una de las obras fundacionales del teatro moderno, en la que no importa lo que pasa sino lo que a los personajes les pasa con eso, aún faltaría un tiempo.

Casual de noche, la tercera obra del grupo, con amigos invitados

UN NUEVO SENTIDO

En su segunda edición, el ciclo de Arthaus que aloja esta propuesta de Labrusca se propone mostrar, a lo largo de las próximas tres semanas, en qué anda la camada vibrante de creadores escénicos de la que forma parte Labrusca. Además de Chayka se van a ver el concierto teatral Canciones del tiempo, a cargo de Santiago Adano (ex Julio y Agosto), Carolina Saade y Verónica Gerez; Cine herida, de Sofía Palomino; Partida, de Gonzalo San Millán; Cuaderno de trabajo I: Insomnes y humillados, una apertura del laboratorio de actuación a cargo de Luciano Suardi que reúne a Mercedes Beno Mendizábal, Joaquín Benzaquen, Damián Mai, Carolina Saade, Felipe Saade y Ana Schimelman; y Maldito desierto, de Bernardita Epelbaum. Algunas son obras ya estrenadas; otras, aperturas de procesos en residencia que después de estos primeros encuentros con el público seguirán siendo ensayados para mostrarse nuevamente como obras terminadas dentro de unos meses. Todas se dan cita bajo una misma premisa: que el teatro sigue siendo, aún en tiempos revueltos, un espacio para reunirse con otros y pensar desde el cuerpo.

“Estamos frente a tanto sinsentido que el valor de hacer algo supuestamente inútil como una obra cobra un nuevo sentido ahora. Y al final, no sé si es tan inútil tampoco, porque llegás a la noche obsesionado con los problemas de la obra, de eso que te importa, y no con los problemas de la coyuntura”, responde Valentino Grizutti a la pregunta de qué los impulsa, a él y su compañía, a hacer teatro igual, dentro del clima actual de hostilidad para con el sector cultural y con organismos teatrales en riesgo. Y agrega, como para completar la idea: “Nosotros empezamos a ensayar nuestra primera obra antes de la pandemia, y seguíamos queriendo hacer teatro cuando todavía no sabíamos si iba a volver a existir. Mirada en retrospectiva, esa fue una crisis aún mayor que esta, porque había algo que estaba poniendo en jaque la actividad de una forma mucho más concreta. Al final pudimos hacerlo y lo hicimos. Creo que hay algo de ese arrojo inicial, y esto es algo que venimos charlando con los chicos, que sigue funcionando como impulso. Y que a veces es difícil no extrañar, porque en la medida que el grupo empezó a darse a conocer se empezaron a generar expectativas. Con esta cuarta obra, y con la decisión de volver a nuestra configuración original, nos propusimos volver un poco a esos orígenes: ser muy fieles al proceso, a lo que queremos probar, a lo que nos dan ganas de hacer. Fallar si hace falta. Como se pueda, pero en la nuestra”.

Chayka se puede ver el martes 15, miércoles 16 y jueves 17 en Arthaus, Bartolomé Mitre 434. A las 20.30.