Aunque hoy no sorprende el rol de potencia musical mundial que ostenta Colombia, a fines de los años' 90 nadie lo hubiera imaginado. Ni siquiera los propios colombianos. Pero hubo un francés que sí la vio venir y hasta lo vaticinó: Bernard Batzen, exmanager de Mano Negra y prolífico gestor cultural. Es por eso que tan sólo pensar en un centenar de discos representativos de la música manufacturada por ese país en lo que va de siglo, ya es una faena complicada. Sin embargo, el periodista Jaime Andrés Monsalve,  Jefe musical de la Radio Nacional de Colombia, bordeó los límites de lo inverosímil al sintetizar los 150 discos fundamentales de la música popular de su patria en los últimos 125 años.

De eso da cuenta su nuevo libro, En surcos de colores. Pese a que aún no se consigue en Buenos Aires, no le restó a su afán por presentarlo este martes 15, a las 18, en la Casa Fundación Medifé (Ayacucho 1945), con entrada libre y gratuita. Allí donde se venderán algunos ejemplares. Se trata de un conversatorio con el periodista argentino Guillermo Pintos, quien lo convenció de que no dejara pasar la oportunidad de dar a conocer semejante erario ante el público local. “Inicialmente iban a ser 100 reseñas, pero luego entregué 20 más, otras 10 y al llegar a 150, la editorial me frenó”, afirma el autor. “Si 100 reseñas eran una injusticia flagrante, 150 es injusto. Con 30 más, hubiera sido medianamente justo. Las tengo y espero subirlas a Internet, a manera de bonus track”.

Si bien Monsalve escribió algunos libros dedicados a la música, dos de ellos sobre tango, su reciente entrega partió de otro título de la editorial (Rey Naranjo): Between Sound and Space, de Tyran Grillo. “Está basado en 100 reseñas de discos del legendario sello alemán ECM Records (su catálogo se aboca al jazz, la música clásica, la música experimental y la música de raíz)”, describe el nativo de la ciudad de Manizales. “Sabía que me iba a quedar corto porque mi país llegó a ser a lo largo de los años '60 el cuarto productor discográfico de Latinoamérica, luego de Brasil, México y la Argentina. No hay una sola Colombia, sino que en ella conviven seis muy diferentes en costumbres, músicas y acentos”.

-¿En qué se basó tu curaduría?

-Quería que fuera un libro con un predicamento. Con esto me refiero a que no sólo tuviera una importancia nacional sino que también pudiera interpelar a públicos de otros lugares, apoyado en canciones con relevancia internacional, como “Ay, cosita linda” o “Se va el caimán”. O músicos que hicieron carrera desde la diáspora, entre los que destacaron Carlos Molina, Nano Rodrigo y Nelson Pinedo, baluarte de La Sonora Matancera.

-En ese sentido, ¿cómo fue tu metodología?

-La primera capa de la selección fue muy personal, recordando aquellos discos que había en casa mis padres y mis abuelos. A falta de cifras reales, los más vendidos supongo que eran aquellos que estaban en todos los hogares colombianos. La segunda variante tuvo que ver con artistas de cuando no existía una industria discográfica consolidada en Colombia, que se fueron a probar suerte a Estados Unidos, la Argentina o Perú. Y ya en el año '52 o '53, cuando oficialmente arranca la discografía con los procedimientos y las maquinarias para prensar discos en el país, pensé en los artistas cuyo disco clave no tenía en la cabeza, pero sí los temas. Traté de no meter muchos “Grandes éxitos”, aunque en algunos casos eran obligatorios.

-A las grabaciones de Pelón y Marín, de 1908, se les consideran las primeras de la música colombiana. ¿Cuál de ellas elegiste?

-Son 40 placas las que grabaron, y yo reseñé El enterrador, que fue el bambuco que cobró mayor importancia.

-De Joe Arroyo, el dios de la salsa colombiana, sólo tomaste un álbum de una obra inmensa. ¿Qué te dijo la inquisición del género?

-Siendo tan breve la muestra, hablé de esos otros discos importantes del mismo artista desde la reseña particular de uno solo. Cuando escribí acerca de La tierra del olvido, de Carlos Vives, por ejemplo, era imposible no referirme a Clásicos de la provincia. Así salvé esa posibilidad de la repetición. Hay artistas que quedaron fuera del muestrario, pero hablo de ellos a partir de otras alusiones. Otro caso fue el de Lisandro Meza.

-El disco La candela viva, de la cantadora Totó la Momposina, fue publicado por Peter Gabriel en su sello Real World, y su ingeniero de sonido, Richard Blair, terminó siendo uno de los actores de la renovación de la cumbia, escena de la que igualmente fueron parte artistas como Bomba Estéreo.

-Justo lo elegí por ese parteaguas. Si bien Totó ya había grabado en Francia e hizo otros discos luego, su entrada en la world music le dio una importancia capital. Y cuando Richard escuchó a Totó, se enamoró tanto de la música colombiana que se instaló en Bogotá. Se volvió un vector importante de desarrollo de esas nuevas músicas colombianas, ya fuese con su proyecto Sidestepper o como productor de muchos otros artistas.

-Uno de tus aciertos fue la inclusión de Hotel Regina y la Orquesta Sinfónica de Chapinero: ¡Gaitanista! (1997), de la Orquesta Sinfónica de Chapinero. Es tan raro que la única analogía que puede haber en la Argentina es Les Luthiers, y ni siquiera está cerca. ¿Qué lugar ocupa en la música colombiana?

-Desde el punto de vista de la mirada histórica, fue muy importante para el humor. Es un disco que tendría que mostrarse en los colegios y las universidades de Colombia. Es un experimento sonoro que difícilmente te vas a encontrar en la discografía colombiana, por su collage, experimentación y sátira.

-¿Y por qué de Shakira te quedaste con Pies descalzos?

-Es el punto de entrada a un lugar que ya conocemos muy bien. Como puente, me parece elocuente que sea el primer disco del cual ella no tiene reparos y sigue incluyendo los temas en sus shows. Servicio de lavandería podría haber ocupado ese lugar por su versión en inglés.

-No dejaste de lado a Atercioeplados, La Derecha y 1280 Almas, tridente que, aparte de ahondar en la diferencia estética sonora con Medellín, el otro polo rockero de tu país, pusieron en el mapa latinoamericano a la cultura pop colombiana. Pero fue en los 2000 cuando se empezó a definir ese sonido moderno que terminó por internacionalizarla. ¿Qué pasó?

-Ese punto de inflexión fue La tierra del olvido, de Carlos Vives, con algunos antecedentes de nicho como esos discos de rock de las bandas que mencionaste, que fueron grabados o distribuidos por el sello mexicano Culebra. Esa primera camada de rockeros, en plena época de MTV, tenía mucho por contar, y la gente empezó a interesarse. Sumado a la diáspora de productores colombianos, como Kike Santander y Julio Reyes Copello, que terminaron en Miami, en lo más comercial, y llamaron la atención por su mirada fresca.

-A propósito de eso, ¿por qué no metiste nada de reggaetón?

-Decidí solo reseñar un disco de reggaetón. Y por fortuna, cuando estaba por hacerlo, apareció el fenómeno de Karol G llenando siete u ocho veces el Santiago Bernabéu. Eso me evitó pensar en Maluma o J Balvin. Menos mal que fue una mujer la que conquistó ese terreno.