Can Menor, un híbrido entre galgo y tortuga, y Can Mayor (distraído por Liebre escabulléndose entre las piernas de Orión) portan rabia y ángulos rectos. Sus babas, al gotear desde sus hocicos en volutas de divino resplandecer, son filos acerados por el temple que el universo le da a unas pocas materias. 

Hijos del ojo, oigan por favor, es imposible desdoblar ópticamente a este par de cancerberos del acaecer, más no deberían darle al asunto mayor importancia pues esa apariencia infinita comienza eterna y arde en menos de lo que canta un gallo. Las celestes escenografías supra reales existen para que las ánimas actúen sus tragedias. 

Sirio, esta medusa sideral más transparente que el alma de una criatura un día antes de nacer, transforma en cada irradiación ochenta millones de toneladas de sustancias. 

Su esplendor deambula entre fluorescencias azules y anaranjadas descargas que dan en la frente de cada ocasional receptor. Cien kilómetros de costa de su mar transcurren en tres centímetros de una regla de madera y pesan lo mismo que dos plumas de jilguero.

Ante un gesto del Visir del Tiempo se restringe el transcurrir.

Ahora, desde siempre, es cuando nada escapa de las implicancias. 

Desborde de las armonías ontológicas, brillo encastrado en el sustrato mental más profundo. Un enjambre de colores provoca narcóticos vahos de oscilación. Inmediatez imaginaria. 

Entre el rechazo y la aceptación cientos de miles de puntos centelleantes se esparcen desordenados por el campo visual para crear un cúmulo estelar que gravita sobre vos. Tus terminaciones nerviosas quedan a merced de tal torrente. 

Tu ojo, poseído por esta luz emitida hace un millón ochocientos mil años, cree ser el dormitorio donde la realidad se despoja de sus consecuencias. Esos cúmulos estelares −objetos creados, tal como lo ha planteado San Agustín, con alguna forma pre-física de la materia− estuvieron concentrados en un volumen de espacio muy pequeño cierta vez, casi una cabeza de alfiler cuya densidad inabarcable todavía hoy pone a la ciencia de rodillas. 

Desde entonces el ahora, al amparo de sus altos períodos de revolución, condensa una intensidad que de inmediato cae en brazos de lo que ya pasó.

El período de revolución alrededor de una reencarnación equivale a veinte mil olvidos por un quinto de recuerdo.

¿Parpadeamos en el pasado?

¿Qué es el titilar sino la pulpa del reflejo y qué el reflejo sino la insuficiencia del titilar? Yo, el espejismo, hace las preguntas. Yo, un monumento al poco honor del evento.

Luciérnagas en plan de lucha proponen un paro general para el día del eclipse.

Luz fosilizada de las novas. Producto que muy pronto va a parar a la góndola de ofertas. En caso de consumo estar atentos a la fecha de caducidad.

La falta, un sistema de estructuras opuestas dentro de diámetros mínimos, se vuelve el quinto punto cardinal. Y las piedras flotan.

Reloca titila luz la ciudad

Todos somos un Rothko mal hecho. La imagen que acompaña da fe. En cada uno de nosotros existe un escribano moral, exijamos colegiación.

@dr.homs