Villa Ana, en el nordeste de Santa Fe, es uno de los pueblos de La Forestal; es uno de esos pueblos con nombre de mujer que puntúan el mapa y la historia de la provincia. Allí nació en 1985 Luciana Fernández, que se estableció en 2004 en Rosario, donde vive y trabaja como docente y como bibliotecaria.
Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Rosario, coordina tres talleres en la escuela de oficios literarios Patas de Cabra. Publicó Family Game en 2019. Su segundo libro de poesía, La ilusión de nombrar, es el tercer número de la colección Poéticas para un jardín, de 7 vidas ediciones. No existe aún en papel, pero se encuentra en preventa a través de las redes sociales de la editorial.
La ilusión de nombrar indaga la distancia misteriosa entre la palabra poética y un real inasible. Los bellos poemas que lo constituyen van trazando el mapa de una ruta personal, que empieza en lo profundo de la memoria del terruño y se abre al vértigo del éxodo.
Luciana Fernández no camina sola, porque su obra se inscribe en una sólida tradición de poesía santafesina que sitúa sus temas entre el paisaje costero del Litoral y el lento asombro de un decir contemplativo que tiene un sabor fundacional, como de origen.
El punto de vista es la casa, ya sea la de la niñez en el sueño o la que se habita en el presente; el tiempo es el anochecer, la hora azul, la zona liminal entre la tarde y la noche. Allí y entonces es cuando se desprende de los hombros el peso del día, y la existencia se encuentra al desnudo.
"Lenta pasa / como el dolor / de todo lo que se rompe / la noche", escribe con extrema concisión ante lo real de la intemperie: pocas palabras, pocas pertenencias, pero muy profunda la verdad de la experiencia.
"No tengo otra cosa / más que el cuerpo", se constata en otro poema. Esos momentos radicalmente existenciales armonizan con otros donde, como en las letras de las canciones del folklore litoraleño, la naturaleza se lee como metáfora o alegoría de las migraciones humanas: "La hoja cae y el río la lleva / pero ella es la que se va".
El poemario traza un arco desde la figura maternal de una abuela trabajadora hasta el gesto de fundar un territorio propio, haciendo sustrato con las cenizas de lo perdido y los escombros de lo derrumbado. Esa ceniza es la palabra que constituye a los poemas.
No se trata ya tanto de poner en lenguaje una región como de hacer consciente un borde misterioso entre el intento loco de equiparar la palabra a la cosa y la aceptación de ese espacio vacío, abstracto, de pérdida, entre ambas. Hay ahí lo real, más que un realismo o regionalismo. El poema no representa; es, de por sí, un acontecimiento.
El mapa es el mismo que el de Beatriz Vallejos, pero se lo recorre en otro sentido. No se espera que el paisaje o el lugar hablen o digan lo suyo en el poema. Tampoco, como en Estela Figueroa, se hace de las pequeñas cosas del hogar una sinécdoque del vasto mundo social.
El de Luciana Fernández es un inventario aún más austero de lo que queda. Las cosas caben en una valija y aún sobra espacio; pero la ausencia de lo dejado atrás desborda el ancho río y rebasa la inmensidad de lo oscuro. Es una nada viva, una versión lirica del pánico de la época, que de algún modo lo domestica al valerse, para contarlo, de los viejos motivos naturales del paisaje del Litoral. Llegar a una casa no es, como en Pedroni, fundar un mundo desde cero sino albergarse, conciliar el sueño, un viaje apacible al mundo de la noche y la memoria.
"Nombra poéticamente porque sabe que necesita un conjuro, enhebrar las palabras, hilvanarlas en canto místico, unir el brillo con la oscuridad. Construye con el barro de las heridas y de los amores, inventa moldes, diseña, viga por viga, el hechizo que es motor de belleza, arma su casa de música y de palabras que la van a cuidar de la intemperie", escribe la poeta Maia Morosano en la contratapa.
"Los poemas de este libro no nacieron ayer, fueron creciendo bajo el cobijo tierno y cuidadoso de quien contempla para atrás, para adelante y abraza el costado, de quien trae al presente la arcilla todavía fresca y nos convida su esplendor".
Lo embellecen además el dibujo de tapa por Mariana Reyes, el calado interior por María de las Mercedes Ruíz Tión, la foto de la autora por Laura Basílico y el diseño a cargo de Patricio Bordes, director editorial del sello y de la colección y quien, como el yo lírico de estos poemas, está migrando desde San José del Rincón a Rosario sin dejar de sumar una tercera flor a este "jardín silvestre, diverso, lleno de lugares propios, de vida" que busca "armar un puente de poesía entre Rosario y Santa Fe".